martes, 10 de mayo de 2011

A Pedro Martínez, musicólogo camagüeyano, in memoriam

Ahora que tengo un blog para salir al exterior más allá de las fronteras de mi país, me viene al recuerdo Pedrito Martínez con uno de sus cuentos.

Pedrito Martínez fue un caro amigo fallecido en Costa Rica recientemente. Perteneció a una familia de artistas. Un hermano poeta; otro, bailarín y coreógrafo; él, un excelente musicólogo, graduado en Kiev, Ucrania, cuando los cubanos íbamos a estudiar gratuitamente a la Unión Soviética. Por cierto, él amaba a Ucrania como una segunda patria y siempre la traía a sus conversaciones con algo de nostalgia por los seis años que permaneció en ella y donde –según pude entender –la pasó extremadamente bien.
Pero una de las facetas más agradables de Pedrito Martínez, fueron sus cuentos humorísticos –con cierto picante –que le surgían de una fuente inagotable, entre bocanadas de humo y aliento etílico Aún no se habían aplacado las carcajadas y ya nuestro amigo iniciaba otro chiste inteligente.
Corrían los años 80 y celebrábamos un premio literario junto a cuatro o cinco personas más en casa de un amigo. Era la época en que la URSS no había desaparecido, y quizás por eso a nuestro amigo se le ocurrió contar la fábula del perro soviético que se fue de visita a París:
“Este es un perro soviético que se va a conocer París. Sin buscar hospedaje, con irreprochable atuendo y perfumada elegancia, en vez de irse a conocer la torre Eiffel, el Arco del Triunfo o Los Campos Elíseos, se mete en un bar de mala muerte de los peores arrabales de la ciudad. Allí dentro, como es de suponer, hay solo una manada de canes callejeros de horrible aspecto, que se dan los tragos en la barra. Cuando entra, aquellos lo miran de arriba abajo, secretean entre sí y hasta parecen proclives a la violencia. Pero nuestro perro soviético permanece ecuánime y risueño, porque detrás de aquella circunspección, se desborda regocijo.
”Por fin, el más famélico de los perros callejeros, confundido por la extraña actitud del visitante, se decide abordarlo y le pregunta:
–Ven acá, chico, a la legua se ve que vienes de la Unión Soviética. Estás rollizo, limpio, bien vestido… No te falta nada. ¿A qué vienes a esta ciudad de tanta fama, donde los pobres nos morimos de hambre, desatención y miseria?
Y el perro soviético responde eufórico:
–¡Yo vine aquí a ladrar!”


Jau, jau, jau.

Pedro Armando Junco

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