domingo, 20 de julio de 2014

Ahora sobre los cerdos

En el Periódico “Adelante” de esta semana, en su sección Catauro, el periodista Eduardo Labrada escribe lo siguiente:

 

Llama la atención que ahora, con la intensa campaña de saneamiento en nuestra ciudad, aparecen corrales y crías de cerdos en cualquier vivienda, a pesar de que se conoce que las heces fecales de estos animales son en extremo agresivas. Por decreto ley se encuentra prohibido desde hace muchos años la cría de tales animales en las áreas urbanas, esté o no limpio el corral o el patio donde se encuentre, en eso el mandato legal es riguroso. Muy bien. ¿Y entonces qué hicieron y por qué lo permitieron por meses y años la miríada de inspectores, supervisores, fumigadores, trabajadores sociales, técnicos de Salud que visitan nuestras viviendas cada semana y cada mes?  

 

Esto es lo que se hace llamar “periodismo crítico revolucionario –entiéndase oficialista” –. Es poner el dedo sobre la llaga con pretensión de curar la herida. Pero no nos llevemos a engaños. Mi amigo Labrada, uno de los periodistas de mayor prestigio en el semanario provincial, a pesar de mantener ese espacio con el propósito de ventilar las quejas de la población, no puede pasar de allí con su crítica, porque en el periodismo oficialista, hasta ahora, se permite jugar con la cadena siempre que no se le toque un pelo al mono.

Y es allí a donde quiero llegar. Porque hay “disposiciones” que bajan desde el cielo que ni el mismísimo Primer Secretario del Partido puede enmendar. Como ejemplos más evidentes se puede citar la penalización del sacrificio de ganado mayor, la prohibición de comerciar mariscos, el desequilibrado precio entre salarios y artículos de primera necesidad, entre otros.

A Labrada solo le está permitido echar su descarga a inspectores, supervisores, fumigadores, trabajadores sociales y técnicos de la Salud, pero no puede bajar a las raíces del problema: ¿por qué la población cría cerdos hasta en las bañeras de sus casas?

De todas formas la crítica es válida. Inclusive desenmascara un tanto a los fumigadores, cuya tarea, según se dice, no es husmear cómo se vive dentro de las casas. Y si alguien faltó por amonestar es a la otra miríada de policías que invaden las calles mientras las indisciplinas sociales continúan en pleno desarrollo.

Ahora bien. Hay que ir a la raíz de la cuestión como aconseja Martí. La gente cría cerdos dentro de sus casas a pesar del mal olor que invade los recintos, a riesgo de contraer enfermedades infectocontagiosas, a despecho del decreto ley que lo prohíbe, porque la necesidad los obliga. Cuando no se tiene otra carne a la que acceder –pues ninguno de los engrudos que se ofertan tienen sus características –, cuando la que pudiera suplirla está totalmente prohibida y altamente penalizada, cuando el salario promedio de un trabajador es tan desproporcionado al enfrentarlo a una libra de bistec de cerdo, que puede llegar hasta a 3 jornadas de trabajo, el ciudadano de a pie no tiene otra opción que criar sus puerquitos dentro de las viviendas.

Permítase a los productores de carne de res comercializarla como la de cerdo o la de ovino, de la misma manera que en cualquier país de este hemisferio, incluyendo a los hermanos ideológicos; elévese el salario no solo a los trabajadores de la salud, sino a todo el que trabaja y se tendrá un resultado inmediato, porque el ser humano necesita un estímulo para crecer, para saberse y sentirse persona. Pero aún mejor, colóquese en las carnicerías estatales la carne de cerdo a precios aceptables para cualquier bolsillo y, sin necesidad de esa miríada de inspectores, supervisores, fumigadores, trabajadores sociales, técnicos de la Salud y policías, nadie cometerá la torpeza de criar un puerco dentro de su hogar.

Para nadie es un secreto que las epidemias que hoy afectan a Cuba son un producto de las indisciplinas sociales, muchas de estas provocadas por las limitaciones en que la sociedad se encuentra inmersa. Pero, como muy bien señala el periodista Eduardo Labrada, aunque todo está legislado, la falta de sentido de responsabilidad y pertenencia, coadyuvan a que el desastre de salubridad sea todavía mayor.

 

Pedro Armando Junco

 

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