Después de su última presentación, Freddys Núñez Estenoz le otorga un descanso muy merecido a su grupo de actores jóvenes, luego de llevar al éxito una versión homónima muy libre, pero muy necesaria, de la obra de William Shakespeare: ROMEO Y JULIETA.CU.
Fue un éxito porque el teatro como toda obra de arte debe reflejar lo contemporáneo y sobre todo criticarlo. Y este director no perdió de vista uno de los últimos males que se acrecientan vertiginosamente en Cuba debido a la debacle de nuestra sociedad: el asesinato impúdico y la delincuencia juvenil.
Corre un riesgo terrible, porque echar la culpa abiertamente a las autoridades de este país, aunque le corresponda toda la razón, es jugar directamente con el mono y no con la cadena.
Digo esto porque en el escenario los actores hablan sin pelos en la lengua. Gritan, ruegan, exigen a las autoridades de este país que den prioridad a delitos mortales como el feminicidio y el asesinato para el robo.
El título de la obra puede parecer un pretexto, pero .CU es claramente Cuba.
El libreto aborda muchas de las aristas del desastre social y político que ha convertido al pueblo en ciudadanos temerosos a salir por las noches de sus casas, a una juventud determinada a escapar obviando intereses y familia, mientras una vejez muere por hambre y falta de medicamentos; en fin, un pueblo carente de todo, con tendencia a desaparecer como nación.
Freddy es uno de los intelectuales más estoicos y humanos de nuestra provincia, dispuesto como muchos más a permanecer en esta tierra, y a luchar pacíficamente mediante la cultura, para alcanzar un Estado de Derecho donde quepamos todos por igual, sin odios ni venganzas, pero sí con justicia.
Yo asistí a su penúltima función y quedé maravillado por ese elenco de artistas jóvenes, cuyos parlamentos no salían sólo de un libreto, sino del alma; aquel público fino, intelectual, disciplinado, incapaz de interrumpir con un grito el correr de la escena; aquella conjunción del guión escrito con la última noticia de un asesinato.
Después de las fotos con los jóvenes actores, casi a media noche, regresé a mi casa, en la Plaza de la Santa Ana, dónde vivo. Frente a mi puerta se ejecutaba el ensayo de una conga para los carnavales. Otro centenar de jóvenes, pero esta vez muy diferentes a los que colmaban el teatro, sin importarles la molestia que causa a los vecinos la bulla de sus tambores y sus escándalos groseros, me trasladó a los Montescos y los Capuletos de la obra de teatro acabada de ver. Y me sopapeó el corazón este pesimista mensaje para Freddys:
¡Cuánto trabajo nos falta, amigo mío!
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