jueves, 7 de febrero de 2013

Discurso de presentación de mi libro LA FURIA DE LOS VIENTOS

LA FURIA DE LOS VIENTOS,

de Pedro Armando Junco

El pasado 2 de febrero tuve el placer de presentar la cuarta edición del libro La furia de los vientos, del escritor camagüeyano Pedro Armando Junco, en la librería La Avellaneda, situada en la calle Maceo. El libro recoge los testimonios de 34 personas que sobrevivieron el tristemente célebre huracán que devastara a Santa Cruz del Sur el 9 de noviembre de 1932.
He decidido colgar las breves palabras que leí en ese acto, porque siempre me he acercado al libro de Junco como si se tratara de un filme. Y me ha llamado la atención que con tanto joven que en la ciudad anda buscando historias para filmar, ninguno pensara todavía en adaptar los relatos de este libro que parecen haber nacido en una pantalla.
JAGB   
PRESENTACIÓN DE “LA FURIA DE LOS VIENTOS”, de Pedro Armando Junco.
No siempre uno puede recordar con exactitud cuándo fue que leyó por primera vez un libro. Cuando eso ocurre, cuando uno, además de la historia que nos cuentan en las páginas, consigue grabar en la memoria ese momento absolutamente improvisado en que pasamos por una librería, y sentimos que del montón de libros que quedan al alcance de nuestra vista, hay uno que de pronto secuestra toda tu atención, al extremo de que ya no puedes hacer otra cosa que comprarlo, y llevarlo a casa, y devorarlo de un tirón, entonces estás hablando de un libro excepcional, al menos para uno.
Mi primer encuentro con La furia de los vientos (Editorial Ácana), el libro de Pedro Armando Junco López que estamos presentando hoy en lo que sería su cuarta edición, ocurrió allá por los noventa, en pleno período especial, en una librería de libros usados de la lejana Santiago de Cuba. Resalto lo del período especial, porque el dato puede ayudarnos a comprender la repentina importancia que para mí tuvo el descubrimiento de aquel ejemplar bastante manoseado; en aquella época comprar libros sonaba peligrosamente a lujo dada la imperiosa necesidad de garantizar lo más elemental: la comida. Y entre la comida de aquel día y comprar un libro, yo elegí la obra literaria de Pedro Armando Junco, al cual no conocía personalmente en esos instantes, y ni siquiera sabía que vivía cerca de mi casa.  
¿Cuál será el secreto de este libro que, una vez que comienzas a leerlo, ya no puedes soltarlo? Cada lector tendrá una respuesta distinta, desde luego, porque cada lector es un misterio. Así que hablaré de mi experiencia personal, y de lo que aún provoca en mí la relectura de estas páginas que hablan de una tragedia colectiva, pero desde la perspectiva más humana, quiero decir, desde la perspectiva de quienes estaban viviendo en aquel terrible teatro de los acontecimientos, con toda la secuela existencial que una experiencia como aquella podría dejar en los protagonistas.
Lo primero que debo decir es que, aunque La furia de los vientos se vende como un testimonio (lo cual le valió aquel merecido premio David del año 1987) yo no he podido dejar de asumirlo jamás como un filme. Me pasó desde la primera vez que cayó en mis manos: en la misma medida en que me iba familiarizando con las peripecias de cada uno de los involucrados, se iba armando en mi mente una de esas películas pertenecientes al llamado género catástrofe.
Desconozco si Junco, cuando preparaba el libro, pensaba en el uso de las técnicas literarias, o se dejaba llevar por la poderosa visualidad de cada uno de los relatos compilados; lo desconozco, pero el resultado está allí: un libro donde la trágica fabulación de los supervivientes se va convirtiendo en acción pura, y donde la angustiosa experiencia que se nos describe alcanza niveles que rayan con el terror.
Esto, según leemos en el prólogo que escribe el autor a propósito de la segunda edición, no ha dejado de acarrearle alguna que otra polémica. Dice, y lo cito:
“Mis relatos, tomados al azar hace quince años atrás, debido a la cantidad de supervivientes que aún residían en la zona, me permitieron conjugar un testimonio histórico con un testimonio literario, que dicho sea por los expertos, son dos cosas muy diferentes. Hay allí criterios errados, leyendas ficticias, libre albedrío concedido a mis entrevistados, hasta el punto de permitirles fidelidad absoluta a la hora de transcribir sus ponderaciones al determinar algunos hechos. Amante incondicional de la libertad de expresión, he dejado a los personajes de mi libro que cuenten cada relato entusiasmados en el éxtasis de sus memorias; y por ello muchas veces cruzan la frontera de lo real y se sumergen en hipérboles y fantasías encandiladoras”.
