Los blogueros de la UNEAC

No todo el pueblo está listo, ni tiene facultad para catalogar con acierto las acciones que toma su gobierno a la hora de pretender desarrollar su país. Es difícil a veces, hasta para la persona más sensata, declarar conveniente o desafortunada una determinación gubernamental, sobre todo cuando surge abruptamente por medio de un decreto. Los decretos son, de antemano, antidemocráticos; pero no por ello quedan fuera de las posibilidades del Gobierno como una medida de urgencia en casos especiales.
Sin embargo, dentro de toda esa masa poblacional que llamamos pueblo, se discuten esas resoluciones y puede esclarecerse, tras escuchar el criterio de muchos, qué espera la gente de su gobierno. (De hecho, esto es un criterio muy marxista.) Es entonces cuando corresponde a los más lúcidos expresarse con mayor claridad, como voceros de aquellos que no logran conseguirlo por falta de oratoria o acaso por no conocer los medios idóneos para hacerlos públicos.
En la filial provincial de la UNEAC, casi siempre entre las horas que ofrece servicio de Internet el laboratorio informático, nos reunimos los blogueros miembros de esta institución a la espera de una máquina disponible –en estos momentos solo tres funcionan –y discutimos temas muy interesantes, cuyos contenidos muchas veces enriquecen los posted que próximamente saldrán a la luz. Y precisamente, hace pocos días, comentábamos la necesidad de exponer sin temores, para bien de nuestra sociedad, todo cuando tengamos que decir. Alguien opinó que esto fortifica a la Revolución; y yo estoy totalmente de acuerdo. Los puntos de vista de nuestra crítica pueden ser la rémora que limpie de parásitos dañinos al escualo, si este es capaz de soportarlos y permitirles la desinteresada ayuda que ofrece. Y hago hincapié en este último detalle puesto que ninguno de los blogueros de la UNEAC, percibimos un centavo por esa labor profiláctica que desarrollamos.
También es cierto que no siempre lo que el pueblo desea es lo que más le conviene, porque las masas se dejan llevar por los medios informativos, que raras veces son imparciales, y siembran en ellas ideas que luego apoyan aunque vayan directamente en su contra. Es hartamente conocido que el mundo de hoy sufre la peor dolencia informativa de todos los tiempos; en épocas remotas, para creer en algo o en alguien, había que llegar hasta el predicador de una doctrina –fuera ésta la mejor o la peor de todas –, plantarse muy cerca de él y escucharlo, para salir de allí convertido en su discípulo o en su antagonista. Hoy, desde la temprana edad de un parvulito, gracias a los modernos medios de difusión, en cualquier sitio de la tierra se le enseña al hombre amar u odiar a determinadas personas y sistemas. Por fortuna, el ser humano tiene la capacidad, cuando llega a una edad determinada, de liberarse de estos adoctrinamientos. Pero solo algunos abren los ojos y descubren que los han manipulado, porque otros –y son la mayoría que, por no exprimirse el cerebro en pensar, permite el tacón sobre su cabeza –prefieren dejarse llevar por el camino de las prebendas y el acomodamiento, el temor a los cambios y la falsa resignación esperanzadora, de que fuera de ellos alguien velará por su futuro.

Gobernar un país tampoco es igual que administrar una finca propia –aunque a muchos gobernantes les ha dado por pensar que es lo mismo –. Gobernar un país, si me permiten el símil, es lo más parecido a crear y cuidar de una familia. Los gobernados son como pequeñuelos traviesos que corren, juegan y hacen travesuras, pero cada día crecen un tantito así y desean abrirse paso independientemente en la vida. Los dirigentes subalternos puede que se parezcan a la esposa que ayuda en la educación, la salud, la alimentación y el fortalecimiento espiritual de cada muchacho, y como ella, si es virtuosa y altruista, puede contar el esposo para sacar adelante una familia ejemplar y feliz; tanto en el caso de esposas adúlteras como de dirigentes subalternos corruptos, las consecuencias las pagan siempre los hijos y la ciudadanía.
Y si continuamos con la similitud, es al padre de familia –o sea, quien gobierna –a quien corresponde el deber de que sus muchachos crezcan saludables, cultos y bien alimentados, como tenerle el ojo puesto al ama de casa, no sea que esta desatienda la prole y dedique los medios económicos que el marido trae al hogar en trajes de lujo para lucir a su amante, mientras los niños carecen de todo aquello que ella derrocha indolente y despreocupada.
Por eso es tan importante para una sociedad el afilado criterio de una crítica libre. El crítico ha de ser el mejor amigo y camarada del dueño de la casa. Y ese señor, no como ocurre en la mayoría de las ocasiones en ambos casos, debe poner oídos claros a la llamada de alerta de aquel que lo critica respetuosamente, pero con entera libertad. No se es periodista, ni escritor, ni artista, cuando no se tiene valor para poner sobre el tapete los desmanes de aquellos que, haciéndose pasar por ejemplares, son todo lo contrario. Y menos aún cuando el intelectual no sea capaz de poner el dedo sobre la llaga del error administrativo que está llevando la economía a niveles subterráneos. Hacen falta ideas y las hay, pero todavía acorraladas por el temor de exponerlas y que caigan mal en las altas esferas gubernamentales, porque ese es un riesgo muy costoso que se corre: el riesgo a ser aplastado como una cucaracha.
–¡Con estos palos, quién duerme! –me diría un amigo, muy preocupado por la manera de plantear las verdades en mi blog.
Sin embargo, vale la pena correr el riesgo y dar la alerta. ¿Por qué no?

Pedro Armando Junco