miércoles, 25 de abril de 2012

Simple opinión sobre la película “Y sin embargo…”

No pretendo opinar en cuestiones de relevancia técnica propias de este filme que se estrena en Camagüey por estos días, porque para ello la provincia tiene, indudablemente, con figuras mucho más capacitadas que yo. Para un análisis crítico en detalles de montaje, escenografía, ambiente, fotografía y tantos otros pormenores inherentes a este tipo de arte, nadie mejor que mis amigos Juan Antonio García Borrero y Armando Pérez Padrón, especialistas al más alto nivel en nuestro país y residentes en nuestra provincia.
En mi opinión, este filme dirigido por Rudy Mora, cuyo guión también le pertenece, es, sin duda, una película para niños y jóvenes inteligentes, sin que por ello demerite en lo artístico y carezca de interés para los adultos que piensan. De hecho, los niños y adolescentes que allí actúan, crema y nata de nuestros más ingeniosos chicos, pertenecen al grupo dramático infantil La colmenita y presagian una rica cantera de futuros actores llamados a llenar gran parte del vacío artístico que golpea el éxodo interminable de los más estelares actores del patio. Es el arte el calidoscopio mágico que permite a cada espectador obtener una mirada diferente a las demás, y por lo que a mí corresponde, quiero expresarlo con entera confianza.
Fui a ver la película al cine Guerrero y llevé a mi niña. Sentí una alegría singular al descubrir que Manuel Porto está en Cuba todavía llevando a cabo actuaciones impactantes, ayudado sin duda por esos ojos inconfundibles y únicos en el cine cubano. Vi una Laura de la Uz que desdobla la dulzura natural de su persona en la rigidez de una directora fundamentalista; un Silvio Rodríguez al que no le bastan “la gloria” y los millones de dólares que sus canciones le han aportado y ahora, al estilo de Alfrec Hitchcock, quiere inmortalizar su imagen obesa en el celuloide.
¡Pero me encantó la película! Mi niña regresó a la casa pletórica de envidia y deseos de pertenecer a La colmenita. Me planteó muchas interrogantes sobre los platillos voladores y, sobre todo, por qué abochornaban e intentaban destruir al niño que alcanzó ver a unos OVNI.
Así que tuve que explicarle, por supuesto, que la cuestión de los platillos voladores es una interrogante eterna para el hombre, porque nadie ha podido aseverar que existan o no; que los seres humanos son proclives a meter las narices y discutir cuestiones que le son poco inherentes, mientras apartan la mirada a los tantos problemas internos que les quedan por resolver. Por supuesto, no le quise poner de ejemplo el periodismo oficialista cubano, porque ella solamente tiene diez años… Pero a mi esposa, quien también nos acompañaba esa noche a la puesta en escena, pude ofrecerle la opinión más sincera sobre los invisibles platillos voladores de Rudy Mora.
Pienso que el cine cubano es el más revisionista de todo nuestro ámbito cultural y artístico. Y digo revisionista en el mejor sentido de la palabra, porque es el medio por excelencia, mejor aún que la pintura, para sacar las castañas del fuego sin quemarse –aunque a veces, como en el caso de “Alicia”, se han levantado ampollas de importancia –y decir eso que chamusca por dentro y la censura y la autocensura prohíbe comunicar al público. Algo que me ha chocado siempre es que al pueblo de Cuba le sea tan difícil disfrutar de filmes como Alicia en el pueblo de maravillas, Guantamera, y muchas otras donde la crítica social dice presente.
Si mi niña se asustó muchísimo con aquellas dos mujeres que de manera idéntica marchaban y se movían con rigidez militar dentro del plantel escolar, no menos la sorprendió la actitud cobarde de la maestra del grupo y el dañino carácter del jovencito con aire de jefe, dispuesto a escalar en jerarquía gracias a su “intransigencia revolucionaria”. Ese aplastamiento total de una persona por emitir criterios propios es, a mi modesto entender, el mensaje estelar de la película. Y digo más: pienso que nunca se había hecho una fotografía mejor lograda en recordación a Heberto Padilla y la autocensura a que fue sometido allá por los años sesenta. Detrás de aquel andamiaje de comedia musical infantil, se halla la dura crítica a la censura y el inmovilismo que padece nuestro país por más de medio siglo. Es el pastel amargo de la realidad social cubana recubierto por un hermoso merengue de chocolate.
El momento culminante del mensaje –pienso yo –radica en la tonada que la nomenclatura del claustro pedagógico ordena callar infructuosamente. “¡Detengan esa canción!” dicen y repiten una y otra vez. Sin embargo, la canción continúa, como hace siglos aseveró Galileo el movimiento de la tierra y cuya frase célebre ha dado título a esta película. ¿Será esta acaso aquella canción de protesta que inauguró con el premio de un libro de versos Heberto Padilla? ¿Será esta la canción de La patria es de todos, o El proyecto Varela? Puede ser, ¿por qué no?, la canción protesta de Generación Y de Yoani Sánchez que une sus acordes incisivos a los juveniles de la última generación e indiscutible inteligencia y valentía del tunero Eliécer Ávila, quien desde posiciones revolucionarias cuestiona el camino por el que se pretende llevar a feliz término el destino independentista de Cuba y el futuro promisorio para toda la ciudadanía y no solo para un grupo de privilegiados. ¿Alcanzan los arpegios de aquella guitarra el reciente grito de Andrés Carrión frente al Presidente del país y del papa Benedicto XVI?
Pienso, además, que el escape del niño, desesperado, hacia ese paisaje onírico o virtual que presenta la película en sus finales, es el alerta que Rudy Mora le brinda a quienes únicamente pueden resolver los grandes problemas de inmovilismo que hoy padece la sociedad cubana.

Pedro Armando Junco

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