Dije hace un rato que cada lector que se adentre en este libro obtendrá una percepción única, por lo que resultaba predecible que el método asumido por Junco para organizar su historia encuentre reparos entre quienes aspiran a una “objetividad” que nunca será tal.
El testimonio histórico-literario, como género, se asocia efectivamente a lo que en cine llamaríamos documental. Se habla de un testimonio literario, y se piensa de inmediato en la verdad que puedan estar revelándonos las fuentes, o los documentos que se han encontrado en lo más oscuro de una biblioteca. Sin embargo, un examen más riguroso de lo que dicen esos documentos o esos testigos nos revelará que tampoco aquí se podría evadir ciertas condicionantes síquicas que diseñan las maneras que tenemos de describir la realidad. “La verdad”, a secas, planteada desde un individuo concreto (por informado que esté), sería la más risible de las ficciones.
Como parte de una realidad todo el tiempo poliédrica, un testimonio que se ofrece, ya sea en la sala de un juzgado o antes la cámara de una televisión, no funcionará mejor por la carga de verdades que encierre, sino por el nivel de verosimilitud que contenga. El testimonio será más eficaz en la misma medida en que convenza, seduzca, al oyente, y eso solo es posible cuando se dominan (muchas veces de modo inconsciente) ciertas reglas de la comunicación. Creo que era Platón quien mencionaba el ejemplo de los dos campesinos que acuden ante un juez para dirimir un conflicto. Como el juez nunca presenció lo que se disputa, solo podrá hacer justicia escuchando a los litigantes, que se esforzarán en convertir en verosímiles sus respectivos relatos. La Verdad, con mayúscula, se hace a un lado, porque lo que importa es seducir al juez, conmoverlo, hacerlo tomar conciencia del interés que ha sido perjudicado. Son las pequeñas verdades de los contendientes los que, al final, ganan la partida.  
En este sentido, lo primero que sobresale en el libro de Junco es la honestidad intelectual de su autor. Para él, más importante que lo que pudieran decir los buscadores de esa objetividad que no existe, está el drama humano de quienes vivieron esa dramática experiencia. Y es allí donde ha puesto a prueba, de modo exitoso, esa capacidad que tendrían algunos escritores para hacer de la entrevista, y la incorporación de informaciones aparecidas en la prensa del momento, algo capaz de renovar el testimonio más tradicional.
No quisiera finalizar este breve comentario sin resaltar lo que me parece una coincidencia de extraña connotación. Estamos presentando este libro que habla de la memoria colectiva de un pueblo que en su momento fue arrasado físicamente (aunque no en términos de identidad), justo en una fecha en que celebramos el aniversario 499 de la Villa que nos habita (no que habitamos).
Trato de resaltar aquí lo que, por evidente, a veces pasamos por alto. La literatura es ese gesto maravilloso, yo diría mágico, que nos permite desplazarnos más allá de la geografía y el tiempo, para examinarnos sin prejuicios en nuestros delirios, alegrías, tragedias. Los que hoy hemos sido convocados para disfrutar de la presentación de este libro de Pedro Armando Junco, gracias a sus habilidades como escritor, hemos conseguido atravesar, empujado por la insobornable furia de los vientos que moviliza nuestra convivencia, esos invisibles puentes que comunican el pasado, el presente y el futuro.
Agradezcamos a este libro y su autor, el rescate que ha hecho de la memoria de esos individuos que, como nosotros, caminamos a pie por la Historia. Estoy seguro que las nuevas generaciones garantizarán una nueva edición de este volumen, aun cuando para esa ocasión, ya nosotros no estemos físicamente en este mundo.
Juan Antonio García Borrero   


2 comentarios:

  1. Excelente libro que lei cuando me lo prestaron hace años. Mientras viví en Cuba traté de conseguirlo sin lograrlo. En mis visitas al terruño he indagado por reediciones del mismo, pero también sin resultados. La mejor recomendación es mi deseo de leerlo otra vez.

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  2. … puedo señalar la docilidad de una población que lo acepta todo sin chistar, aunque le "caigan rieles de punta". Esto es lo más triste y es mi criterio atribuir esa docilidad a tantas décadas de información parcializada, que no dice mentiras, pero oculta toda la dura verdad existencial de la sociedad cubana.
    Este es el mayour ¨logro¨ de la Revolucióm Cubana, el sometimieno de la población de Cuba, esto les ha permitido estar 60 años ejerciendo un poder absoluto. La participación masiva y lss votaciones al 99.99% son un mito. Detras de los desfiles con las banderitas y las aprobaciones unánimes hay una verdaad que solo el pueblo de Cuba conoce

    Liborio

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