lunes, 8 de diciembre de 2014

La última hoja del cardo

Sobre la última hoja del cardo

 

A mi puesto de viandas y hortalizas llegó un hombre en bicicleta a comprar ajos. Tomó tres bulbos y luego preguntó el precio. Cuando le respondí que cada uno de ellos costaba 4 pesos, se deshizo del tercero inmediatamente y quedó con solo dos en la mano. Me miró muy serio y comentó: “Esto es un abuso. El precio de estas dos cabezas de ajos representa la mitad del salario de mi jornada laboral. Soy ingeniero y mi trabajo reporta muy buenos dividendos al país…”

No pude menos que preguntarle a quién llamaba abusador y, aunque no me precisó abiertamente, quiso dejar sobre el tapete que somos los vendedores por cuenta propia quienes explotamos al pueblo. Y no me extrañó en lo absoluto, porque esta es una política que se viene manejando desde hace tiempo hasta por los medios oficialistas que, luego de haber creado el “cuentapropismo” por la incapacidad estatal de resolver el abastecimiento de productos básicos a la población y llenar un vacío laboral que de otra manera habría colmado el desempleo, ahora ataca a los trabajadores particulares.

Sin embargo, con mucha paciencia desarrollé mi retórica, puesto que ni remotamente ese señor sospechaba con quien estaba conversando, y le expliqué que cuando un vendedor vende a 4 pesos una cabeza de ajo es porque la compró en el mercado libre a 3.50; que aquel que la vendió en ese mercado libre la compró a 3 pesos al que la comercializa al por mayor y este, seguramente a dos pesos al transportista que, por supuesto, no es quien lo cosecha. Y es de suponer que el productor lo liquida a un peso solamente. Le agregué que tanto el que lo cosecha, como el transportista, como el intermediario, como el vendedor del mercado y el que se lo pone en sus manos, tenemos que pagar altos impuestos al Estado por el derecho a efectuar el comercio. Pude señalarle, además, que cada una de esas cabezas de ajo han rendido al Estado una mayor ganancia en sus cinco imposiciones que la que haya alcanzado el más afortunado de sus manipuladores. Y le expliqué también que el valor real de cada bulbo es 16 centavos en CUC, la moneda con la que él seguramente adquiere en las shopping el aceite, el pollo, y cuantos productos de primera necesidad están fuera del marco liberador del cuentapropismo. Así que, si esas dos cabezas de ajo con un valor de 32 centavos representan la mitad de su jornada laboral como ingeniero de alta categoría, no era preciso utilizar una calculadora para enterarse que su salario es de 64 centavos por día de trabajo. Y terminé haciéndole entender que si el vehículo que lo transportaba desde su casa al taller y viceversa era una bicicleta, debía enterarse que quien lo estaba explotando no eran, precisamente, los trabajadores por cuenta propia. .  

Supe callar que es lamentable que un escritor reconocido tenga que vender por las tardes viandas y hortalizas en la cochera de su casa para no verse impelido a delinquir como medio de subsistencia. O que un médico ausculte primero la mano que trae una jaba con alimentos antes que el cuerpo del paciente. O que otros ingenieros o técnicos o especialistas en cualquier rama como él, según la oportunidad que ofrezca su centro laboral, atienda primero los “chivos” de la calle que a su función competitiva. O, lo que es peor: que los que sin producir un centavo se llenen la boca con la palabra revolucionarios o militantes del Partido para vivir casi como millonarios.

No sé si el hombre se marchó satisfecho con la explicación que le proporcioné gratis, junto a las dos cabezas de ajo a 4 pesos. Lo que sí sería muy beneficioso para todos que los medios difusivos del país publicaran crónicas como esta.

 

Pedro Armando Junco

 



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