Uno de los más fieles seguidores de mi blog es el profesor de inglés
Alberto Gavira. Vecino y amigo, me pide siempre le haga llegar mis post por
correo electrónico, puesto que, igual a la inmensa mayoría del pueblo de Cuba,
no tiene acceso a Internet.
En esta ocasión me envía una simpática misiva que por su acertado
contenido social voy a poner a continuación para deleite de todos, tal como ha
llegado:
Estimado Pedro: te envío este artículo para que puedas sacarle
partido y lo publiques en tu blog. Saludos, Prof. Alberto Gavira.
Los deseos primarios de toda persona son
progresar y ser feliz; muchos piensan que una forma efectiva de lograr esos
anhelos es la riqueza. Así como hay personas pobres y ricas, hay países con
iguales características. La diferencia entre unos y otros no está en el tiempo
durante el cual han sido habitados; así lo demuestran casos como los de India y
Egipto, que albergaron grandes civilizaciones hace miles de años y hoy en día
son pobres como Cuba que en estos momentos es uno de los países más pobres del
mundo y con una abultada deuda externa. En cambio, Australia y Canadá, que hace
poco más de ciento cincuenta años eran territorios casi deshabitados y
desconocidos, son ahora países desarrollados y ricos.
La diferencia entre los países pobres y ricos
tampoco está en los recursos naturales con que cuentan.
Japón (con la destrucción derivada de dos bombas atómicas, por ejemplo) tiene
un territorio muy pequeño, del cual el ochenta por ciento es montañoso, no apto
para la agricultura ni la ganadería; sin embargo, es una potencia económica
mundial que, a manera de inmensa fábrica flotante, recibe materias primas de
todo el mundo y las exporta, transformadas, a buena parte del planeta,
obteniendo de ello riquezas.
Suiza no tiene océano, pero cuenta con una de
las flotas navieras más grandes del mundo; no tiene cacao, pero fabrica el
mejor chocolate (de forma privada); en sus pocos kilómetros cuadrados se
pastorea y cultiva solo cuatro meses al año, ya que en los demás las
condiciones climáticas no son favorables, pero produce los mejores lácteos de
toda Europa (en fincas privadas). Al igual que Japón, un país sin recursos
naturales que exporta bienes y servicios de excelente calidad (con carácter
privado), Suiza es un país pequeño cuya imagen de seguridad, orden y trabajo lo
ha convertido en la caja fuerte del mundo (bancos privados).
Tampoco la inteligencia de las personas marca
una diferencia, como lo demuestran muchos estudiantes de países pobres que emigran
a los países ricos, y logran resultados excelentes. Otro ejemplo son los
ejecutivos de países ricos (de empresas privadas) que visitan las fábricas de
los países pobres, y al hablar con ellos nos damos cuenta de que no hay
diferencia intelectual.
Finalmente, tampoco la raza marca la diferencia:
tengamos presente que en los países centroeuropeos o nórdicos, los llamados
“vagos del sur” demuestran ser una fuerza productiva; no así en sus propios
países, donde nunca supieron someterse a las reglas básicas que hacen grande a
una nación.
Lo que hace la diferencia, entonces, es la
actitud de las personas y el sistema de estimulación económica que su gobierno
le brinda.
Al estudiar la conducta de los individuos en los
países ricos se descubre que la mayor parte de la población sigue estas reglas,
no importa el orden que se discuta:
La moral como principio básico.
El orden y la limpieza.
La honradez.
La puntualidad.
La responsabilidad.
El deseo de superación.
El respeto a la ley y los reglamentos.
El respeto al derecho de los demás.
El amor por el trabajo incentivado por salarios
decorosos que lo estimulan.
El afán de ahorro para inversión. Con el trabajo
por cuenta propia y la libre inversión.
¿Necesitamos más leyes que estas? No. Sería
suficiente cumplir y hacer cumplir estas simples reglas. En Cuba solo una
mínima parte de la población las sigue en su vida diaria. No somos pobres
porque nos falten riquezas naturales o porque la naturaleza haya sido cruel con
nosotros: simplemente carecemos del carácter necesario para cumplir estas
premisas básicas y elementales del funcionamiento social. ¡Nada más hay que
estimular al hombre y dejarlo trabajar en la libre empresa!
Este señor Alberto Gavira, talentoso profesor particular de inglés, es
uno de los cientos de miles de cubanos que piensa. Uno más que expone su
criterio, afanoso por armar este rompecabezas social en el que once millones de
individuos vivimos enquistados.
Gracias,
profe Gavira.
Pedro
Armando Junco
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