Mi estilo es directo, poco
poético y tacañamente lacónico; me gusta llegar con rapidez a toda la gente. Me
lanzo a escribir y sufro la evacuación precoz de mis ideas. Y digo “sufro”,
porque a veces quisiera regodearme en un estilo más elevado, más abstracto, más
difícil de hacerme entender, como escriben muchos literatos; pero me sobrecoge
el temor de no haber dejado satisfechos a quienes tienen la bondad de leer lo
que escribo. Hay escritores para elites literarias: de hermosos símiles y
brillantes metáforas, pero tan difíciles de penetrar que solo son asequibles
para unos pocos, sin que por ello dejen de ser clásicos de las letras. Lezama
Lima, por ejemplo, ha convertido en clásico su estilo, hoy llamado lezamiano,
por la perenne utilización de símiles y gerundios que –para mí muchas veces
cogidos por los pelos –hacen espinosas sus lecturas. Sin embargo, en defensa de
Lezama, un intelectual amigo me explicó una vez que el autor de Paradiso “escribía
para ser leído solo por una elite intelectual muy exclusiva”.
Concurren también a esta cita
escritores mecánicos y escritores intuitivos, que a mi modo de ver son estos
últimos los verdaderos literatos. Al margen del estilo, de la perfección y
elegancia de la narrativa, se es escritor cuando de su pluma –ahora de su
máquina –surgen ideas propias llenas de agudeza, capaces de ponernos a pensar,
démosle o no nuestra aprobación. Un escritor puede que esté errado en sus
criterios, lo que no puede es ser copista de otros.
Igual criterio mantengo sobre
los historiadores que, forzosamente devenidos en escritores, están obligados a
plasmar en blanco y negro sus investigaciones con la agravante de respetar el
margen que separa lo real de lo ficticio y que, de hecho, disgrega el
testimonio histórico del testimonio literario y del género novelesco.
Por cierto, en su posted
Lolita y la historia del cine cubano,
Juan Antonio García Borrero establece un análisis muy exhaustivo y convincente
del verdadero papel que un historiador debe representar a la hora de
adjudicarse tal categoría. A pesar de su señalado objetivo cinéfilo, Juani
vierte criterios tan interesantes –tanto suyos como de personalidades de
renombre mundial –que no puedo menos que citar aquí.
Dice Juani:
Debemos desconfiar, pues, de
esos historiadores que al convertir el pasado glorioso en la única referencia,
se convierten en meros traficantes de utopías. Para ellos el presente no
existe, y la condición efímera de nuestra existencia es algo prescindible. En
este tipo de “Historia” la retórica rimbombante sustituye a la razón vital, y
como el imaginativo Mr. Humbert, se inventa una realidad que solo consta en la
mente erotizada de quien la escribe.
El testimonio literario reserva
para el autor la libertad de conjeturar los hechos con mayor soltura,
introducir razonamientos propios y hasta ponderaciones inverosímiles en la voz
del testimoniante. El testimonio histórico no posee esas prerrogativas aunque,
a despecho de su objetivo, los acontecimientos contados por segundas y terceras
personas distan mucho de la realidad histórica concreta, y es por eso que se
dice que “los hechos nunca son como fueron, sino como se cuentan”.
Por desdicha para la cultura
nacional, luego de medio siglo de señalamientos oficialistas, muchos de los que
escriben y publican libros en este país solo repiten lo que aprendieron a decir
y omiten hasta el menos disgregante discernimiento. Desde la célebre frase “Con la Revolución todo, contra
la Revolución
nada”, la libertad de publicación en Cuba fue castrada y todo aquel que
ha pretendido subrayar críticas al Sistema, ha tenido que publicarlas fuera de
Cuba o engavetar sus compendios de por vida. El hermetismo publicitario ha sido
la causa del empobrecimiento literario y de la crítica certera a nivel nacional
que, como consecuencia, mantiene llenas nuestras librerías de libros
decolorados y cubiertos de polvo que nadie tiene interés de adquirir. No es
casual, pues, que en las Ferias del país, paralelamente a
literatura política oficialista, la mayor parte de los libros pertenezcan a la literatura
infantil, con sus naturales textos de ficción propios para niños. Por eso no
puedo sustraerme a estampar otra cita del ya mencionado artículo de Juani, pero
esta vez del moralista rumano Emile Michel Cioran:
Habiendo abandonado la realidad
a favor de la idea, la idea a favor de la ideología, el hombre ha resbalado
hacia un universo desviado, hacia un mundo de subproductos donde la ficción
adquiere las virtudes de un dato primordial.
Estos escritores mecánicos, garrapateadores
de argumentos consabidos, injertadores
de textos ajenos en sus obras, empobrecidos copistas y padres de polvorientos
millones de volúmenes invendibles, que lejos de cooperar con la sociedad han
creado un déficit económico insalvable en las editoriales del país, nada
tendrán que ver con el espacio que la historia reserva a los que, más o menos
oscuros, han mantenido una posición decorosa al escribir.
Por mi parte, continúo
prefiriendo a prosistas más llanos; y si tuviera que mencionar a
contemporáneos, pienso que existe toda una gama de escritores –incluyendo a
premios Nobel –que son riquísimos de leer sin caer en estos vericuetos oscuros
a donde nos llevan esos autores que, teniendo poco que decir, rellenan sus
folios con palabras hueras y vacías, como si estuvieran dentro de pompas de
jabón perfumado.
Pedro Armando Junco
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