miércoles, 30 de diciembre de 2015

Misceláneas para fin de año

Estoy seguro de que anoche, cuando Pánfilo anunció que este sería su último programa, a miles de cubanos y cubanas se les humedecieron los ojos.

Por fortuna fue una broma; no de mal gusto, porque todo en ese programa es recibido con gracia por los cubanos, pero sí sazonada con una pizca de humor negro, sobre todo en las últimas palabras de Chequera cuando pregunta a Pánfilo si era cierto que Vivir del cuento terminaría allí su existencia. A muchos se les hizo un nudo en la garganta.

Vivir del cuento es el programa televisivo más querido por el pueblo de Cuba. La razón es obvia: allí se denuncia públicamente, enmarcado en el humor, lo que el pueblo temeroso no se atreve a decir en voz alta y el pequeño grupo de indomables no tiene medios necesarios para expresar.

Milagrosamente Vivir del cuento sale al aire, y vivimos siempre con el sobresalto de que sea censurado. Pero es un programa humorístico y, como los cubanos somos los únicos ciudadanos del mundo que reímos de nuestras propias desgracias, se permite oficialmente su presentación por la TV. No faltan quienes desearían que fuera eliminado y reemplazado por otro que lance hermosas loas al sistema imperante. Pero los directivos de los medios, muy a pesar suyo, saben muy bien que entonces solo una décima parte del pueblo lo vería, y en su lugar acoplarían en sus "cajitas" una memoria flash, con quién sabe qué barahúnda del exterior, mucho más peligrosa aunque menos divertida que el esperado "Pánfilo".

Desde aquí mi humilde reconocimiento y felicitación al equipo de actores; sobre todo a los atrevidos y valientes guionistas que ponen sobre el tapete la realidad cruda y difícil del pueblo cubano de a pie. Para ellos y para todos los que siguen este blog, deseo un próspero año 2016 donde se vean realizadas nuestras más extremas añoranzas.

Mi obsequio de fin de año, como nada más tengo para ofrecer, son estos tres escuetos párrafos de un ensayo que tengo en preparación:

 

No encuentro mayores enemigos de la libertad que la ignorancia y la cobardía. La ignorancia es madre del conformismo y hermana del desinterés a pensar con cabeza propia; es proclive el que desconoce, aunque no lo interprete, a certificar con facilidad el criterio de aquel que se le ha plantado delante con una tesis extraña que afirma es totalmente axiomática. El ignorante se hace reo voluntario, acomete fanático cualquier tarea que le indiquen los que él cree superiores en inteligencia y, sin considerar resultados, casi siempre defiende o desaprueba hasta con los dientes, aquello que le inculcaron sus dioses terrenales.  

La cobardía es madrastra de la doble moral. Es aquella que aprisiona hasta los testículos a sus víctimas y que, perteneciendo o no al grupo de los ingenuos, también se hace reo de dictámenes contrarios a su criterio y los avala a pies juntillas. El cobarde puede que sea habilidoso en discernir las verdades y, muchas veces, exponerlas en voz baja entre sus confidentes, pero es incapaz de contradecir un discurso totalmente ajeno a su criterio. Así abona con buen riego, cuando se trata de un destacado intelectual, el terreno propiciatorio de las malas hierbas que luego le cerrarán el camino.

Puede que en determinados sectores humanos la religión sea "el opio de los pueblos": el fanatismo del hombre hace nido tanto en la religión como en la política y en las diversas infraestructuras que la socialización ha creado. Puede que en esos grupos fanáticos el aforismo marxista deba tenerse como efectivo. Pero de lo que sí vivo convencido es que la religión refrena, como bozal, la inclinación antropófaga que el ser humano, desde que nace, lleva por dentro.

 

Pedro Armando Junco

 

 

 

 

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