miércoles, 28 de noviembre de 2012

La calle

Recuerdo, cuando los sucesos en la embajada de Perú, la vez que Pepín dijo que “la calle es nuestra”. Fue cuando las manifestaciones y las olas humanas que intentaban penetrar en aquel constreñido sitio para conseguir marcharse de Cuba. Pepín, jefe supremo del Ministerio del Interior en ese momento, se quejaba de obligarse a refrenar con fuerzas policiales a manifestantes progubernamentales en su contraofensiva, para proteger a elementos disidentes. Yo recuerdo por primera vez escuchar esa frase: “La calle es nuestra: de los revolucionarios”. Nueve años después Pepín Abrahantes moriría en la cárcel por traición a la Patria.
  Eso de “la calle es nuestra y la fachada de tu casa también” se lo escuché recientemente a la inspectora que intentó multarme porque yo había pintado sin permiso el frente de mi casa. Y no por gusto aquella infeliz lo repetía, sino por estarlo escuchando en múltiples ocasiones cuando algún extremista, exacerbado de impotencia, lo echa al aire.
Así es como en nuestro país los conceptos más errados o vacíos se convierten en lemas multitudinarios y la gente los repite sin realizar primero el debido análisis de lo que puede significar. El más deplorable de todos, a mi entender, es aquel de Patria o Muerte. Si somos un pueblo de ateos que negamos la existencia extraterrena, luego de la muerte ¿para qué queremos Patria?
Pero, volviendo a lo anterior, es un absurdo formidable negar que la calle es de todos, igual que la Patria es de todos. ¡Cuántas veces el Apóstol, previsor de esas tendencias rebañegas de las multitudes, lo dejó escrito:

Si es uno el honor, los modos
Varios se habrán de juntar:
¡Con todos se ha de fundar
Para el bienestar de todos![1]

   Y el conjunto de calles conforma una ciudad; y el de ciudades, un país. Y si queremos un país bonito y limpio, debemos comenzar por la calle. Pero, decía mi madre, que “el más limpio es el que menos ensucia”. Y si nos vamos por este trillo: el que más construye es el que menos destruye. Y el que más ama es el que menos odia. ¿Verdad? Un poco de filosofía no viene mal, como tampoco otro poco de luz adicional para los que rompen el asfalto de las calles impunemente para instalar una toma de agua o cualquier emergencia y luego, si acaso, echan un poco de tierra en el hueco que más tarde se hunde y crea un bache molesto y costosísimo para los vehículos.
Y ¿qué de los que arman fogatas sobre el asfalto? ¿Es que su ignorancia es tanta que desconocen que el asfalto arde? ¡En vez de ignorancia, es indolencia! Sin embargo, no hay un inspector, un policía, un directivo capaz de ocuparse de multar severamente a esos destructores del bien común que es la calle, porque objetivamente “la calle no es de nadie”. Muchos aprovechan los festejos públicos y se sienten hasta acreedores de elogio ante tamaña felonía social.
En estos días se lleva a cabo una gruesa campaña de higienización de la ciudad. Se ha hecho un llamado a la población para que saque los escombros y desechos de sus casas hacia fuera, donde innumerables brigadas de camiones y cargueros los retiran de la ciudad. Es algo muy positivo por parte del Gobierno. Siempre hay quienes se burlan y hasta chistean que Camagüey ya no es la ciudad de los tinajones, sino la ciudad de los escombros. Pero el éxito está allí, en que cada cual diga lo que le venga en ganas y “al bagazo, poco caso”, pues lo cierto es que luego de esta limpieza podremos respirar mejor.
Si me permitieran sugerir una idea, yo aconsejaría que se destine un directivo gubernamental solamente a velar por la salubridad, mantenimiento y reparación de todas las calles de Camagüey. Digo un directivo: con nombre y apellidos. Solo uno: que responda ante la Asamblea, ante el Secretario del Partido y el Presidente del Gobierno en la provincia. Que tenga potestad para controlar los organismos restauradores tanto como a los particulares que dañen el último pasadizo o callejuela, con el mismo celo con que un padre cuida de la protección y salud de su hijo, pero sin “irse” por la vía del facilismo y caerle encima al pueblo mientras los organismos permanecen inmunes. Que se le ofrezca una sede conocida por todos, a la que cualquier ciudadano tenga acceso y pueda llevar notificación de algún daño en la vía pública. Un directivo por encima de cualquier institución de esas que cierran avenida por simples menudencias, que con el pretexto de restauración restringen su capacidad para el tránsito, que cierran arterias importantes instalando bares y cafés para extranjeros, que llevan a cabo la exhumación de los viejos rieles de cuando los tranvías, etc., etc., etc.  
Yo haría famoso a ese directivo; que su nombre corra de boca en boca como ocurre hoy con el nuevo Secretario del Partido de la Provincia. Y le daría un plazo y una meta a cumplir.
Solamente así tendremos magníficos resultados y las deplorables condiciones de las calles de esta ciudad dejarían de ser un dolor de cabeza para todos.

Pedro Armando Junco






[1] Obras completas. Editorial Nacional de Cuba. La Habana, 1964. t. 16, p. 354

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