miércoles, 6 de junio de 2012

Camagüey 500 y los mendigos callejeros…




Recuerdo la vez que, tomado de manos de mi madre, salíamos de la peletería “La Principal”. Este establecimiento existe todavía en el paseo peatonal de la calle Maceo, centro comercial insignia de nuestra amada ciudad. La peletería “La Principal” conserva el mismo esplendor de antaño, aunque ahora sus mercancías se venden en moneda convertible, 25 veces de mayor equivalencia al peso salarial de los trabajadores cubanos.
Eran los años del batistato. Pertenecíamos a la clase media más humilde, pero dicho estatus nos permitía comprar los calzados en esa tienda de lujo aunque fuera una vez al año. Yo tendría apenas cinco o seis años, pero lo recuerdo perfectamente: al salir del local, en el mismo portalón del establecimiento, algunas personas echadas en el piso pedían limosnas. Nunca he podido olvidar aquel señor lisiado, con las piernas quebradas y sonrisa idiota, que no acertaba siquiera a emitir palabras, con una cajita en el regazo y algunas monedas dentro. Ahora me pregunto: ¿Quién lo llevaba y lo situaba en ese lugar para ejercer lo que, para ellos, era su trabajo? Recuerdo también, aunque con menos nitidez, la mujer con la niña impedida entre sus brazos, echada también en el piso, repitiendo a todo transeúnte la consabida frase de los limosneros. Para los lugareños aquel cuadro resultaba indiferente por su cotidianidad; pero mi madre, campesina de cepa, que solo visitaba la ciudad dos o tres veces al año, se sintió impactada. Sacó de su bolso una moneda de plata –en los tiempos del batistato, menos las monedas de cinco centavos, nuestro menudo era de plata –y me la entregó para que se la alcanzara al pobre hombre.
Yo, curioso desde entonces, al acercarme a la cajita del miserable, vi como brillaba entre un grupo de monedas plateadas un medio de cobre –moneda de cinco centavos –. Así que, llamado por la curiosidad, deposité la peseta y tomé el medio. Todo esto sucedía ante la imborrable sonrisa del pobre idiota que nada dijo ni nada hizo por impedirlo. Cuando regresé al lado de mi madre esta se horrorizó, me regañó quedito –cosa inusual en ella, pues siempre que me regañaba lo hacía con voz sonora –y me ordenó de inmediato devolver al pobre mendigo lo que le había robado. Por eso es que nunca más he olvidado la escena: porque al regresar y echarle otra vez su medio amarillo en la cajita, continuó mirándome con la misma sonrisa tonta y descentralizada.
La mendicidad callejera será por siempre el bochorno de los que gobiernan. El gran sueño del Apóstol fue una república que garantizara a cada hijo suyo, como sucede en las ejemplares familias, el pleno decoro de la existencia, la vigilancia paternal desde el primero hasta el último de sus hijos. De igual manera que un excelente padre toma mayor interés en el cuidado del hijo enfermo, torpe o discapacitado, la república que nos señaló el Maestro sería “con todos y para el bien de todos”. Las riquezas materiales de Cuba en la época del batistato habrían valido un comino a la hora de alcanzar el encomio martiano a la vista de aquella pléyade de mendigos y limosneros.
Al triunfar la Revolución se acabaron los mendigos de la calle Maceo. Mejor: se acabaron todos los mendigos. Y debo decirlo y proclamarlo como una de las actuaciones más hermosas del Gobierno Revolucionario. Nunca he sabido qué hicieron con ellos, pero es de suponer que internaron en asilos a los más necesitados, y se les ofreció ayuda a quienes todavía pudieron desarrollar alguna labor que le proporcionara el sustento.
¡Eso es historia!
Sin embargo, actualmente están surgiendo nuevas variedades de mendigos callejeros tan deplorables como aquellos de cuando fui niño. Hace muy poco los descubrí en La Habana y nada tienen que ver con “El Caballero de París”. Son los llamados “buzos y tanqueros”. Anda por ahí un documental muy deprimente que presenta a estos elementos marginales buscándose la vida, metidos de cabeza revolviendo en los tanques de basura –de allí el nombre de buzos –para extraer los desechos que puedan servir todavía a las personas en extrema pobreza.
Y su ola gigantesca está invadiendo a nuestra bella ciudad. Como en Camagüey carecemos de contenedores de basura –entre otra miríada de cosas –y la ciudadanía tiene que colocar los desechos hogareños en una bolsita de polietileno –en cubano llamadas Cubalse –a orillas de la acera, alrededor de un poste eléctrico o, no importa el ornato público, colgada en la verja de la ventana que da a la calle, para que luego el basurero municipal las recoja, surge a la media noche un grupo de noctámbulos que destrozan los embalajes y, luego de hurgar en ellos en busca de algo que les pueda servir, dejan aquel reguero en medio de la calle. 
Pero hay otra clase de mendigos mucho más preocupante y urgente a la sociedad: los alcohólicos empedernidos. Cada día son más y se les encuentra en cualquier sitio, casi siempre acompañados por uno, dos, o más compañeros. Visten harapos, carecen totalmente de limpieza, muchos desdentados, cojos y depauperados. Al parecer son rechazados en sus hogares o carecen de ellos y pernoctan en los parques y los portales de establecimientos públicos. Nada se sabe de qué y cómo se alimentan.
–Afortunadamente –manifestó un amigo hace algunos días con irónico humor negro –los entierros todavía son gratuitos.
Si, como nos enseñó el Maestro, “hombre es aquel que estudia las raíces de las cosas…”, ¿qué estamos esperando para examinar objetivamente y con total honestidad el por qué tantos hombres útiles en nuestro país se autodestruyen en el alcoholismo y la rapiña? 
Me atrevo a proponer un referéndum donde los ciudadanos pensantes de la ciudad, fuera del alcance burocrático de las organizaciones, expresen sus opiniones al respecto y propongan las soluciones a tomar en casos como el que hoy me ocupa y cuyos resultados sean difundidos por todos los medios, como corresponde a un Gobierno democrático como es el nuestro. 
A falta de esta posibilidad, teniendo en cuenta que el triunfo revolucionario dio prioridad a la eliminación de esta clase social que constituye el último eslabón de la cadena, ¿qué piensa hacer con ellos el Gobierno de nuestra provincia, enfrascado de lleno en embellecer al máximo la ciudad, para recibir por todo lo alto el aniversario 500 de su fundación?

Pedro Armando Junco

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