jueves, 9 de junio de 2022

VARADERO SÍ ESTÁ EN CUBA


En mi reciente viaje a Varadero como turista, gracias a la escasez de visitantes del exterior y la elevada inflación que no ha permitido todavía aumentar los ya exorbitantes precios de alojamiento en moneda nacional, disfruté por primera vez las transparentes aguas de sus playas y palpé entre mis dedos esas arenas finísimas que todo visitante después colma de elogios con aire de añoranza.
Nos hospedamos en un hotel de pocas estrellas (dos o tres cuando más) debido a la escueta capacidad de nuestras finanzas, pero con manillitas verdes de "todo incluido". Debo aclarar que las manillitas de los turistas de otros hoteles de mayor categoría, son tornasoladas.
Una amplia piscina con cerveza Cristal "dispensada", que es como se traduce "a granel" y café hasta las diez de la noche cuantas veces lo deseáramos, nos hurtaba de la patria espiritualmente y hubo hasta quien susurró que "Varadero no está en Cuba". Para mayor atención, los camareros son universitarios recién graduados de inglés, que "pagan" sus estudios con esos servicios "sociales", antes de ser soltados al enfrentamiento con extranjeros como traductores.
En Varadero no hay apagones. Y al salir a la calle fue cuando más nos parecía no estar en Cuba: todo pulcro, reluciente, la información accesible…
Los hogares, en su mayoría, viven del turismo. Son chalets de lujo en línea con la época y en perfecto estado de conservación. Pero en Varadero está prohibida la compra y venta de viviendas.
Por allí caminan todavía los carros de los años cincuenta… ¡pero qué carros! Hasta parecen acabados de salir de las agencias. Se alquilan. ¿Para qué hablar del precio! Lo más barato que vi fue el derecho a recibir el beso de un delfín para tomarse la foto: veinticinco pesos.
Pero la reminiscencia de nuestra estancia isleña me la trajo el restaurante del hotel. Éramos cientos de hospedados cubanos, para un solo comedor donde apenas se distinguían uno o dos extranjeros. Si a esto sumamos que las comidas eran en mesa buffet y los usuarios llevaban manillitas de libre acceso, pueden imaginarse las constelaciones de hambrientos haciendo cola en horario de las tres comidas.
Una de mi grupo aconsejó: "Apenas entren, aparten una mesa y vayan ante todo por el postre", porque según parece, sacan la misma cantidad de postres como usuarios acechan para esa comida.
Y era cierto. No solo mi amiga conocía el secreto, porque si acaso una vez logré pescar con qué endulzarme la boca luego de la cena.
Sin embargo, el último día marqué temprano en la puerta del restaurante y aunque no fui de los primeros, al entrar me dirigí a la mesa donde situaban los dulces. Quedaba ya solo uno y delante de mí estaba un señor que le ponía la mano encima, cuando de pronto una cubanita audaz, de esas que popularmente llamamos "coleras profesionales", le arrebató el dulce al pobre hombre y, por si acaso, se lo metió en la boca de un mordisco.
Entonces desperté del sueño y me dije: Sí. Varadero sí está en Cuba.

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