Del 2 al 7 de febrero Camagüey celebra su cumpleaños. A estos festejos se les denomina “Semana de la cultura camagüeyana”. Según las crónicas de aquella época, allá por la costa norte de la parte centro-oriental de la Isla se fomentó un asentamiento de colonos el 2 de febrero de 1514. Si no estoy muy errado en matemática, solo restan dos años para que la hermosa villa, ahora convertida en tercera ciudad poblacional de Cuba, cumpla el medio milenio de fundada.
Santa María del Puerto del Príncipe –nombre originario de la mencionada fundación, que luego sería sustituido por el de un destacado cacique aborigen –se engalana, invita artistas que festejan en plazas abiertas, y reúne, dentro de sus posibilidades, a los más destacados intelectuales camagüeyanos esparcidos por todo el país. En otras palabras, el gobierno se gasta sus pesos; o mejor, gasta los pesos recaudados impositivamente a los trabajadores por cuenta propia.
Pero la fiesta se hace. La Biblioteca Provincial programa tres días de resonancia literaria: un “Encuentro de Escritores” al que asistimos para lanzarnos loas y aplausos los unos a los otros –esto me hace recordar las dos mulas viejas que teníamos en la finca cuando yo era niño y todas las mañanas me deleitaba viéndolas rascarse con los dientes la una a la otra –; se nos proporciona el espacio a leer algún poema que nos gusta mucho a nosotros por haberlo creado uno mismo y al margen de los bostezos ajenos se presenta algún libro que nadie ha procurado leer.
Sin embargo, yo amo y rindo culto de respeto a la Biblioteca Provincial, a sus diligentes y cultas y amables bibliotecarias y bibliotecarios, cuyo esmero y dedicación me facilitaron haber alcanzado la poca cultura que tengo, cuando la universidad me cerró sus puertas.
Mas dejemos a un lado las viejas heridas. La Semana de la cultura camagüeyana tuvo momentos originales e interesantes. El que más me gustó fue la presentación, en pleno bulevar de la calle Maceo, de los hombres y mujeres de terracota. A primer golpe de vista se hacía muy difícil descubrir que aquellas estatuas de tamaño natural, como el milenario Ejército de terracota del emperador Qin Shi Huangdi, eran jóvenes vivos revestidos de cerámica. Su lento caminar ante la fausta admiración de los transeúntes –sobre todo turistas, pues no olvidemos que nuestra ciudad es una vitrina de época pasada –, y el parpadear incondicionado, solo permitirían descubrir que no estábamos en presencia de una estatua de barro carente de vida. Varias figuras revestidas, hombres y mujeres, similares también a las que Martha Jiménez ha hecho famosas en la Plaza del Carmen, caminaron esa tarde rodeadas de público y cámaras fotográficas profesionales y de la televisión.
Es oportuno señalar que en la galería Alejo Carpentier se montó una exposición de órganos sexuales masculinos y femeninos,no como hicieron los antiguos renacentistas, sino en francas funciones eróticas, para no quedar rezagados en lo referente a la promoción homosexual, o quizás por carecer de algo más interesante que mostrar al público camagüeyano en esta semana de cultura.
El domingo por la noche, después de un copioso aguacero, nos reunimos en la Plaza de los trabajadores para disfrutar del espectáculo de una de las mejores voces que acrisola el país: Waldo Mendoza. Nos acercamos a pocos metros del micrófono que el artista debía ocupar y pasadas las diez de la noche, cuando ya la niña prefería irse a la cama, apareció el cantante. Estaba allí, a dos pasos de nosotros, con su sonrisa de oreja a oreja, su figura regordeta y corta, su abdomen de dirigente y su piel canela. Capturé hasta la expresión de un inconforme: “De tan feo que es, luce bonito”. Pero Waldo es un tipo carismático, capaz de cautivar hasta la admiración de quienes pretenden detractarlo. No solo es la gracia lo atractivo suyo, sino también su voz llena de suave melodía, sus canciones románticas y sentimentales que emergen como volcán submarino y rompen las corrompidas aguas de esos reguetoneros vulgares que hoy infectan nuestra cultura nacional. Quizás no sea un nuevo Polo Montañés, porque los genios no caen como en cascadas; pero Waldo es la genuina expresión de lo que el pueblo culto y sencillo quiere, no solo en nuestro amado Camagüey, sino en toda la isla de Cuba.
En fin, pasado el cumpleaños, siempre habrá panegiristas y detractores. En mi opinión, siempre apruebo todo lo que proporcione alegría al prójimo, a despecho de la vieja teoría de los emperadores romanos de ofrecer espectáculos cuando no se tiene con qué solventar las más perentorias necesidades. Esperemos aún dos años más y roguemos a Dios, cuando celebremos los cinco siglos de su fundación, que mi amada ciudad haya cubierto todas las expectativas de cada uno de sus más de trescientos mil lugareños.
Pedro Armando Junco
SALUDOS,MANDUCO.HE LEIDO TODOS TUS ARTICULOS PERO ME GUSTARIA ALGO SOBRE EL DELIRIO Y TU JUVENTUD,ESA PARTE DE TU VIDA TAN IMPORTANTE Y LLENA DE SUCESOS DE LA QUE NADA DICES GABY
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