miércoles, 27 de octubre de 2021

La decisión de Tamara


Tamara es revolucionaria a toda prueba. Nació cuando Batista salió huyendo y, a pesar de ser hija de padres "siquitrillados", pudo alcanzar estudios que la convirtieron en destacada profesional. Por esos estudios, según ella, debe agradecimiento y fidelidad eternos al sistema comunista que nos mal gobierna.

Tuvo un hermano menor, pero murió muy joven víctima de un accidente automovilístico, y quedó ella, como único vástago de un matrimonio añoso que terminó hace tiempo su paso por la vida; por suerte –hermosa rubia de ojos azules–, consiguió casarse con un apuesto galán y le parió una muchacha. Desde aquel momento esos dos seres constituyeron su totalidad familiar.

Quizás por eso Tamara se aficionó tanto a la revolución y a su trabajo como dirigente de un proyecto en ascenso que, con el tiempo, la elevó a jefa del departamento provincial, a contar con múltiples prebendas, dos vehículos disponibles a su arbitrio y par de choferes de su entera confianza.

Consciente de sus privilegios, ha guardado excesivos cuidados por su cargo, convirtiéndose en la exigente funcionaria capaz de ejecutar lo que sea necesario con tal de satisfacer las ordenanzas superiores a despecho de que algunos la tilden de extremista y mala persona. Convencida de que su manera de pensar jamás evolucionaría hacia rumbos diferentes, participó, muy joven todavía, con las primeras brigadas de respuesta rápidas en actos de repudio, cuando la crisis del éxodo por el puerto de Mariel, hace cuarenta años.

Pero su carrera en ascenso ofrecía estrecho margen a las obligaciones familiares, y su matrimonio comenzó a resquebrajarse. Su hija había crecido y ahora tenía otras necesidades en su adolescencia, que no eran precisamente alimentación y ropa limpia. Su esposo también reclamaba mayor atención a requerimientos íntimos, mejor cuidado en los asuntos hogareños y, según ella, se comportaba cada día más exigente e insoportable. Frente a tanta reclamación machista no dudó repetirle a menudo y con firmeza: "Yo pertenezco a esta generación de mujeres que la Revolución liberó de la esclavitud matrimonial". Y le pidió el divorcio.

La división de bienes conyugales le dejó el chalecito vacío y la nena a su rabiata. Pero gracias a determinado conecto direccional, como siempre sucede –privilegio de la clase dirigente en este país–, consiguió una beca para su hija en la universidad de La Habana. Compartir solo unas semanas de vacaciones con ella durante los cinco años de su carrera, no le acarreó molestias de algún tipo a su integración profesional.

Para entonces, a pesar de sus cinco décadas vividas, bien contadas pero con esa magia natural que privilegia a las mujeres rubias de ojos azules, alcanzó a conquistar su "extranjero comunitario": un cubano americano viejo verde, que desde que la vio por primera vez se prendó de ella, y desde el comienzo le amuebló la casa. Esta relación amorosa, bajo estrictas medidas cautelares –pues a cielo abierto podía ser causa de una separación deshonrosa del Partido, y por ende la defenestración de su cargo privilegiado–, pudo llevarse a feliz término gracias a que el novio visitaba la Isla par de veces al año cuando más, y solo por una semana. Huelga contar que, con el mismo disimulo y cuidado con que mantuvo su amorío, le llegaban irrestrictamente, "vía mula", una remesa en dólares y artículos de primera necesidad todos los meses.

Tamara lleva, todavía en ascenso, su carrera de dirigente revolucionaria a despecho de cierto cambio evolutivo en sus ideas –que insiste en negar– pero la corroe por dentro. Asegura que saldrá a golpear manifestantes provocadores este 15 de noviembre, como hace cuarenta años llevó a cabo frente a "grupúsculos" de protesta; y es para imaginar que haya participado últimamente a la vera del estadio Cándido González el 11 de julio cuando, vestidos de civil, "los brigadistas" la emprendieron contra una manifestación que se obstinaba en llegar hasta el Gobierno Provincial a gritar Libertad y Patria y Vida.

Sin embargo, Tamara hoy tiene preocupaciones más concretas. Su yuma no ha vuelto –quizás hasta haya fallecido por la Covid o por sus años de más– y junto a él se esfumaron las remesas mensuales. Su inteligencia perspicaz le habrá hecho entender que los extranjeros que viajan a Cuba con el fin de refrescar su libido, gastan su plata con muchachas jóvenes, de carnes duras, sin ese olor específico que expelen las arrugas, y que ella está fuera de lugar en ese grupo; que un cabello antaño de oro y ahora blanquecino con unos ojos que se opacan tras el grueso cristal de sus lentes graduados, difícilmente puedan competir sobre la pasarela en que transitan jineteras menores de treinta años. Y, para colmo, aquella hija que becó en La Habana para aliviar su entorno laboral y sus deslices privados, apenas alcanzó el título y tuvo la oportunidad, escapó hacia el país enemigo.

Tamara sufre una acelerada evolución cerebral, aunque sigue negándola. Pero no se lamenta; hasta sonríe ante cada mensaje de su vástago cuando la conmina a que vaya hasta ella, pues tiene un buen empleo y en aquel país maravilloso por lo único que hay que preocuparse es por trabajar con honradez y todo se le es dado, incluyendo la libertad de pensar y de expresarse.

Ahora Tamara realiza cálculos tan novedosos, que un lustro atrás la habrían escandalizado. Piensa, y hasta comprende y justifica los tantos revolucionarios acérrimos que, luego de haber rendido la postura política en este país siendo utilizados por el régimen en las acciones más bochornosas y deplorables, al final realizaron el más teatral de los mutis políticos y cruzan el Estrecho para plantarse "allá", hasta el fin de sus días, con la ayuda del gobierno enemigo al que tanto combatieron y vituperaron. Sobre todo, intenta comprender cómo le será posible alcanzar el perdón de los tantos a quienes causó daños físicos y morales por pensar diferente y expresarlo, y que ahora cabe la posibilidad de que sean sus vecinos.

 

 

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