Es admirable cómo los ideólogos del Partido utilizan, de manera subliminal, los medios difusivos del país para lograr que el pueblo adquiera conceptos afines con lo que se pretende doctrinar.
En estos momentos la palabra “opositor” es considerada entre las capas más excluidas y menos cultas –que son las más –un calificativo degradante. Opositor se considera, hoy que la peyorativa “gusano” ha pasado de moda, una palabra perversa, símbolo de un ente capaz de romper las reglas morales de la sociedad, ofrecer escándalos públicos o garabatear consignas obscenas en las paredes. Por ejemplo: cuando una muchacha desnuda caminó por la calle República en señal de protesta por algo, el pueblo la consideró, más que una demente, una “opositora”.
Así este calificativo, para nada desfavorable ni diabólico en realidad, ha sustituido al de “gusano”, hoy fuera de uso por la asimilación positiva de una ciudadanía que se lo adjudicaba hasta con gracia desde cuando el éxodo de Camarioca en 1966: valga la redondilla:
Con mi maleta en la mano
y un torniquete en la boca
yo me voy por Camarioca
aunque me digan gusano.
El epíteto, lejos de molestar caía en gracia, como les sucedió a los españoles cuando quisieron denigrar a nuestros patriotas del siglo XIX con la palabra “mambises”, que se convirtió en distintivo nacional y ha llegado hasta nosotros con orgullo. Esa es la razón principal por la que se omite, aunque hay muchas otras que han sacado a “gusano” de la palestra pública.
También está el adjetivo “disidente”. Pero este es un denominador más sofisticado, más culto, más fuera de alcance del pueblo común. Además, cuando se le busca en el diccionario, éste nos lo explica como un “grave desacuerdo de opiniones”, y significa “separarse de la común doctrina, creencia o conducta”. Por eso, para ser disidente, primero se ha tenido que ser afín a esa doctrina común, como es el caso de Yoani Sánchez o Eliécer Ávila, por citar dos jóvenes nacidos en la Revolución. Pero hasta ahí el calificativo no presenta fisura inmoral. No hay por dónde agarrarlo para denigrar a aquellos a quienes se les endilga. Oswaldo Payá Sardíñas fue un disidente que, sin lugar a dudas, fue también un opositor, y no ofrecía escándalos públicos, no escribía obscenidades en las paredes, no salía desnudo por las calles. Todo lo contrario: lanzó una propuesta cívica de altos valores humanos que lo hizo acreedor del Premio Sájarov por su Proyecto Varela.
Ahora anda por ahí un autocalificativo: “oposición leal”. Pero hay mucha paradoja en lo que se pretende expresar puesto que, cuando alguien se opone a una doctrina, se le ha de tornar muy difícil ser leal a esa misma doctrina. ¿Cómo se entiende?
Y en todas estas cuestiones pensaba yo hace solo unos días, cuando me vino a la mente el compromiso político que representa lanzar al ciberespacio, gracias a los blogs, múltiples ideas que pueden ser útiles a la sociedad, al país, al Gobierno y hasta a los ideólogos del Partido, aunque fusionado a estas, nos acecha el peligro de caer en el grupo de los opositores, que para la gente menos culta a veces llega a ser sinónimo de “contrarevolucionario”.
Llevado a un análisis agudo este ardid de los ideólogos del Gobierno, sale a la superficie la manera sutil, pero eficaz, de satanizar a los críticos de las cosas mal hechas con el miedo blanco que envuelve a todos los que, ante determinada situación, expresan públicamente un desacuerdo. Entonces, a pesar de que Raúl Castro ha dicho categóricamente que todo ciudadano puede expresar con entera libertad sus criterios, las emisoras radiales y televisivas tanto como la prensa escrita, permanecen cerradas a todo aquel que propone cambios y medidas profundas. Y si a esto se une la marginación y satanización de que son víctimas dichas críticas y sus promotores, muy pocos se atreven a proponer transformaciones capaces de “cambiar todo lo que deba ser cambiado” porque la célebre frase de Fidel se ha quedado en el aire, sin pisar tierra firme, desde hace catorce años.
