lunes, 21 de octubre de 2013

Anónimos en Camagüey




Luego de mi post Cuestionario para una tesis, Juani me regañó. Él es mi amigo y uno de los mejores blogueros de nuestra provincia. Además tengo que agradecerle mi iniciación en esta modernidad informática, pues fue él, Juan Antonio García Borrero, el primero en echarme una mano a la hora de confeccionar este blog que desde hace dos años y medio sale al ciberespacio.
No pensamos de la misma forma. Eso es evidente, y puede comprobarlo todo aquel que lea lo que ambos escribimos. Pero su experiencia en el mundo informático es mucho más veterana y profunda que la mía, siempre teniendo en cuenta que eso en nada incumbe sobre la manera de pensar que cada uno de nosotros sostiene. Él respeta mis críticas incisivas y en confianza me dice que soy un herético. Yo respeto las suyas. Así me dice Juani:
Hola, hermano. Las respuestas me parecen buenas, aunque ya sabes que soy de los que no cree que un blog cambie demasiado las cosas. Más bien veo el blog como la memoria del individuo, no como agente de cambio. Pero en fin, son visiones distintas que tenemos. Ahora, lo que me parece es que debes ponerle nombre y apellidos al estudiante que te entrevista. De modo inconsciente lo estás invisibilizando y concediéndole una única legitimidad a tu discurso. Y se trata de un cuestionario, algo hecho entre dos. Un abrazo fuerte, Juany

Es cierto que casi siempre omito el nombre de los participantes en mis crónicas. Y en el caso específico de Cuestionario para una tesis nunca fue mi intención marginar a Albertico, genial muchacho de quinto año de periodismo que prepara su tesis de grado, sino colocarlo al margen de los fuertes reproches de mis respuestas a su inteligentísimo cuestionario, puesto que cada uno es responsable por separado de lo que se plantea. En otras palabras, las interrogantes no tienen por qué ser responsables de mis respuestas poco simpáticas. Luego de consultarlo con el joven periodista y recibir su anuencia, reedité el blog nuevamente y coloqué en el texto sus nombres y apellidos bien claros.
Lo que sucede es que todavía la autocensura nos asalta desde muy adentro. Por su larga trayectoria se ha convertido en un mal social endémico. Y muchas de esas personas con quienes comparto y discuto postulados políticos y sociales –personas de inteligencia preclara, por supuesto –me comunican ideas originales, me dan a conocer anécdotas reales, testimonios de discusiones objetivas, y yo me convierto de cierta forma en el portavoz de esas ideas y de esas vivencias. Pero la mayoría de estos individuos no quieren que su nombre salga al espacio exterior por temor a verse incluidos en una lista negra, o porque, sencillamente, no les interesa la popularidad. No son pocas las proposiciones drásticas, las críticas agresivas, los clamores apocalípticos que escucho a menudo en boca de esas personas del pueblo de a pie. Y tampoco es pequeño mi trabajo al limar esos parlamentos y hacerlos llevaderos a un blog en el que no permito injurias ni palabras obscenas.
Pero si me he de convertir en el portavoz del pueblo sin voz, es mí deber comunicar sus ideas, que al fin y al cabo serán el camino propicio a seguir si son escuchadas, aunque al mismo tiempo debo respetar la omisión requerida por los protagonistas. Afán de gloria y escamoteo de ideas son para mí cosas fútiles las primeras y sórdidas las segundas.

Y, a propósito: hablando de cosas sórdidas, hace algunos días me enteré de que continúan llegando libelos anónimos al Ministerio de Cultura Provincial. Alguien está lanzando flechas envenenadas hacia algunos de sus directivos. Alguien herido, por supuesto. Alguien que perdió prebendas y privilegios, seguramente. Pero lo peor no son los anónimos ni esos infelices que los escriben. Lo malo es el caso que se les hace.
Desde que el Primer Secretario del Partido abrió un espacio televisivo a modo de picota del siglo XXI para cuestionar a dirigentes responsables de mal manejo en sus funciones, me supuse que cosas como estas iban a suceder. “Toda solución de un problema, trae un nuevo problema que resolver”, le escuché decir a una campesina “anónima” hace algún tiempo.
El pueblo está eufórico con esta nueva vertiente de nuestra democracia. ¡Pero cuidado! Abochornar a un directivo por la televisión es muy positivo si se tiene razón y si se toman medidas drásticas al respecto; o sea: si se le ha comprobado su ineficiencia o su malversación y se expulsa definitivamente de su cargo sin posibilidad de transferirse a otro puesto superior. Pero si solo se le regaña y se le abochorna como a niño pequeño, estos felices desvergonzados deponen la dignidad en sacrificio de su estatus direccional y se dejan cantar hasta el “Avemaría”.   
Es muy posible que estos anónimos actuales tengan su génesis en que el Buró del nuevo Secretario está abierto a todas las quejas de la población. Esta apertura es muy positiva. Yo diría: magnífica. El pueblo tiene una brecha por donde encausar sus descontentos. Pero el buen tino de ese Buró no puede disiparse en dejarse arrastrar hacia una cacería de brujas, haciendo público los baldones que se imputan a dirigentes de manera incógnita y sin pruebas de algún tipo. El éxito estribará en recibir todas las quejas que lleguen y en hacer una investigación lo más discretamente posible, hasta dar con la verdad de lo que se le acusa al directivo, para tomar medidas definitorias si estas acusaciones son ciertas. Sin embargo, para esos libelos en papeles sin firma, su mejor sitio está en el cesto de la basura.

Por el momento yo prometo que haré todo lo posible porque aquellos que me sirven ideas originales y testimonios valientes, me autoricen a publicar sus nombres. Estoy convencido de que vivimos un momento histórico donde la libertad de ideas y de expresión es respetada por las autoridades. Y hacer uso de ellas como hombres honrados, para “trabajar para que el Gobierno sea bueno” como enseñó el Apóstol, es nuestro deber como ciudadanos pensantes. Cuba necesita insertarse en las democracias socialistas latinoamericanas con suma urgencia, pero todavía hay muchas dificultades que vencer y limitaciones que eliminar. Y hay que señalarlas, por duro e irreverente que a algunos les parezca. En nuestro señalamiento respetuoso va implícita la posibilidad de que haya tímpanos receptivos que le pongan remedio. Cerremos filas pues; y juntos, como la plata en la cordillera de los Andes, trabajemos.

Pedro Armando Junco


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