viernes, 23 de octubre de 2015

Las otras causas de la pandemia

Camagüey está al filo del pánico. Cientos de personas son remitidas diariamente hacia hospitales improvisados en diferentes sitios de la ciudad con el propósito de frenar la pandemia. Persona que llegue con fiebre a una consulta médica sin justificación fehaciente de que esta se deba a otro tipo de enfermedad, es detenida allí mismo, montada en una guagua y trasladada a uno de estos sitios habilitados para los ingresos. Lo peor es la odisea que allí comienza. A mi hijita de trece años la trasladaron de lugar tres veces en cuatro días. El mobiliario de estos hospitales inventados es pésimo: literas dobles de estudiantes becados, mosquiteros con olores extraños, escasez de agua corriente, y muchas anomalías subyacentes que hacen recordar aquellos clínicas públicas que tanta tela por donde cortar ofrecieron del capitalismo.

Los médicos y demás trabajadores de la salud ya no dan abasto, ni el personal de apoyo tampoco. Se han tenido que militarizar las áreas y ya son varios los casos de fallecidos aunque la prensa, como siempre, calla. Sin embargo, la evidencia es tanta, que no se puede tapar el Sol con el dedo y el pueblo, espantado, se pregunta hasta cuándo continuará este infierno. Pero como siempre hay que buscar un culpable que justifique la tragedia, uno de ellos es el infeliz mosquito Aedes –que desde tiempos inmemoriales nos acompaña y hasta se dice que es un mosquito doméstico–. El otro culpable es el pueblo. El siempre culpable: el pueblo: víctima y victimario. Ayer, me impusieron una multa porque mi patio no estaba lo suficientemente chapeado, mientras aledaño al mío, un área cuatro veces mayor, propiedad estatal, con  posesión absoluta del historiador de la ciudad, estaba convertida en manigual inhóspito. Este pequeño feudo permanece abandonado desde hace más de 13 años cuando se demolió el viejo edificio que lo ocupaba.

El caso es que las cosas van de mal a peor. Hasta las suculentas ganancias del turismo de seguro mermarán ostensiblemente, pues a ningún extranjero le ha de hacer feliz venir a Camagüey de vacaciones para ser afectado por el contagio. Y pienso que es hora ya de hacerles ver a quienes dirigen, que la epidemia tiene otras causas al margen del mosquito y la población.

Esa foto que ven a la entrada de este artículo es, precisamente, la del solar estatal referido líneas atrás. Allí se enmarca el sitio de depósito de desperdicios hogareños para todos los vecinos circundantes. Como se puede observar: en el suelo. Los más cuidadosos dejamos allí las sobras de alimentos y otros residuales en jabitas de nylon, en sacos o en cajas de cartón. Hay quienes descargan su metralla a granel, que "a fin de cuenta, esto no es de nadie". Luego pasan por allí los perros y los gatos callejeros, los buscadores miserables y desbaratan las envolturas hasta regar aquella masa inmunda a un metro de la calle. Por último, el banquete se lo dan las moscas, los ratones y las cucarachas, tres engendros sumamente peligrosos como vectores que se escudan en el multirrayado Aedes Aegypti.  ¿Por qué "el celoso" delegado de la circunscripción que mandó a imponerme la multa no se enfrenta a sus jefes y les exige un tanque para estos desechos? ¿Por qué no se multa con severidad y metódicamente a todos aquellos que sacan sus perros a defecar en la calle, a los cocheros que van dejando el rastro de excremento de sus caballos por toda la ciudad, al poco escrúpulo de muchos al servir a su prójimo un producto defectuoso? Esa es otra causa de la pandemia.

Hace más de un cuarto de siglo la neuritis dejó a miles de cubanos con una serie de secuelas irreversibles por deficiente alimentación. Un organismo mal nutrido es una ventana abierta a las enfermedades. ¿Hasta cuándo el Estado cubano va a mantener el método estalinista de prohibir a su pueblo los alimentos proteicos idóneos que, por cierto, todos son de producción nacional? En 1820, 200 años atrás, los esclavistas se percataron de que era preferible alimentar bien a su congregación que verla morir prematuramente. No lo hacían por buenos, sino por prácticos. Un esclavo bien alimentado podía rendir diez años más de trabajo. Tanto pragmatismo desarrollaron aquellos esclavistas que hasta fomentaron hospitales en las haciendas.

Otra causa de la epidemia es el descontrol en el tráfico de personas que llegan desde países donde la enfermedad es endémica, sobre todo los "internacionalistas" que Cuba alquila a decenas de países y que, se supone, es el primer renglón económico del país. Uno solo de esos trabajadores que regrese infectado puede desencadenar una calamidad como la que hoy padece Camagüey. Se habla en círculos muy estrechos de que el virus H1N1 es parte importante de esta infección generalizada en toda la ciudad, pero la prensa calla. Es como si, escondiendo a la población la realidad del problema, estuviera en ello la solución.

Estoy convencido de que un artículo como este no será nunca publicado en la prensa oficialista. Pero mantengo la esperanza de que estas opiniones, para nada "opositoras", las tengan en cuenta los altos directivos de nuestra provincia.

 

Pedro Armando Junco

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