El sábado 23 de abril, apenas caída la noche, se desplomó un edificio que sirvió durante sus últimos años como fábrica de camisas y ropas escolares. Los torrenciales aguaceros de dos días anteriores, al parecer, fueron las últimas causas del hundimiento del techo de tejas criollas del local, cuyos restos fueron a parar junto a otros escombros hasta la calle Luaces, frente al parque José Martí.
El deterioro interno del inmueble obligó a la dirección de industrias locales a evacuarlo con vista a una futura reparación, por sus muchos años de existencia sin el auxilio de mantenimientos y cuidados; pero como siempre sucede, así quedó todo en proyectos burocráticos hasta la noche del colapso.
Cuentan los vecinos del lugar que, afortunadamente, no pernoctaba nadie dentro de la industria en el momento del desastre. Y a partir del siguiente día, como sucedió donde convergen las calles Independencia y Cisneros, República y San Esteban, fue cerrado el tránsito por tiempo indefinido: un corralón de madera bloquea ahora la calle Luaces, importante vía que se encamina hasta el centro comercial de la ciudad. Puede que transcurran meses y años hasta que la calle se abra nuevamente a la circulación.
Con algunas industrias cuenta Camagüey: la fábrica de cervezas Tínima, la de helados Coppelia, la de ron Puerto Príncipe, las de refrescos gaseados, la de tabacos El Surco, la de pienso animal, son algunas de las principales
Ah, y la de armas de fuego, eufemísticamente conocida como Planta Mecánica. Pero las que acabo de mencionar pertenecen a nuevas creaciones del período revolucionario. Esta fábrica de ropa funcionaba en un local antiguo, seguramente nacionalizado después de 1959, pero ofrecía trabajo a más de un centenar de mujeres que, por lo céntrico del lugar, su fácil acceso constituía una invitación a las costureras del patio. Si los salarios de allí, como en todos los empleos estatales, no eran capaces de solventar el cúmulo de necesidades del gremio, al menos "la lucha", de manera similar a como "resuelven" otros obreros públicos, les permitía sobrevivir a los altos costos de la vida. Un retazo de tela o algún carrete de hilo escamoteados son en Cuba objetos de valor capaces de representar una jornada de trabajo.
Camagüey se está cayendo a pedazos desde hace décadas. Desde el pasado siglo, la prohibición de colocar un ladrillo sin el permiso burocrático correspondiente y el alto precio de los materiales de construcción en la actualidad, han redundado en la difícil reparación de viviendas particulares; paralelo a esto, la desidia en la restauración y saneamiento de construcciones pertenecientes al Estado, por ser muchas y por la carencia del sentido de pertenencia de quienes las utilizan, determinan el desplome a diario, sobre todo en épocas de lluvia.
Nada se ha dicho al respecto por los medios de comunicación oficiales. Es penoso, pero es la triste realidad de la tierra de El Mayor. Si antes hablé de la reducción vial en el más abarcador Casco Histórico del país, no puedo ahora callar ante la necesidad urgente de salvar edificaciones útiles antes de que toda su estructura se despeñe y se convierta en escombros.
Pedro Armando Junco
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