La sede del Teatro del Espacio Interior es un pequeño local encima del Teatro Principal de Camagüey. A un costado del emblemático edificio, y a 48 escalones de altura, se alcanza un recibidor donde el público espera que lleguen las nueve de la noche, y alguien lo haga pasar a un vericueto de pasillos oscuros, hasta que se entra a la salita, a oscuras también y casi en el mismísimo escenario.
Unos buenos amigos me invitaron a ver la obra Factoría de idiotas, de Mario Junquera, que fue estrenada el pasado 11 de julio. Apenas escuché su título, supe de antemano cuánto guardaba de estrecha relación con el pueblo de Cuba.
Media docena de actores, disfrazados de payasos con caras tristes, fueron suficientes para inyectarnos la ironía de la puesta en escena: un rey que se confiesa con el papa, y está interesado en conocer si el papa es marxista y si Dios es de derecha o es de izquierda. La reina pícara que, para quedar bien con el mundo, propone a su marido la creación de dos partidos para las elecciones; el rey se asusta, pero ella le explica que un partido será de él y el otro de ella, y así no importa cuál de los dos gane.
Fue muy hilarante cuando los payasos se acercaron a nosotros y nos secretearon que fuéramos a votar y a votar por todos.
En poco menos de 60 minutos recibimos un ametrallamiento de ironías constantes y tan bien acomodadas, que obligan a pensar hasta al menos sagaz. Y hasta ese se percata de por qué la sala del Teatro del Espacio Interior tiene un acceso tan incómodo y su capacidad es tan limitada.
Concluyo esta crónica, incapaz de aglutinar en unas líneas los tantos mensajes de la obra, y asegurando que ella es el grito de dolor de nuestro pueblo representado en una estruendosa carcajada.
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