Esta semana fui invitado a participar en una Cruzada literaria. Muchos
se preguntarán qué elementos constituyen la razón de este nombre un poco
medieval y otro tanto moderno. Así que puedo responder que una Cruzada
literaria a lo camagüeyano, no es más que el intento de transferir nuestra
cultura a los rincones más remotos y difíciles de llegar, cuyas angostas
comunidades pocas veces consigue gozar el “privilegio” de mirar de cerca a un
escritor, a un trovador, a un artista, y hasta poder conversar con él de tú a
tú.
El proyecto no es malo, y sus intenciones pueden catalogarse de
hasta cristianas, en la acepción más
humanista metafórica del término. Es algo parecido a lo que hicieron los
antiguos misioneros jesuitas hace cinco siglos, intentando llevar el
cristianismo a las comunidades indígenas del nuevo continente.
Cierto es que en Cuba ya no existen indígenas –también en el
sentido más puro de la expresión –, pero a veces uno se asombra al descubrir
personas que apenas aciertan a articular algunas cuantas palabras. Y es allí
–pienso yo –donde radica la preocupación del Ministerio de Cultura por llevar el
arte a esas comunidades. Hace algunos años participé en una cruzada en un pueblito con casas de
mampostería, incluso, en el que la gente, huyuya y esquiva, nos miraba con
similar asombro a como seguramente percibieron
a Colón los aborígenes de Bahamas en 12 de octubre de 1492.
La palabra cruzada, por antonomasia nos remonta
a la lucha de un grupo de “caballeros cristianos” en Tierra Santa, asesinando
sarracenos en el nombre de Jesucristo. ¡Vaya barbaridad que guarda la historia!
El proyecto de nuestros cruzados de hoy es luchar por enriquecer la cultura que
subyace en los empobrecidos pueblos rurales. Ahora, inclusive, se lleva hasta
las cabeceras municipales de la provincia. Esto da por pensar que la incultura que se persigue desmantelar está
ganando terreno.
El sitio escogido para esta visita fue Santa Cruz del Sur. El
grupo lo conformó una veintena de personas, entre ellas una periodista, un
escritor, varios trovadores y músicos y un camarógrafo de la televisión.
Viajamos en ómnibus moderno y cómodo. En el embalaje no faltaron las cajitas
para el almuerzo y los bocaditos para la merienda. Desde luego, la actividad es
gratuita totalmente, tanto para los que la reciben como para los que la
representan.
El municipio Santa Cruz del Sur es mi terruño natal. Viví hasta
mis cincuenta años en una zona rural distante unos 30 kilómetros del
pueblo cabecera. Visitar este poblado fue parte de mi cotidianidad.
Cuenta la historia que en el mes de agosto de 1826 unas 30
familias, en su mayoría carboneros, se instalaron sobre un promontorio de
terreno paralelo a la costa y fundaron Pueblo
Nuevo, que poco después se llamaría Santa
Cruz del Sur. Al paso del tiempo, 106 años después, ya el pueblo abrigaba más
de 5000 habitantes. Y por esa fecha, el nueve de noviembre de 1932, un huracán
categoría 5 lo destruiría en su totalidad y arrancaría la existencia a más de
3000 habitantes. Hoy se reconoce este suceso como el desastre natural de
mayores pérdidas humanas que ha sufrido Cuba.
Luego de la explosión informativa de los días subsiguientes, solo
en fechas conmemorativas anuales, algún periódico presentaba fotos y palabras
de recordación a las víctimas del ciclón. Y es entonces que tomo en mis manos
la tarea, 52 años más tarde, de realizar entrevistas a sobrevivientes del
desastre y, en dos años apenas, conformar el libro La furia de los vientos, que
obtiene el premio David en 1987 y sale por primera vez publicado dos años más
tarde.
El visitante que llega a Santa Cruz, como seguramente sucede en
los sitios donde han ocurrido grandes hecatombes, lo primero que hace es
preguntar en qué sitio específico ocurrió el desastre, dónde se haya el
monumento a las víctimas y quiere llegar hasta allí; que anécdota perdida
sobrevive en la memoria popular y si alguien ha escrito sucesos particulares
sobre la tragedia y se interesa por encontrar el libro. De manera que nadie
mejor para intervenir en una cruzada cultural en este pueblo que el escritor
del compendio que sacó a la luz los hechos al detalle, contados de primera mano
por los que sufrieron la desventura, pero lograron escapar con vida. El libro
saldrá reeditado por cuarta ocasión a principio de noviembre de este año y
presentado en Santa Cruz del Sur el día 9, en la fecha que guarda los 80 años
de la catástrofe.
Ya en el pequeño pueblo sureño nos recibió una Promotora Cultural, que es la encargada
de organizar en cada zona cualquier evento de este tipo Las actividades, cuando
no aparece un local público techado: círculo social, teatro, etc., se ejercen
al aire libre, bajo el radiante sol caribeño que tuesta hasta las pestañas. Y
ese fue el caso, pues en la llamada Zona
de Desarrollo, lugar donde el Gobierno ha construido una comunidad aledaña
al pueblo octogenario, no apareció sitio bajo techo y a pleno sol se habló, se
cantó y se recitó. Más de dos horas, desde las once de la mañana hasta pasada
la una de la tarde, ejecutamos una presentación artística lo suficientemente
variada como para colmar las expectativas. Lo único que empobreció el evento
fue la escasez de público, pues a no ser una decena de madres que cubrieron sus
asombrados niños bajo sombrillas y mantos, nadie más prestó el oído a los
altoparlantes que se colocaron a toda voz en medio del poblado. Al parecer, los
organizadores del evento no tuvieron en cuenta que un jueves, la población que
labora en uno de los mayores Combinados
Pesqueros del país, faltaría a la cita. Por desdicha, a los organizadores cubanos
siempre les falta algo para que las actividades mejor pensadas, les salgan
bien.
Mi niña recitó Los motivos
del lobo de Rubén Darío. Algunos trovadores invitados de Baracoa, Ciego de
Ávila y otros lugares dejaron escuchar sus voces. Otra niña cantó una melodía
clásica de lo popular. A mí me toco decir algo y anuncié la próxima
presentación del libro que no solo ha servido para sacar de la oscuridad el cataclismo
santacruceño, sino para darle un sentido ambiguo, poético y metafórico a este
blog que, amigo lector, tienes frente a ti en estos momentos.
Pedro Armando Junco
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