Luego de mi post Cuestionario para una tesis, Juani me
regañó. Él es mi amigo y uno de los mejores blogueros de nuestra provincia.
Además tengo que agradecerle mi iniciación en esta modernidad informática, pues
fue él, Juan Antonio García Borrero, el primero en echarme una mano a la hora
de confeccionar este blog que desde hace dos años y medio sale al ciberespacio.
No pensamos de la misma
forma. Eso es evidente, y puede comprobarlo todo aquel que lea lo que ambos
escribimos. Pero su experiencia en el mundo informático es mucho más veterana y
profunda que la mía, siempre teniendo en cuenta que eso en nada incumbe sobre
la manera de pensar que cada uno de nosotros sostiene. Él respeta mis críticas
incisivas y en confianza me dice que soy un herético. Yo respeto las suyas. Así
me dice Juani:
Hola, hermano. Las respuestas me parecen buenas, aunque ya sabes que soy
de los que no cree que un blog cambie demasiado las cosas. Más bien veo el blog
como la memoria del individuo, no como agente de cambio. Pero en fin, son
visiones distintas que tenemos. Ahora, lo que me parece es que debes ponerle
nombre y apellidos al estudiante que te entrevista. De modo inconsciente lo
estás invisibilizando y concediéndole una única legitimidad a tu discurso. Y se
trata de un cuestionario, algo hecho entre dos. Un abrazo fuerte, Juany
Es cierto que casi
siempre omito el nombre de los participantes en mis crónicas. Y en el caso
específico de Cuestionario para una
tesis nunca fue mi intención marginar a Albertico, genial muchacho de
quinto año de periodismo que prepara su tesis de grado, sino colocarlo al
margen de los fuertes reproches de mis respuestas a su inteligentísimo
cuestionario, puesto que cada uno es responsable por separado de lo que se
plantea. En otras palabras, las interrogantes no tienen por qué ser
responsables de mis respuestas poco simpáticas. Luego de consultarlo con el
joven periodista y recibir su anuencia, reedité el blog nuevamente y coloqué en
el texto sus nombres y apellidos bien claros.
Lo que sucede es que
todavía la autocensura nos asalta desde muy adentro. Por su larga trayectoria
se ha convertido en un mal social endémico. Y muchas de esas personas con
quienes comparto y discuto postulados políticos y sociales –personas de
inteligencia preclara, por supuesto –me comunican ideas originales, me dan a
conocer anécdotas reales, testimonios de discusiones objetivas, y yo me
convierto de cierta forma en el portavoz de esas ideas y de esas vivencias.
Pero la mayoría de estos individuos no quieren que su nombre salga al espacio
exterior por temor a verse incluidos en una lista negra, o porque,
sencillamente, no les interesa la popularidad. No son pocas las proposiciones
drásticas, las críticas agresivas, los clamores apocalípticos que escucho a
menudo en boca de esas personas del pueblo de a pie. Y tampoco es pequeño mi
trabajo al limar esos parlamentos y hacerlos llevaderos a un blog en el que no
permito injurias ni palabras obscenas.
Pero si me he de
convertir en el portavoz del pueblo sin voz, es mí deber comunicar sus ideas,
que al fin y al cabo serán el camino propicio a seguir si son escuchadas, aunque
al mismo tiempo debo respetar la omisión requerida por los protagonistas. Afán
de gloria y escamoteo de ideas son para mí cosas fútiles las primeras y sórdidas
las segundas.
Y, a propósito: hablando
de cosas sórdidas, hace algunos días me enteré de que continúan llegando
libelos anónimos al Ministerio de Cultura Provincial. Alguien está lanzando
flechas envenenadas hacia algunos de sus directivos. Alguien herido, por
supuesto. Alguien que perdió prebendas y privilegios, seguramente. Pero lo peor
no son los anónimos ni esos infelices que los escriben. Lo malo es el caso que
se les hace.
Desde que el Primer
Secretario del Partido abrió un espacio televisivo a modo de picota del siglo
XXI para cuestionar a dirigentes responsables de mal manejo en sus funciones,
me supuse que cosas como estas iban a suceder. “Toda solución de un problema, trae un nuevo problema que resolver”,
le escuché decir a una campesina “anónima” hace algún tiempo.
El pueblo está eufórico
con esta nueva vertiente de nuestra democracia. ¡Pero cuidado! Abochornar a un
directivo por la televisión es muy positivo si se tiene razón y si se toman
medidas drásticas al respecto; o sea: si se le ha comprobado su ineficiencia o
su malversación y se expulsa definitivamente de su cargo sin posibilidad de transferirse
a otro puesto superior. Pero si solo se le regaña y se le abochorna como a niño
pequeño, estos felices desvergonzados deponen la dignidad en sacrificio de su
estatus direccional y se dejan cantar hasta el “Avemaría”.
Es muy posible que estos
anónimos actuales tengan su génesis en que el Buró del nuevo Secretario está
abierto a todas las quejas de la población. Esta apertura es muy positiva. Yo
diría: magnífica. El pueblo tiene una brecha por donde encausar sus
descontentos. Pero el buen tino de ese Buró no puede disiparse en dejarse
arrastrar hacia una cacería de brujas, haciendo público los baldones que se
imputan a dirigentes de manera incógnita y sin pruebas de algún tipo. El éxito
estribará en recibir todas las quejas que lleguen y en hacer una investigación
lo más discretamente posible, hasta dar con la verdad de lo que se le acusa al
directivo, para tomar medidas definitorias si estas acusaciones son ciertas.
Sin embargo, para esos libelos en papeles sin firma, su mejor sitio está en el cesto
de la basura.
Por el momento yo
prometo que haré todo lo posible porque aquellos que me sirven ideas originales
y testimonios valientes, me autoricen a publicar sus nombres. Estoy convencido
de que vivimos un momento histórico donde la libertad de ideas y de expresión
es respetada por las autoridades. Y hacer uso de ellas como hombres honrados,
para “trabajar para que el Gobierno sea
bueno” como enseñó el Apóstol, es nuestro deber como ciudadanos pensantes.
Cuba necesita insertarse en las democracias socialistas latinoamericanas con
suma urgencia, pero todavía hay muchas dificultades que vencer y limitaciones
que eliminar. Y hay que señalarlas, por duro e irreverente que a algunos les
parezca. En nuestro señalamiento respetuoso va implícita la posibilidad de que
haya tímpanos receptivos que le pongan remedio. Cerremos filas pues; y juntos, como la plata en la cordillera de los Andes,
trabajemos.
Pedro
Armando Junco
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