miércoles, 3 de febrero de 2021

Una crónica antigua y otra de actualidad

El pasado fin de semana fui invitado por mi familia a pasarlo juntos en el Hotel BRISAS de la playa Santa Lucía. En el contrato de 48 horas de alojamiento se incluía el transporte en ómnibus. Y fue precisamente al entrar la Yutong en el parqueo de la instalación, cuando me sacudió el recuerdo de aquella mañana de 1996 en ese mismo lugar.

Hace 25 años, Luis Carracedo y yo, con nuestras respectivas compañeras, fuimos a la playa Santa Lucía en motocicletas. Al cruzar frente al recién construido Hotel Brisas, sentimos curiosidad por verlo desde su interior y abocamos al parqueo. De pronto apareció un custodio uniformado que nos paró en seco y nos explicó que no podíamos entrar.

–¿Por qué?– inquirí.

–Porque ustedes son cubanos– respondió con la mayor naturalidad.

En la década de los noventa nada era para sorprendernos, pues todavía gobernaba en Cuba el Gran Hermano. Pero aquella respuesta tan sonada a lo natural me chocó tanto que le respondí al hombre:

–Sabemos que este hotel es para extranjeros que traen divisas. Pero si nosotros traemos divisas, ¿tampoco podemos entrar?

–¡Tampoco!– me dijo a rajatablas.

–¿Usted no ha escuchado nunca el poema Tengo de "nuestro poeta nacional" Nicolás Guillén…?

Pero Luisito me atajó:

–¿Tú crees que este personaje alguna vez en su vida haya leído un poema?

Sin embargo, ya con la pica-pica encendida, volví a preguntar al guardián:

–¿Y por qué a los cubanos no nos permiten entrar al hotel aunque sea a mirarlo?

–Porque ustedes, los cubanos, lo destrozan todo y se roban hasta los bombillos de la instalación.

–¿Y tú de qué país eres? ¿Tú eres de los que se avergüenzan de ser cubanos?

Fue entonces cuando mi amigo casi me arrastra hasta la motocicleta y casi me grita:

–¡Vámonos, coño, Junco, antes que terminemos presos aquí a ciento veinte kilómetros de Camagüey y estas mujeres se queden desamparadas!

 

Pero este viaje del viernes fue diferente. El Brisas es el mejor hotel de Santa Lucía. No solo por las comodidades que ofrece y su personal de servicio. Hasta el administrador se nos acercó en determinado momento a preguntar cómo nos sentíamos atendidos. La mesa bufet del restaurante brinda tan ricos y diferentes manjares, que solo extrañamos los mariscos. La piscina, con su bar dentro, tiene divisiones para niños mayorcitos y otra para los párvulos. El café, las bebidas y las chucherías fuera del restaurante están disponibles las 24 horas y todo está incluido en el pago del contrato.

Al mar se llega por encima de diferentes entablados que sirven de pasarela para ni siquiera hundir los pies en la arena. Casi todo el turismo es nacional a pesar de lo costoso que resulta al cubano de a pie, pues sale a ochenta y un centavos el minuto. Yo saqué la cuenta. Sáquela usted si quiere y multiplique 81 centavos por los 60 minutos de cada una de las 48 horas que pagamos en el contrato: $2342.00

Claro que vimos algunos decrépitos turistas con sus respectivas muchachas veinteañeras. Parecían abuelos con sus nietas; pero ellas sonreían porque, seguramente, les resulta oportunidad única de permanecer en una instalación con abundante y variada ofertas de comida y un confort excelente en todas partes, solo a cambio de acompañar a un viejecito extranjero que, de seguro, al despedirse de ellas, dejan sustancia suficiente para sortear los precios del nuevo "ordenamiento" y alimentar a sus hijos.

Para colofón de estas crónicas debo confesar que nunca me creí tan importante. En una habitación muy cercana a la mía me situaron un custodio. Si iba al comedor, a solo unas mesas de la nuestra estaba mi guardián; si a la cafetería, allí estaba el hombre cuidando mis espaldas. Cuando fui a firmar el libro de visitas casi corre detrás de mí. Créanme, que en vez de temor, me sentí protegido con toda mi familia.

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