Me citaron para reconocerla.
Encontré allí, por igual motivo, a varios ancianos y ancianas que conforman,
como victimas, algunos de los más de cincuenta atracos perpetrados por aquella
serpiente humana cuyo modus operandus escoge a personas de
la tercera edad, sobre todo ancianos y ancianas con disfunciones físicas y
motoras.
Cuando hace algunos meses llegué
a la estación policial a formular mi denuncia y conté al investigador que una
mujer con esas características había invadido mi casa insinuándose eróticamente,
y en un abrir y cerrar de ojos sacó la cartera de mi pantalón sin que yo
hubiese sentido el más ligero tanteo, puntualizó muy serio:
–A esa mujer la estamos
siguiendo desde hace tiempo y no hemos podido capturarla todavía; pero váyase
tranquilo que apenas la tengamos se le avisa.
No obstante, su especialidad no es como
carterista. Se proyecta –mejor, se proyectaba –con disímiles pretextos en
cualquier domicilio donde hubiera seguido de antemano que algún anciano viviera
solo o permaneciese solo en determinado momento, hasta penetrar en el domicilio.
Encontré, entre los que fuimos a reconocerla ese día, a un señor que apenas
logra caminar, al cual le prometió curarle sus dolencias con masajes y exorcismos.
Como el anciano vivía con su esposa, mandó a esta a buscar algunas yerbas en el
patio de la vivienda y, luego de llevar a la cama al enfermo, le practicó
tantos retorcimientos en el cuello que lo dejó aturdido. Por la noche, a la
hora de dormir, fue que se percataron de que faltaba la cadena de oro de mucho
valor que lucía en su cuello el anciano enfermo.
Otra señora septuagenaria no le
permitió traspasar la reja de su patio. Sin embargo, la masajista insistió con
persistencia en pasar para ayudarla a recuperarse de no recuerdo qué dolencia; al
comprobar que la dueña estaba dispuesta a no cederle la entrada, la tomó de las
manos y se las frotó con fuerza hasta que al descuido tocó el pronunciado
esternón de la señora y se marchó. También a la hora de dormir aquella anciana
se enteró de la ausencia de su alianza en el dedo y su cadena en el cuello.
Su última aventura la llevó a
cabo con una mujer de sesenta y dos años, fuerte y lúcida, que en su fachada
había colgado un anuncio de permuta. Después de pasar a ver el inmueble y
repetirle muchas veces que le agradaba para el cambio, indicó a la dueña una posible
dolencia en el cuello y allí mismo, con dos o tres toques mágicos despojó
también a la mujer de su cadena de oro.
¡Pero son más de cincuenta las
denuncias de este tipo! La masajista es una profesional del hurto, del asalto
en la calle, del robo con violencia. A veces se acompañaba de un hombre en
bicicleta que le servía de pala o móvil para escapar cuando perpetuaba un
asalto en plena calle. Son tantas las historias que se cuentan de esta mujer
que pudieran escribirse muchas crónicas y conformar un libro. Afortunadamente
en Cuba está prohibido el uso de armas de fuego y nuestros “malandros”[1] tienen que
operar con armas blancas o apelar al subterfugio de su inteligencia con engaños
de todo tipo.
En el gobierno de Gerardo
Machado no existía este tipo de malhechores, porque los ahorcaban o les
aplicaban la ley de fuga[2].
Hoy luchamos por la eliminación de la pena de muerte en cualquiera de sus
formas, porque el derecho a la vida es el más importante de los derechos
humanos. Simpatizamos, inclusive, con la condena perpetua para aquellos que
hayan cometido delitos abominables, pero nunca la pena capital. A fin de
cuentas, como he dicho en otras ocasiones, la muerte no duele. Pero la
concienciación de una vida carcelaria total, ha de ser el más doloroso de los
castigos.
Desafortunadamente, como diría
Máximo Gómez, los cubanos vamos siempre de extremo a extremo. Todavía en
nuestro país no se ha derogado la ley de la pena de muerte por fusilamiento y,
por otra parte, las leyes penales son muy flexibles con los delincuentes;
también las condenas carcelarias se flexibilizan tanto, que muchos elementos de
este tipo, cuando son sentenciados a cautiverio, comentan con una sonrisa a
flor de labios: “Voy para la beca”.
Según cuentan testigos
presenciales, cuando llegaron a detenerla la masajista intentó escapar saltando
a una casa vecina. Penetró en una habitación, se desnudó por completo y se
acostó en una cama donde dormía otra mujer. Su perspicacia ponía en juego la
ética policial, puesto que desnuda, no serían capaces de molestarla. Pero no le
sirvió de mucho la maniobra ya que no llegó a esconder la ropa que traía y la
reconocieron de inmediato.
En todas las sociedades del
mundo existe este tipo de pillaje. De manera que no se puede culpar a la
sociedad en que vivimos de la existencia de elementos como esta mujer. Las
personas honradas nunca serían capaces de perpetrar acciones de este tipo
aunque se encuentren en la última de las indigencias; existe aún algo de
humanidad interior en el alma de un sujeto normal, que le impide, por más miserable
que sea, acometer actos tan abominables como lo es aprovecharse de la senectud
de su prójimo para saquearlo inescrupulosamente. No obstante a lo anterior,
otros delitos menores de corrupción sí están apareciendo en el ámbito social
contemporáneo que tienen que ver con las perentorias necesidades de la
población y que nos convierte a todos en cómplices de irregularidades por la
supervivencia. Pero dejaré para otra ocasión tratar este tema.
Todavía queda mucho por hacer a
la policía: descubrir el “pala” que acompañaba a la masajista en sus siniestras
aventuras y atrapar al joyero que, seguramente, adquiría a buen precio sus
alhajas de oro.
Solo me resta, desde la modestia
de mi blog, exhortar a los magistrados de los tribunales camagüeyanos, a tener
en cuenta no solo el delito frío de la estafa y el asalto, sino también la
aberración mental de la detenida a la hora de escoger sus objetivos, como la
inalterable política carcelaria cubana que brinda igualitariamente sus
prerrogativas a presos por delitos menores igual que a serpientes venenosas de
este tipo.
Pedro Armando Junco
[1] Nombre con que se describen en Venezuela a
los asaltantes callejeros.
[2] La ley de fuga permitía a las
autoridades disparar a matar al delincuente que intentara escapar. En el
gobierno de Gerardo Machado, cuando querían eliminar un reo después de
capturado sin llevarlo a juicio, lo trasladaban a campo abierto y le ordenaban
que se marchara, que estaba liberado. Apenas el convicto tomaba el camino le
disparaban hasta asesinarlo y luego presentaban ante el tribunal, como
justificación, la ley de fuga.
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