miércoles, 26 de octubre de 2011

JUANI, LA PUPILA QUE NO CESA, SEGÚN ORIOL MARRERO

A propósito de las palabras de Juan Antonio García Borrero, entrevistado por Jorge Santos Caballero, con motivo del quinto aniversario del foro “Pluralidades” celebrado la tarde del 11 de octubre en 2011, en la UNEAC de Camagüey, Cuba.
Días siguientes a la fecha de arriba, tropiezo con Pedro Armando Junco, titular de este blog; venía de la verdulería, cargado de tres libras de malanga dentro de una javita shopping, a seis pesos la libra. Inicialmente, desde luego, comentamos el descomunal precio de las viandas. (Tema recurrente y sin solución, después de ensayar el país, durante décadas, modelos agropecuarios para estimular la producción —primero estatal, y ahora semiestatal o privada— para así abaratar precios de compra de la población: pero aún cabecean, moribundas, en el fondo del fracaso, los últimos intentos.) Al instante, Junco quiere saber si fui a la conferencia de Juani, y qué se dijo y cuál fue el tema. Sucintamente —porque ¡si querías enterarte hubieras ido!— le reseño que Juani desarrolló la charla tratando el tema de la cultura del Debate y/o el Diálogo en Cuba...
¿Qué debate?, ¿Qué dialogo?, exclamó Junco y abrió la boca, con tal estupor que me recordó el mío, de la infancia cuando, solitario, en el fondo en tinieblas del patio de mi casa, descubrí mi primera estrella fugaz en el horizonte negro de la noche...
Lo anterior pudiera funcionar como metáfora a lo que sigue.
Entiendo el sobresalto de Junco, porque no es frecuente, entre nosotros, salvo espacios muy especializados, conversaciones que aborden estos temas referidos a nuestra circunstancia social, política o económica. Si bien es cierto que nuestro presidente, el General Raúl Castro, ha llamado a que se piense la actual ocurrencia nacional con una nueva mentalidad, no menos lo es que la conducta de cincuenta años sin ese tipo de plática entre nos —y, su hermano mayor, el debate—, bien pueden incapacitarnos para responder con premura a esta singular convocatoria presidencial. Y si no incapacitaran, pudieran retardar el intento.

Dialogo, a mi comprender, no es más que la cordial y desprejuiciada disposición de dos o más personas para comunicarse perspectivas de interés mutuo. ¿Pero es posible esta disposición, tan representativa de decencia, entre nosotros? Con el estigma de la duda, de cualquier manera, digo: tal vez, para evitar el no desperanzador.
¿Por qué el pesimismo?
Los naturales valores del dialogo compatriota, desprejuiciado y debatible, han sido enterrados por la impronta de ese medio siglo de trato arbitrario entre nosotros. (Y es una linda manera de decirlo.) El discurso revolucionario, lejos de alentar una teleología de armonía entre las categorías del tejido social, encaminaba la incapacidad para vernos, todos, como sujetos políticos con derecho a dialogar y, menos, a debatir credos personales, más allá de la posición oficial, que hubieran permitido aceptarnos en una diversidad sociopolítica fecunda y creadora. El desastre vino dado por un mandato rasante, imposibilitador: Dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada. Este ucase era, en sí mismo, ininteligible, y el que se aventurara a desentrañarlo, censurado.
Así sobrevino la intolerancia, que pasó a la diferencia irreconciliable, al geto ideológico, al apartheid político.
Suena duro, fue duro, y no debe avergonzarnos porque fue verdad.
Acabo de escribir fue verdad, llevado por el ansia de que toda incomunicación, intolerancia, judería, quiebra de asumirnos fraternalmente, se venga abajo, traicionando la actual disposición de nuestro presidente.
Porque para dar el primer paso en busca de ese objeto, se necesita que el vecino que me odió no corra, nuevamente, a sembrar cizaña porque me ha escuchado hablando mal de la Revolución, y —también— que yo no le aborrezca porque su falta de intolerancia (su incapacidad cognoscitiva) no le permite aceptar como posibles las corduras que expongo y, menos, mi derecho a dialogar y debatir.
Se necesita llegado ya el tiempo en que los fundamentalistas —acaso guiados, a su manera, en la búsqueda del bien común— y los heterodoxos, no avivemos el fuego de los sectarismos y corramos, de mano en mano, los cubos de agua para apagar el fuego de la terquedad infecunda, para que la patria no arda en el desconcierto hasta las cenizas.
De alguna manera, lo anterior, implícito en las palabras de Juani, desataba un montón de derivaciones en la mente de los congregados en el salón de eventos de la UNEAC, dispuestos, entonces, a agrandar el debate...
Lo sombrío es que la entrevista a Juani, alternada por Santos Caballero —un apreciado amigo, asaz tiranuelo e impertinente—, no pudo ensancharse más allá de ese momento que iniciaba su continuación medular: sombrío porque, ¿cómo entender el diálogo, y el debate, si en su instante de mayor Luz, Santos lo detiene? ¿Por qué, si la convocatoria para el mismo se efectúa bajo el elogio de Pluralidades?
Extraño contrasentido el de este Santos: se parece al del vecino invitado a repensar esta época con una nueva mentalidad, pero condicionamiento no alcanza a proveer el dialogo sin miedo, el debate sin cortapisas —más allá de lo fecundador—, un imposible vecino al que la servidumbre de otro período ha lastrado su capacidad de condicionar las saludables formas de entender e interpretar nuestro cubano mundo de hoy, que evitará y excluirá a protagonistas tortuosos por anquilosados...
Entonces, al despedirnos, Junco recordó que Rilke apuntó algo sobre la incoherencia de los ángeles —primos hermanos de los Santos—, y me pidió un comentario para colgarlo en su blog.

Oriol Marrero Barreras.

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