martes, 12 de febrero de 2013

Situaciones de absurdos

A raíz de haber expuesto en trabajo anterior que vivimos en el país de los absurdos, un amigo me pidió ejemplarizara el criterio. Y el primer ejemplo que vino a mi mente fue, luego de la apertura a comercializar viandas y hortalizas por revendedores particulares, la prohibición de que pudieran efectuarse dichos negocios en espacios disponibles de sus viviendas luego de que hubiesen obtenido patente para tal oficio. La venta en sitio fijo no solo contribuiría a que el cliente conozca de antemano el lugar a donde puede ir a efectuar sus compras, sino que permitiría, además, un mejor control de inspección para los funcionarios estatales que chequean a menudo los “cuentapropistas”; tampoco dificultarían y obstaculizarían la calle, ni disminuirían la amplitud vial como los carretilleros que se estacionan en las esquinas.
–Sí –me respondió –; pero a los vendedores ambulatorios no les está permitido estacionarse en ningún sitio, sino que deben vender sus mercancías caminando…
–Ese es otro más de los absurdos –le expliqué: –¿te imaginas un vendedor de frituras que tenga que freírlas caminando?
A mi entender, quienes decretan estas medidas sentados detrás de sus buroes –ya lo he dicho en reiteradas ocasiones –, solo buscan imponer molestias en la población tanto para los que venden como para los que compran y son los mismos que ordenaron exhumar los rieles de la plaza del Gallo para que los visitantes extranjeros perciban que alguna vez en Camagüey hubo tranvías, a pesar de que los transeúntes nacionales tropiecen y los que cruzan por allí en bicicletas resbalen con ellos y puedan lesionarse.
Luego me comentó, muy escéptico que, “hiciera lo que hiciese Jorge Luis Tapia por erradicar a los administradores corruptos, siempre quedarán muchos y se multiplicarán nuevamente como el marabú.
Y mi respuesta fue:
–No los eliminará, pero los asusta.

Pienso que el amigo todavía quedó inconforme con mi respingo, pero puedo agregar algo más contra esa clase de elemento que dictamina órdenes, fabricadas intencionalmente para molestar y humillar a la población.
¿Cuánto mejoraría el transporte urbano de la ciudad si en vez de multar constantemente a los “bicitaxistas” por estacionarse en determinados lugares a esperar clientela, se les permitiera mejorar su vehículo con un pequeño motor eléctrico o de combustible? El combustible es negocio redondo para el Estado, pues lo recibe desde Venezuela a precio diferenciado y lo expende al pueblo a precio capitalista; pero, además, estoy seguro de que las piernas de estos sacrificados trabajadores agradecerían poder contar con tal prerrogativa, y hasta pudiera exigírseles una mejor tarifa para la población.
¿Por qué la calle Martí ha sido cortada frente al parque Agramonte para instalar un café en divisas que solo los turistas –o los que obtienen grandes ganancias oscuras –pueden costearse si, aledaño a ese lugar, existen espacios en derrumbe que pudieran utilizarse para ese negocio? El día 26 de diciembre, cuando pasaba por allí, vi al carro de bomberos –cuya salida principal hacia el este de la ciudad es por dicha arteria –desviarse a toda sirena por Cisneros, San Clemente e Independencia antes de volver a tomar Martí. Nunca supe cual sería el móvil de la alarma, pero sí tuve la curiosidad de medir los casi tres minutos de pérdida de tiempo que causara el desvío. En caso de incendio o cualesquiera otras urgencias que atiende ese Cuerpo, tres minutos pueden determinar la salvación de una o varias personas. ¿Valdrá la pena sacrificar nuestras necesidades de salvamento por ofrecer a los turistas un Café Ciudad al aire libre?
Se habla desde hace años de un ignoto funcionario que compró en el exterior máquinas barredoras de nieve para cuando en Cuba ocurriese la primer nevada de su historia. Y hace poco menos de un año se vendieron motocicletas chinas a la población,  pero retenían el cuadro de la misma, obligando al comprador a agenciarse el herraje, inventando con tubos y empíricas soldaduras eléctricas. 
Se pretende embellecer a Camagüey para su cumpleaños 500. Cuando descubrí que en la calle General Gómez esquina a Lugareño suprimieron con lechada unas pinturas grotescas, simples caricaturas de africanas bembudas y gatos barcinos que, sin arte de ningún tipo afeaban el lugar, me alegré muchísimo. Hasta pensé en tantos buenos paisajistas del patio, que pudieran embellecer esos sitios con hermosas pinturas criollas: las extensas llanuras camagüeyanas, sus palmas, sus bohíos techados de guano con portales de cinc; los gallos de lidia, las cautivadoras colinas de la Sierra de Cubitas o del Najasa...  
Pero días más tarde los gatos reaparecieron allí nuevamente, coloreados con pintura nueva, de paquete, sin cambiar un ápice el exclusivo estilo de un pintor o una pintora que al parecer, solamente sabe dibujar desde los lejanos días de su infancia, los mismos muñecos, pero que, a pesar de ello, ha llenado el casco histórico de la ciudad con murales idénticos, entre los más notorios, el que se halla en el Callejón de Magdalena, entre el bulevar de República y la calle Avellaneda. Según se especula, ese pintor o esa pintora está trocando el apelativo histórico de Camagüey: ciudad de los tinajones, por el de ciudad de los gatos.  

Ahora se cierran con grandes macetas decorativas, en el mismo corazón de la ciudad, sitios de parqueo importantísimos. No cuenta para nada la opinión ciudadana, sino que, arbitrariamente, acometen costosísimos cambios en la vía pública –al parecer ese sentido etimológico de VÍA PÚBLICA es totalmente nulo –como si el baño cosmético que quieren imponerle tuviera mayor importancia que la viabilidad e interés de la población. Ya se hace muy difícil encontrar estacionamiento para un vehículo cualquiera, a no ser en casas y cocheras particulares que solo tienen capacidad para resguardar bicicletas. Se está diseñando una ciudad para andar a pie, solo a pie, reservando el derecho a cruzar por ella, –como es el caso de la calle República, eufemísticamente llama bulevar –cuando más en bicicleta, a no ser los carros de la policía, ómnibus turísticos y alguno que otro inmune a las multas y las segregaciones. A veces me da por pensar que con el tiempo, aquellos visitantes extranjeros que desde las ventanillas de sus vehículos nos observen deambular a pie por el casco histórico de nuestra ciudad, tendrán reminiscencias de algún safari por África, disfrutando en vivo la presencia de animales salvajes.
Mucha tela me queda por donde cortar. Sin embargo, el caro amigo del que hablé al principio me llamó la atención nuevamente y me sermoneó sobre estos trabajos de periodismo –según él –intrascendente, cuando hoy la intelectualidad más liberal de la Isla se halla enfrascada en exponer criterios ensayísticos para el inmediato futuro de Cuba. Así que mis próximos trabajos tendrán que ver con algún sondeo de valor que recientemente cayó en mis manos gracias a ese amigo.
No obstante, como soy respondón desde mi nacimiento, tampoco quedé callado cuando en su referencia de mis críticas “intrascendentales” él alegaba que en nada podré mejorar el rumbo de esas cuestiones erróneas y absurdas que nos asfixian diariamente en el bregar cotidiano. Aunque no puedo adjudicar el éxito a mi crítica sobre los rieles de la Plaza de El Gallo que, sea por la razón que haya sido, ya arrancaron de raíz hace solo unos días, así le dije:
–¡No mataré al monstruo, pero le escarbo sus lunares!

Pedro Armando Junco






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