Los opositores y disidentes son personas que pretenden crear nuevos partidos independientes para, mediante ellos, establecer una batalla de ideas tangible y, mediante las urnas, discutirle al Partido gobernante la supremacía y el poder. Pero no hay por qué calificar a los blogueros críticos con ningún tipo de epíteto, ni siquiera con el ambiguo de opositores leales. Somos ciudadanos cívicos que, sin importarnos nos expulsen de determinadas superestructuras, ejercemos un análisis afín a nuestros más sinceros criterios particulares, sin que las discrepancias de conceptos mellen un ápice la intención que nos hermana, porque el objetivo común es descubrir fórmulas que saquen adelante a esta sociedad que, dicho sea de paso, es sacarnos adelante a nosotros mismos.
Somos la voz de los que no la tienen. Porque todavía en nuestro país la mayoría carece de voz y, ¿por qué no?, de oídos, ya que estos post que colgamos en Internet no pueden ser leídos por la inmensa mayoría de cubanos en la Isla.
Pero somos también cronistas de la época. Somos historiadores, mal que le pese a cualquiera que, con su título colgado en la pared de su casa, no se atreve a dejar para mañana las verdades que un tataranieto de mi nieta le explicará a su compañero de aula cien años más adelante.
Yo imagino a ese tataranieto de mi nieta en el 600 aniversario de la ciudad, arrellanado en un banco de mármol del Parque Agramonte –que espero esté allí todavía dentro de 100 años –cómo explicará a su amigo que el abuelo de su tatarabuela criticaba en su blog en 2014 que la calle Martí había sido cerrada por frente al Parque donde estarán sentados, sin contar con el criterio de la población, a pesar de haber sido una arteria vial de las más importantes en la ciudad. Fracturaron el ventajoso enlace oeste a este de la ciudad que ella establecía –le explicará –solo con el propósito de servir café al aire libre en moneda fuerte a los turistas, aunque por esos años los cubanos no obtenían ese tipo de moneda con su salario y no podían disfrutar del café que allí se dispensaba…
Imagino a ese amigo cómo abrirá los ojos de este tamaño, hasta que el tataranieto de mi nieta, cruzando una pierna sobre la otra en el banco del Parque le cuente que también el abuelo de su tatarabuela criticaba en su blog que aquel que tuviera el atrevimiento de sacrificar, para comer con su familia, una vaca propia, era condenado a una decena o más de años para la cárcel, porque matar una vaca en esa época, aunque fuera de su propiedad, era como asesinar a una persona… Y el joven interlocutor se pondrá de pie más colorado que un tomate maduro y ejecutará ademanes violentos. Pero el tataranieto de mi nieta lo obligará a sentarse con un gesto cortés y le contará que ciento veinte años atrás, al que cogían con un billete de a dólar en el bolsillo lo condenaban a cuatro años de cárcel; que ciento cincuenta años atrás a los homosexuales, desafectos del proceso político, o creyentes en Dios, se les llevaba a unos campos cercados con alambres de púas en esta provincia o se les enviaba, con el calificativo de “escoria”, para Estados Unidos, y que todo eso lo criticó en su blog el tatarabuelo de su abuelita…
El escucha del tataranieto de mi nieta se pondrá nuevamente de pie, furioso como Aquiles y calificará de mentiroso a mi ilustre descendiente, porque dentro de cien años la joven generación cubana no dará crédito a estos lamentables sucesos.
Pero la historia nos dará la razón. Por eso escribimos. Porque todas las demás fatuidades de la vida, como dijo el Apóstol, caben en un grano de maíz. Y solo la obra de la verdad, de la razón y de la justicia, engrandecen al hombre y consiguen que muchos años después de su muerte se le recuerde y se le respete.
No somos ni opositores ni disidentes. Aunque estos calificativos para nada son denigrantes. Es más, de la contradicción de los que se oponen –o mejor dicho –de los heterogéneos discernimientos de muchas personas –porque los seres humanos piensan de disímiles maneras –se pueden obtener o crear vías para el desarrollo, ya que hasta Carlos Marx aseguraba que de aquellos se generaba éste.
En la blogosfera, por hipercrítica que algunos la vean no se pretende cambiar de Gobierno, lo que se busca es que el Gobierno cambie: erradique a esos elementos perniciosos que se arrogan el derecho a pensar y actuar por sí solos, sin contar con lo que el pueblo quiere y necesita.
Ejercemos la crítica sin tener en cuenta seamos desatendidos y marginados en la época que nos ha tocado vivir. Aunque mejor sería que, sin pretensión de escamotearle a otros una fatua gloria, se nos escuchara con prudencia y se nos permitiera ayudar a que las cosas se hagan con mayor cordura, gracias a la apreciación de nuestros enunciados.
Pedro Armando Junco
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