miércoles, 28 de noviembre de 2012

Criterios

 
Hace solo unas horas conversé largamente con un amigo muy intuitivo. Conozco, quizás mejor que muchos, de su altruismo personal, de su sencillez en el modo de vivir, de su afán por contribuir con sus ideas, si no le es posible a un mundo mejor, al menos a una Cuba más próspera. Sé de su pasión por Nietzsche; de su incansable lucha intelectual en una de las bloguerías más visitadas del país. Sé también que apenas lea esto que escribo –porque  mantiene link conmigo –se dará cuenta de que es a él a quien me refiero.
Somos grandes amigos, basando nuestra adhesión en que ambos estamos de acuerdo en que el hombre se caracteriza por su singularidad y cuando se alcanza dentro de ese particular el convencimiento de que para vivir en paz y concordia dentro de una comunidad debemos respetar en lo absoluto el criterio ajeno, se desvanecen los motivos de separación para dar lugar al consenso de criterios diferentes en la más respetable de las amistades.
Exponíamos nuestros puntos de vista, algo diferentes, sobre el socialismo y el capitalismo, a pesar de que me ha reiterado categóricamente que aborrece la política. Pero sucede que, como afirmó Carlos Marx, la política está implícita en todos los vericuetos sociales, y al pretender convertirnos en humanistas, de hecho, ya estamos entrando en ella. Es la política, para los que escribimos, el fardo que no podemos obviar por más que intentemos soslayarla, de igual manera que el gran Poeta nicaragüense decía no escribir para las multitudes y que, irreversiblemente, tenía que ir a ellas. De tal manera podemos concluir que la política y la literatura carecen de vida si no se remiten al pueblo, y por lo tanto, todo el que pretenda llevar al pueblo su mensaje, no puede evadirlas.
Y el pueblo nos interesa a los dos porque por nuestras venas corre sangre martiana: nos interesa el pueblo culto porque el hombre inteligente jamás abandona ese afán de buscar sus iguales en la acometida diaria por encontrar la verdad; y nos interesa el pueblo inculto porque entre ese mare mágnum de gente “vulgar” deambulan millones de personas inteligentes que por falta de instrucción o lo peor, por apatía, no han escalado hasta el primer grupo.
Ya he dicho que mi amigo y yo amamos a Martí por sobre todas las cosas; de la misma manera que los cristianos verdaderos aman a Jesucristo y son capaces de acometer por él el más elevado de los sacrificios. Y eso nos hace hermanos. Y eso nos remite a mantener un blog en el cual depositar cada idea original, cada escozor que nos pique, con la mejor intención de sanarlo; cada granito de idea lúcida que, como de arena, pretendemos pueda ser útil a la hora de levantar el edificio de la Patria de nuestros nietos.
De todo eso hablábamos hace solo unas horas. Y trajo a colación la miseria del proletario cubano antes de la Revolución. Me dijo, y eso es cierto, la cantidad de analfabetos en nuestros campos, los míseros salarios, el defectuoso sistema de salud del obrero, etc., etc., etc. Quizás no habló del racismo por modestia. El saqueo del erario público por los poderosos y el maltrato de las autoridades quedaron sobre el tapete así como muchísimas violaciones más que trajeron por consecuencia la explosión social que terminaría con el triunfo revolucionario. A simple vista todos estos desmanes son producto del capitalismo. 
Me habló filosóficamente de que cada determinación gubernamental debe ser analizada en el contexto de su época, como queriendo justificar los errores cometidos de cincuenta años a acá; según yo entiendo, las medidas arbitrarias que hoy son reprobadas por la humanidad pensante y el mundo desarrollado. Y allí discrepamos, aunque guardé silencio por respeto a su persona, ya que, si miramos de tal manera las veleidades de acuerdo con su época, estaríamos de acuerdo con el fusilamiento de los ocho estudiantes de medicina en 1873, con la Enmienda Platt como recompensa a Norteamérica por haber ayudado a la independencia y con la muerte de Aponte en esos años donde la espiral del racismo había dado vueltas y se temía a que los negros cubanos hicieran lo mismo que los negros de Haití.
