jueves, 13 de septiembre de 2012

Cuestiones de estilo




Mi estilo es directo, poco poético y tacañamente lacónico; me gusta llegar con rapidez a toda la gente. Me lanzo a escribir y sufro la evacuación precoz de mis ideas. Y digo “sufro”, porque a veces quisiera regodearme en un estilo más elevado, más abstracto, más difícil de hacerme entender, como escriben muchos literatos; pero me sobrecoge el temor de no haber dejado satisfechos a quienes tienen la bondad de leer lo que escribo. Hay escritores para elites literarias: de hermosos símiles y brillantes metáforas, pero tan difíciles de penetrar que solo son asequibles para unos pocos, sin que por ello dejen de ser clásicos de las letras. Lezama Lima, por ejemplo, ha convertido en clásico su estilo, hoy llamado lezamiano, por la perenne utilización de símiles y gerundios que –para mí muchas veces cogidos por los pelos –hacen espinosas sus lecturas. Sin embargo, en defensa de Lezama, un intelectual amigo me explicó una vez que el autor de Paradiso “escribía para ser leído solo por una elite intelectual muy exclusiva”.
Concurren también a esta cita escritores mecánicos y escritores intuitivos, que a mi modo de ver son estos últimos los verdaderos literatos. Al margen del estilo, de la perfección y elegancia de la narrativa, se es escritor cuando de su pluma –ahora de su máquina –surgen ideas propias llenas de agudeza, capaces de ponernos a pensar, démosle o no nuestra aprobación. Un escritor puede que esté errado en sus criterios, lo que no puede es ser copista de otros.
Igual criterio mantengo sobre los historiadores que, forzosamente devenidos en escritores, están obligados a plasmar en blanco y negro sus investigaciones con la agravante de respetar el margen que separa lo real de lo ficticio y que, de hecho, disgrega el testimonio histórico del testimonio literario y del género novelesco.
Por cierto, en su posted Lolita y la historia del cine cubano, Juan Antonio García Borrero establece un análisis muy exhaustivo y convincente del verdadero papel que un historiador debe representar a la hora de adjudicarse tal categoría. A pesar de su señalado objetivo cinéfilo, Juani vierte criterios tan interesantes –tanto suyos como de personalidades de renombre mundial –que no puedo menos que citar aquí.
Dice Juani:
Debemos desconfiar, pues, de esos historiadores que al convertir el pasado glorioso en la única referencia, se convierten en meros traficantes de utopías. Para ellos el presente no existe, y la condición efímera de nuestra existencia es algo prescindible. En este tipo de “Historia” la retórica rimbombante sustituye a la razón vital, y como el imaginativo Mr. Humbert, se inventa una realidad que solo consta en la mente erotizada de quien la escribe.    

El testimonio literario reserva para el autor la libertad de conjeturar los hechos con mayor soltura, introducir razonamientos propios y hasta ponderaciones inverosímiles en la voz del testimoniante. El testimonio histórico no posee esas prerrogativas aunque, a despecho de su objetivo, los acontecimientos contados por segundas y terceras personas distan mucho de la realidad histórica concreta, y es por eso que se dice que “los hechos nunca son como fueron, sino como se cuentan”.
Por desdicha para la cultura nacional, luego de medio siglo de señalamientos oficialistas, muchos de los que escriben y publican libros en este país solo repiten lo que aprendieron a decir y omiten hasta el menos disgregante discernimiento. Desde la célebre frase “Con la Revolución todo, contra la Revolución nada”, la libertad de publicación en Cuba fue castrada y todo aquel que ha pretendido subrayar críticas al Sistema, ha tenido que publicarlas fuera de Cuba o engavetar sus compendios de por vida. El hermetismo publicitario ha sido la causa del empobrecimiento literario y de la crítica certera a nivel nacional que, como consecuencia, mantiene llenas nuestras librerías de libros decolorados y cubiertos de polvo que nadie tiene interés de adquirir. No es casual, pues, que en las Ferias del país, paralelamente a literatura política oficialista, la mayor parte de los libros pertenezcan a la literatura infantil, con sus naturales textos de ficción propios para niños. Por eso no puedo sustraerme a estampar otra cita del ya mencionado artículo de Juani, pero esta vez del moralista rumano Emile Michel Cioran:

Habiendo abandonado la realidad a favor de la idea, la idea a favor de la ideología, el hombre ha resbalado hacia un universo desviado, hacia un mundo de subproductos donde la ficción adquiere las virtudes de un dato primordial.

Estos escritores mecánicos, garrapateadores de argumentos consabidos,  injertadores de textos ajenos en sus obras, empobrecidos copistas y padres de polvorientos millones de volúmenes invendibles, que lejos de cooperar con la sociedad han creado un déficit económico insalvable en las editoriales del país, nada tendrán que ver con el espacio que la historia reserva a los que, más o menos oscuros, han mantenido una posición decorosa al escribir.
Por mi parte, continúo prefiriendo a prosistas más llanos; y si tuviera que mencionar a contemporáneos, pienso que existe toda una gama de escritores –incluyendo a premios Nobel –que son riquísimos de leer sin caer en estos vericuetos oscuros a donde nos llevan esos autores que, teniendo poco que decir, rellenan sus folios con palabras hueras y vacías, como si estuvieran dentro de pompas de jabón perfumado.

Pedro Armando Junco

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