miércoles, 17 de octubre de 2012

Matar la vaca no es repartirla

 
Nunca olvido aquellos años de mi juventud cuando la editorial Arte y Literatura sacaba a la venta en sus ediciones Huracán los mejores libros de todos los tiempos. Fue por esa época cuando me transformé en un lector empedernido y me propuse leer, preferiblemente, a todos los clásicos universales.
Corrían los años 70 con sus limitaciones y sus reglas políticas intangibles, pero existía un ambiente cultural arrollador que envolvía a una gran masa poblacional. Entrar a una librería significaba para mí algo así como para otros jóvenes asistir a una fiesta de quinceañera o pasear con su novia entre cigarrillos Aromas y botellas de coñac Cinco estrellas soviético. Las obras cumbres de la literatura estaban allí, a irrisorios precios y en abundancia para todo el pueblo. Fue, como nunca ha vuelto a suceder, el alud cultural más ilustre de toda nuestra historia, y quizás por ello los cubanos de nuestra generación gozan de una notoriedad instructiva que rebasa las fronteras del país.
Fue por aquellos años cuando el Líder de la Revolución, en uno de sus largometrados discursos lanzó la histórica frase: “¡Los libros baratos y la cerveza cara!”. A partir de entonces la cerveza elevó su precio de 20 a 60 centavos, para continuar en ascenso hasta hoy, con el descomunal importe de diez pesos en moneda nacional o un CUC, que es lo mismo que 25 pesos actuales. Pero los libros se mantuvieron a costos ínfimos todavía unos años más. Luego, según parece como tantas veces ocurre, la “frase olímpica” se olvidó por completo y ahora hasta un librito de cuatro páginas vale más que un clásico por aquella época.
Recuerdo en especial la vez que leía Los miserables cuando tropecé con otra frase que nunca más he podido olvidar. Confieso que me sorprendí y hasta me asusté un poco. Llegué a pensar que un desliz de impresión había sido la causa de colocar una expresión cuyo contenido, en esos momentos, podía llevar cualquier ciudadano a la cárcel. Por escribir algo parecido yo había sufrido una experiencia bastante dolorosa a los veinte años. Al final, luego de leerla una y otra vez, quedó como marca indeleble en mi memoria. Decía así más o menos: “Los comunistas creen resolver el problema, pero matar la vaca no es repartirla”.
Ahora, cuarenta años más tarde, después de haber vivido la caída del campo socialista debido a su infuncionabilidad y la ruina económica de Cuba, ante la evidencia absoluta de su veracidad, me sorprende la clarividencia de Víctor Hugo y de tantos que, como él, nos alumbraron el camino a los buenos lectores. Porque los que hemos radicado en este país toda la vida podemos constatar el fracaso de la centralización burocrática de un sistema arcaico y sin futuro como el que hasta hace muy poco se intentó conservar.
No obstante, Cuba está cambiando. En anteriores trabajos lo he venido repitiendo con optimismo y con mucha fe en que resolveremos los desaciertos pasados con inteligencia y voluntad conciliatoria. Hice alusión, inclusive, a la sorprendente abatida que el nuevo secretario del Partido en Camagüey realizó contra algunos directivos de la provincia, dejando siempre un espacio para la duda en aquello de que un hombre solo no puede controlar a tantos miles de dirigentes corruptos. Porque es allí el talón de Aquiles del sistema comunista que, como ratificó el Papa antes de efectuar su reciente visita, ha fracasado.
El dolor de muelas económico de este sistema es que no existen dueños. Los seudo-dueños son los que dirigen, y a estos –en su mayoría –solamente les interesa vivir a expensas de los que trabajan y producen. ¿Qué por ciento podemos asignarle a los dirigentes guevarianos, a los que viven con sus familias sufriendo las mismas penalidades y restricciones que el resto de la sociedad?
Un amigo escamado por las evidencias, replicó a mi euforia por las medidas de Jorge Luis en Coppelia, en la Terminal y otros sitios:
–Deja que pasen los días y verás que todo esto se revierte y la soga revienta por el lado más débil: nosotros.
El interés del nuevo secretario por ordenarlo todo dentro de la legalidad de las leyes vigentes, en un país donde la totalidad de su pueblo sobrevive ilícitamente debido a esas mismas leyes, o muere de miseria, es una utopía tan grande como el sueño marxista de la plena igualdad. Como resultante a las premoniciones de mi amigo hace solamente unos días atacaron a los particulares que en sus viviendas alojaban estudiantes extranjeros por la suma de 40 ó 60 pesos convertibles. Para esos estudiantes, el costo de permanecer como huéspedes en un hogar privado es cómodamente financiable, puesto que en sus países dicho precio es exiguo; sin embargo, para nuestra ciudadanía significa una entrada elevada, crucial a la hora de obtener productos de primera necesidad solo adquiribles en tiendas por divisas: aceite, jabón, detergente, etc.
Los que tomaron esa determinación no tuvieron en cuenta que si en Camagüey mil estudiantes extranjeros se alojan en mil casas particulares y pagan –digamos –50 pesos “convertibles” cada uno por un mes de estancia, ingresan a la ciudadanía 50 000 pesos convertibles todos los meses, que permitirían a mil familias sacar la cabeza y “respirar” un poco dentro de este mar de miserias en que se revuelven. No pensaron siquiera en que ese dinero regresa a las cajas estatales en su totalidad, puesto que en Cuba no hay negocios particulares recaudadores de divisas. Tampoco razonaron en que esos jóvenes estudiantes prefieren el calor familiar de nuestro pueblo a la fría estancia de un albergue y a la escasa pulcritud y mala alimentación que allí se les ofrece. Solo pensaron en la prevaricación de las leyes de embudo que pretenden llevar toda la riqueza al Estado.
Cuando me enteré de las altas multas impuestas a los particulares me vino a la mente de inmediato la clásica frase del autor de Los Miserables: “matar la vaca no es repartirla”.

Pedro Armando Junco







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