miércoles, 19 de octubre de 2022

ARMAS E INGENUIDAD: FISURAS DE LA DEMOCRACIA

Hay quienes piensan que la democracia es la fórmula más segura para salvaguardar la libertad de los pueblos; aseguran que alcanzar la democracia es el fin y nunca el medio. Sin embargo, se equivocan: la democracia es solo –hasta hoy– la mejor edificación para resguardar esos derechos; no obstante, el problema no resuelto todavía, radica en hallar cómo evitar que el tirano entre y tome posesión de ese edificio, gracias a la democracia, como ha pasado en Venezuela, Nicaragua, Túnez o Rusia.
Porque el edificio de la democracia tiene fisuras. Una de las más llamativas y difíciles de resolver radica en la multitudinaria ignorancia de la ciudadanía y la desidia de aquellos que se dejan llevar por las falsas promesas del futuro tirano. Es regla generalizada que a muchas personas no les gusta pensar, pues es algo que molesta y ocupa tiempo, y conlleva el sacrificio de exprimirse el cerebro al enfrentar los pros y los contras de los cambios políticos, económicos y sociales que están en juego; y por eso se abandonan a que sean otros los que piensen por ellos, dando lugar a la inoculación del virus de la tiranía en sus gobiernos. Entonces el tirano, que aún no lo es, penetra en el edificio de la democracia, aupado por la apatía o la ingenuidad de ciertas mayorías, incapaces de entender que echan por tierra hasta los futuros derechos de sus hijos.
Es vital, como aconsejara nuestro Apóstol, extirpar la ignorancia ciudadana antes de que el tirano se adueñe del poder y convierta las escuelas en centros de adoctrinamiento, la prensa en solo la voz suya y se arrogue la tenencia de las armas.
La democracia occidental que todos conocemos y sirve de cartilla tutelar en nuestro continente, divide los poderes del estado en tres grupos independientes: ejecutivo (gobierno), judicial (jueces y fiscales) y legislativo (en algunos países llamadas cámaras de representantes y senadores, congreso, y en Cuba Asamblea Nacional). Y subordinan al ejecutivo el más poderoso de todos los poderes: el de las fuerzas armadas y el orden interior.
Con las armas a su favor, el tirano cambia a su antojo el legislativo, coloca a su arbitrio seguidores incondicionales que implementan las leyes de acuerdo a su propósito, acomoda a su sombra a jueces y fiscales, y apabulla a gusto periodistas contestatarios, opositores, disidentes y a cuanto se le antoje le haga sombra. Cuando la sociedad que no ha caído en sus manos estalla, entonces reprime sin medir costes ni grado de violencia: es lo que ha pasado en Cuba, Venezuela y Nicaragua. Cuando no tiene el monopolio de los aparatos armados, el intento de tirano sucumbe: es lo que le pasó a Manuel Zelaya en Honduras, y a Evo Morales en Bolivia.
La obediencia de ese cuarto poder –el de las armas, que en realidad es el primero de todos– no debe continuar sujeta al ejecutivo, aún cuando éste haya sido elegido por mayoría poblacional. Es necesario encontrar la fórmula, quizás existente en otras constituciones más probadas, o diversificando las direcciones de esas fuerzas (ejército, marina, aviación, policía, etcétera), hasta lograr un equilibrio que cierre esa fisura que hoy, tanto en gobiernos de izquierda como de derecha, aprovechan los futuros tiranos para perpetuarse. Solo así los pueblos latinoamericanos podrán garantizar democracias duraderas a las futuras generaciones.

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