Es imposible exigir a una película fantástica, encasillada en un marco surrealista, onírico, irreal, que al sincretizar con la fantasía el problema social que aborda, lucre de capacidad suficiente en solo dos horas de duración para agrupar el tema de la generalidad cubana con todas sus aristas. Es por eso que no podemos ser tan incisivos a la hora de criticar la omisión de una capa social existente, que no es precisamente ni el disidente ni el antisocial: únicos elementos que aparecen y mueven la trama fílmica.
Luego de leer la crítica a este filme por ÉDGAR SOBERÓN TORCHÍA, coincido con él en que hubo algo de cobardía en eso:
…era un filme cobarde que hacía distinciones y no aludía a la dirigencia zombi, de la cual, peor aún, no había una sola imagen en el filme: nada de esa clase dominante que veo en 4x4s en las avenidas de La Habana, en supermercados, hoteles y restaurantes de lujo de la ciudad, y en festivales internacionales de cine, que, a mi juicio y a tono con la comedia clásica occidental, debió ser el blanco de esta supuesta “sátira gore-mordaz.
Esta “omisión” cometida por Alejandro Brugués, producto acaso del terror blanco que todos padecemos, pudo haber sido la causa de no meterse con un grupo social muy bien establecido, capaz de “pasarle la cuenta” a sus críticos utilizando los medios menos susceptibles a la mirada gorda de la población, y hasta puede catalogarse muy bien como algo entre el miedo y la prudencia. Solo nosotros, quienes tenemos muy poco o nada que perder –me refiero a los blogueros independientes –, somos capaces de correr ese riesgo. En mi artículo crítico sobre el filme Habanastation dejo escrito lo que también pudiera decir de esta película:
Y pienso que allí es donde está el talón de Aquiles de la película. Una férrea crítica a los artistas que han escapado del medio social en que vivimos los “cubanos de a pie” y no para todos esos cubanos que, sin ser artistas, ni deportistas, ni intelectuales, ni material humano arrendable, usan chapas diferenciadas en sus carros y se dan estupenda vida. Creo que al director de Habanastation se le escapó el detalle de estos cubanos que tienen carros estatales como suyos, pero que además poseen un chofer particular cuyos gastos sufraga el Estado junto al combustible que consumen, que viven en mansiones que ni construyeron ni compraron, y las han adquirido de forma gratuita avitualladas con todo tipo de comodidades; que todos los años visitan Varadero con sus familias; muchos de ellos viajan al exterior tanto o más que el jasista del filme, se alimentan también con pollos asados de nueve libras y en sus mesas no faltan los mariscos y el bistec anatema para el ciudadano común y corriente.
Pero no considero a JUAN DE LOS MUERTOS un filme basura, como este crítico lo cataloga, sino el mejor de la trilogía de estrenos que se presentaron esta vez en el TALLER DE LA CRÍTICA.
Es una comedia fantástica. Nos hace reír a carcajadas; y lamento mucho que Soberón Torchía –quizás por no pertenecer a nuestra estirpe criolla –no se haya divertido con ella como yo pude hacerlo desde el principio hasta el final de la proyección.
Tampoco es una película de terror como algunos han pretendido clasificarla, sino una comedia de humor negro que sienta pautas en la cinematografía cubana. Los zombies, –o “muertos vivos” –lejos de producir horror, causan carcajadas. Los actores están diseñados con ironía constante y picaresca, propia de la idiosincrasia criolla. La manera de hablar, de vestir, de caminar de cada uno de ellos es la fotografía de alguien que conocemos en nuestro barrio y con quien tropezamos diariamente en la calle, desde el mariconcito con rostro de mujer, hasta el grandullón con horror a la sangre.
JUAN DE LOS MUERTOS es una película nacionalista –antiimperialista si queremos estamparle ese calificativo revolucionario –. Aquella escena en la que aparece el americano salvador, es el sello de la negación del cubano –ese cubano delineado injustamente como marginal –a recibir la salvación de manos extranjeras hasta en las más difíciles situaciones. Acaso está allí uno de sus principales mensajes: resolver nuestras dificultades por nosotros mismos.
Cierto es que los zombies no están debidamente encuadrados en nuestra realidad debido a que, como dije antes, la policromía de nuestras características es demasiado amplia para ser abarcada en solo un grupo social. No obstante a esto, el otro grupo, el de los llamados “marginales”, no solo afecta a un alto porcentaje de la población cubana de hoy, sino que es muy bien retratado por el director. Es, a mi modesto entender, un grupo similar al que se marchó de Cuba en la primavera de 1980 por no encontrar acomodo social ni perspectivas futuras promisorias y que, luego, en el exilio, ha dejado de ser, en su mayoría, el grupo circunstancialmente registrado como escoria social, vituperado y apabullado a huevazos por brigadas cederistas, por cierto, muy bien estructuradas. El pueblo cubano, el de a pie, el del obrero honrado que trabaja por un salario insuficiente, distanciado años luz del nivel de vida de la clase dirigente o de los pocos afortunados en el arte y los deportes, sin misiones al extranjero en su haber, ni fisura económica administrativa o burocrática que degustar, se ha visto impelido, en su mayoría, a pertenecer a esta clase relegada, con el único propósito de sobrevivir cuando se renuncia de por vida al desarraigo patrio. Frases claves en el guion, referentes a nuestra realidad actual y urgente, nos dan la medida del mensaje que Brugués pretende enviar.
– ¿Y si se mete otros cincuenta años más?
– Al final el capitalismo nos va a pasar la cuenta.
Sobre todo, esos razonamientos de Juan, al cierre –que me han sido imposibles de atrapar para esta crítica –sacan lágrimas a los ojos de quienes nos hemos negado a emigrar en busca de horizontes más abiertos y que solo quisiéramos un país con mayores posibilidades para todos, como lo soñara nuestro divino Apóstol.
Las estelarísimas actuaciones de Alexis Díaz de Villegas y Jorge Molina me trajeron de inmediato la reminiscencia del hidalgo manchego y su fiel ayudante. Pienso que hasta en el físico de los actores retrató el director aquellas legendarias figuras: soñador el uno, pragmático el otro, como se nos muestran ambos a lo largo de toda la película.
Y tampoco debemos pasar por alto la figurita de la Virgen de la Caridad del Cobre que, desde el capó del carro convertido en lancha migratoria, acompaña a los desesperados que buscan otro lugar donde carenar sus aspiraciones.
Pedro Armando Junco
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