lunes, 30 de julio de 2012

La masajista



          ¡Bravo por la policía camagüeyana! Fue el 19 o el 20 de este mes cuando por fin cayó en manos de la policía “la masajista”, una mulata de unos cincuenta años, de piel curtida por el sol, manos ásperas y pelo encaracolado. Lo inconfundible de su persona, que me permitió reconocerla al momento, es una boca comprimida con pliegues gruesos y unos ojos verdes convexos y ceñudos, que mucho tienen que ver con el resto de su grotesca persona.
Me citaron para reconocerla. Encontré allí, por igual motivo, a varios ancianos y ancianas que conforman, como victimas, algunos de los más de cincuenta atracos perpetrados por aquella serpiente humana cuyo modus operandus escoge a personas de la tercera edad, sobre todo ancianos y ancianas con disfunciones físicas y motoras.
Cuando hace algunos meses llegué a la estación policial a formular mi denuncia y conté al investigador que una mujer con esas características había invadido mi casa insinuándose eróticamente, y en un abrir y cerrar de ojos sacó la cartera de mi pantalón sin que yo hubiese sentido el más ligero tanteo, puntualizó muy serio:
–A esa mujer la estamos siguiendo desde hace tiempo y no hemos podido capturarla todavía; pero váyase tranquilo que apenas la tengamos se le avisa.
 No obstante, su especialidad no es como carterista. Se proyecta –mejor, se proyectaba –con disímiles pretextos en cualquier domicilio donde hubiera seguido de antemano que algún anciano viviera solo o permaneciese solo en determinado momento, hasta penetrar en el domicilio. Encontré, entre los que fuimos a reconocerla ese día, a un señor que apenas logra caminar, al cual le prometió curarle sus dolencias con masajes y exorcismos. Como el anciano vivía con su esposa, mandó a esta a buscar algunas yerbas en el patio de la vivienda y, luego de llevar a la cama al enfermo, le practicó tantos retorcimientos en el cuello que lo dejó aturdido. Por la noche, a la hora de dormir, fue que se percataron de que faltaba la cadena de oro de mucho valor que lucía en su cuello el anciano enfermo.
Otra señora septuagenaria no le permitió traspasar la reja de su patio. Sin embargo, la masajista insistió con persistencia en pasar para ayudarla a recuperarse de no recuerdo qué dolencia; al comprobar que la dueña estaba dispuesta a no cederle la entrada, la tomó de las manos y se las frotó con fuerza hasta que al descuido tocó el pronunciado esternón de la señora y se marchó. También a la hora de dormir aquella anciana se enteró de la ausencia de su alianza en el dedo y su cadena en el cuello.
Su última aventura la llevó a cabo con una mujer de sesenta y dos años, fuerte y lúcida, que en su fachada había colgado un anuncio de permuta. Después de pasar a ver el inmueble y repetirle muchas veces que le agradaba para el cambio, indicó a la dueña una posible dolencia en el cuello y allí mismo, con dos o tres toques mágicos despojó también a la mujer de su cadena de oro.
¡Pero son más de cincuenta las denuncias de este tipo! La masajista es una profesional del hurto, del asalto en la calle, del robo con violencia. A veces se acompañaba de un hombre en bicicleta que le servía de pala o móvil para escapar cuando perpetuaba un asalto en plena calle. Son tantas las historias que se cuentan de esta mujer que pudieran escribirse muchas crónicas y conformar un libro. Afortunadamente en Cuba está prohibido el uso de armas de fuego y nuestros “malandros”[1] tienen que operar con armas blancas o apelar al subterfugio de su inteligencia con engaños de todo tipo.
En el gobierno de Gerardo Machado no existía este tipo de malhechores, porque los ahorcaban o les aplicaban la ley de fuga[2]. Hoy luchamos por la eliminación de la pena de muerte en cualquiera de sus formas, porque el derecho a la vida es el más importante de los derechos humanos. Simpatizamos, inclusive, con la condena perpetua para aquellos que hayan cometido delitos abominables, pero nunca la pena capital. A fin de cuentas, como he dicho en otras ocasiones, la muerte no duele. Pero la concienciación de una vida carcelaria total, ha de ser el más doloroso de los castigos.
Desafortunadamente, como diría Máximo Gómez, los cubanos vamos siempre de extremo a extremo. Todavía en nuestro país no se ha derogado la ley de la pena de muerte por fusilamiento y, por otra parte, las leyes penales son muy flexibles con los delincuentes; también las condenas carcelarias se flexibilizan tanto, que muchos elementos de este tipo, cuando son sentenciados a cautiverio, comentan con una sonrisa a flor de labios: “Voy para la beca”.
Según cuentan testigos presenciales, cuando llegaron a detenerla la masajista intentó escapar saltando a una casa vecina. Penetró en una habitación, se desnudó por completo y se acostó en una cama donde dormía otra mujer. Su perspicacia ponía en juego la ética policial, puesto que desnuda, no serían capaces de molestarla. Pero no le sirvió de mucho la maniobra ya que no llegó a esconder la ropa que traía y la reconocieron de inmediato.
En todas las sociedades del mundo existe este tipo de pillaje. De manera que no se puede culpar a la sociedad en que vivimos de la existencia de elementos como esta mujer. Las personas honradas nunca serían capaces de perpetrar acciones de este tipo aunque se encuentren en la última de las indigencias; existe aún algo de humanidad interior en el alma de un sujeto normal, que le impide, por más miserable que sea, acometer actos tan abominables como lo es aprovecharse de la senectud de su prójimo para saquearlo inescrupulosamente. No obstante a lo anterior, otros delitos menores de corrupción sí están apareciendo en el ámbito social contemporáneo que tienen que ver con las perentorias necesidades de la población y que nos convierte a todos en cómplices de irregularidades por la supervivencia. Pero dejaré para otra ocasión tratar este tema.
Todavía queda mucho por hacer a la policía: descubrir el “pala” que acompañaba a la masajista en sus siniestras aventuras y atrapar al joyero que, seguramente, adquiría a buen precio sus alhajas de oro.
Solo me resta, desde la modestia de mi blog, exhortar a los magistrados de los tribunales camagüeyanos, a tener en cuenta no solo el delito frío de la estafa y el asalto, sino también la aberración mental de la detenida a la hora de escoger sus objetivos, como la inalterable política carcelaria cubana que brinda igualitariamente sus prerrogativas a presos por delitos menores igual que a serpientes venenosas de este tipo.

Pedro Armando Junco


[1] Nombre con que se describen en Venezuela a los asaltantes callejeros.
[2] La ley de fuga permitía a las autoridades disparar a matar al delincuente que intentara escapar. En el gobierno de Gerardo Machado, cuando querían eliminar un reo después de capturado sin llevarlo a juicio, lo trasladaban a campo abierto y le ordenaban que se marchara, que estaba liberado. Apenas el convicto tomaba el camino le disparaban hasta asesinarlo y luego presentaban ante el tribunal, como justificación, la ley de fuga.

No hay comentarios:

Publicar un comentario