Discrepo de eso tanto como de la obra que los tiranos de turno ejecutan y dejan como símbolo bienhechor de su paso por la República. Ni el Capitolio Nacional y la Carretera Central, ni el Malecón de La Habana justifican el Presidio Modelo y los asesinatos de Gerardo Machado. Ni el Monumento a José Martí, ni los hospitales y carreteras construidas en su gobierno justifican la dictadura de Fulgencio Batista. No importa la época, los crímenes y las arbitrariedades han de quedar plasmadas en la historia para que los nietos de nuestros tataranietos sepan a quienes han de rendirle pleitesía y a quienes no.
Si debemos detestar al capitalismo por injusto –y sí lo es –, antes hay que admitir que el socialismo que los dos soñamos ver en un futuro no es este que nos ha gobernado en las últimas décadas, aunque actualmente se dan pasos muy importantes por mejorarlo.
Sí, es cierto que los capitalistas destruyen la ecología del planeta con ambiciones morbosas; pero echemos la vista unas décadas atrás cuando resultaba un placer desmontar los fruteros y los palmares del país con la brigada demoledora de bosques Ernesto Che Guevara o más atrás aún, cuando las grandes haciendas productivas fueron confiscadas en un solo día para que convirtieran el 75% de las tierras de Cuba en las inmensas plantaciones de marabú totalmente improductivas que todavía perduran.
Cierto es que nuestros campesinos de antaño eran analfabetos. Pero no se les prohibía comer carne de res ni mariscos exportables. En su ignorancia vivían la relativa felicidad que prodiga el desconocimiento y su filosofía natural los imbuía a comer, dormir, trabajar y reproducirse con la misma elegancia con que hoy nosotros vivimos resignados a pasar todo el día tras el mísero peso moneda nacional que alcanza apenas para alimentarnos.  
¿Qué diferencia existe entre un acaudalado de tiempos pasados con muchos directivos de hoy; de un obrero de entonces con cualquier ciudadano común, incluso profesional, cuando conocemos científicos e importantes intelectuales –es su caso –andar en bicicleta y estirando el salario, que no alcanza para comer?
Desgraciadamente, la Patria continúa fraccionándose. Los jóvenes prefieren irse a vivir en aquel “infierno capitalista” que tenemos enfrente y que solo espera el paso de unas décadas más para “asociarnos” como a Puerto Rico y convertirnos en capitalistas. Y allí irán a dar los nietos de nuestros tataranietos si no somos capaces, hoy, de revertir política y económicamente a nuestro país y hacerlo próspero como cuando recibíamos las miríadas de árabes, españoles, chinos y haitianos que fomentaron la base de lo que es hoy la sociedad cubana. Se dice y se repite que Cuba será un país de viejos dentro de una década y media a lo sumo, pero no se explican objetivamente las otras razones que no son únicamente la longevidad poblacional.
La única esperanza que nos queda –y en eso sí estoy de acuerdo con mi querido amigo –es que surja una clase de nuevos directivos, depredadora de esos oligarcas modernos que pisan al pueblo desde sus buroes de manera muy parecida a la de aquellos senadores y representantes que nos miraban desde arriba y nos escamoteaban la Patria. Por fortuna, el Presidente del país se ha rodeado de personas sensatas y, al parecer, está situando en sitios muy claves a hombres maduros –no por la edad, pues según Einstein, “un hombre madura cuando piensa más en el prójimo que en sí mismo”.
El éxito radica también en que todo el mundo vierta su criterio, como hoy muy pocos estamos haciendo… ¡y que se le escuche! Está en la unión de todos los cubanos, no importa el sitio donde resida. El futuro luminoso de la Patria se halla en buscar la confraternidad y la paz con aquellos que hasta hace muy poco mirábamos como enemigos: confraternidad con respeto, que es la base de la paz como una vez axiomatizó el benemérito de las Américas: “El respeto al derecho ajeno es la paz”.
Hemos demostrado a la historia que el pueblo cubano es tan fusionado como el pueblo judío. Nuestra diáspora continúa soñando con su Patria, con sus raíces, con su cultura. Y esa diáspora ha creado fuera de Cuba, a pesar de haber emigrado con las manos vacías, las riquezas que el país socialista que habitamos ha sido incapaz de fomentar. El éxito está, ciertamente, en “cambiar todo lo que deba ser cambiado”; pero de verdad y sin chovinismo, aunque sea necesario llegar hasta las raíces.

Pedro Armando Junco

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