Recuerdo que, cuando yo era un parvulito melindroso, me reía de mamá sentada frente a mí, casi queriéndome empujar el plato de comida por la boca, mientras le escuchaba decir en ruego:
—Toma, mijo, que lo que tú tragas es a mí a quien alimenta.
Y yo me carcajeaba ante tal mentira.
Muchos años después, cuando mi niña melindrosa se negaba a tomar bocado fue que comprendí la veracidad de sus palabras. Y esa, la cualidad de madre, es sólo una de las tantas facetas que muestran la superioridad de la mujer.
Dios la creó más delicada: con la piel más tersa, con la voz más dulce, con los besos más húmedos... ¿Qué hombre supera a la mujer en el momento de entregar un órgano de su cuerpo para salvar a un hijo, en vestir la bandera de la patria para llamar al tirano por su nombre, en acompañar como guerrera el eterno batallar por la justicia?
Sin embargo, y a pesar de la cacareada igualdad de la mujer en Cuba, nada está más lejos de la verdad. No existe una ley que las proteja de los acosos de la calle o de la violencia machista, razón principal de los feminicidios.
En materia de economía, nuestras profesionales, sobre todo en educación y salud, perciben salarios ridículos a despecho de sus estudios y sus títulos.
La mujer cubana soporta hoy, como nunca antes, la ruptura familiar por el éxodo de los más allegados a su sangre.
Pero las más desdichadas de todas son aquellas que padecen encarcelamientos injustos por razones políticas, mientras los dirigentes del país hacen oídos sordos a los reclamos del mundo civilizado.
Por eso hoy toma especial vigencia aquella sentencia del Apóstol: "hay tanta bondad en las almas de las mujeres que, aun luego de engañadas, de desesperanzadas, de encallecidas, dan perfume".
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