Me comentó un amigo de lo inútil que son las bloguerías. Me aconsejó que todo el tiempo que pierdo en escribir un post para mi blog pudiera dedicarlo a mi literatura, inclinación más intelectual y trascendente en mi carrera. Lo paradójico está en que ese amigo es también bloguero. Pero sus tratados se diferencian de los míos en que se enmarcan solo sobre arte y eluden los problemas sociales de nuestro país, como si viviéramos en el espacio sideral, ajenos por completo a las dificultades de los que pisan la tierra.
Y lo peor es que, beatonamente, continúa escribiendo. Ahora, luego de percatarse que a pesar de mis críticas no me ha “sucedido nada”, suelta sus reproches a veces envueltos en un lenguaje de celofán que puedan entenderse de diferentes maneras.
Sin embargo, otro grupo de blogueros muy críticos, hacemos coro para decir lo que hay que decir. Y no lo hacemos por ir contra el Gobierno, sino por andar a favor del pueblo: dos concepciones que todavía no están tan bien esclarecidas como deberían. Si el Gobierno toma medidas que perjudican a la población porque dentro de su nomenclatura hay individuos que, por vivir muy acomodados, el pueblo no les interesa un comino, para denunciar lo mal hecho estamos nosotros a pesar de las limitaciones para llegar a las masas, obstáculo que sería muy saludable eliminar.
El altruismo de los blogueros críticos –y debo poner el resguardo de respetuosos y nada beligerantes –, gravita en la convicción de que nada debemos ni tenemos que esperar como recompensa, a no ser las mejorías que reclamamos para la comunidad en la que estamos viviendo. Con la experiencia de lo sucedido a Cristóbal Colón cuando regresó encadenado a España en su último viaje, es suficiente para concientizar que el que se mete a redentor termina crucificado. Pero, por otra parte hemos aprendido del Maestro que “mirar en calma un crimen es cometerlo”, y es por eso que sacamos los trapitos al sol de lo mal hecho y lo perjudicial para los ciudadanos de a pie.
En las cuestiones más sencillas muchas veces tenemos éxito aunque no se nos adjudique la medalla. Un ejemplo de ello es la avalancha de críticas a la suciedad y a la falta de agua en mi barrio. Yo he hablado de mi barrio, otros hablan de los suyos y conformamos una especie de sindicato anónimo que aglutina opiniones del pueblo y siempre hay, entre los que pueden resolver el problema, quien ponga oídos a la crítica.
Pues bien, todo indica que alguien se dio cuenta de que un alto por ciento de los casos de cólera es debido a la falta de higiene; que es fundamental para la higiene agua en abundancia; que para qué ofrecer agua pública solo cada tres días si las represas están ahítas gracias a una fértil primavera, etc. Y desde hace una semana el agua nos está llegando continuamente y con mucha fuerza. Para ser justos, si es que con esto no le hago mal de ojo a la abundancia, felicitamos encarecidamente al directivo que ordenó abrir el surtidor, seguramente convencido de que es un absurdo racionar el pingüe líquido.
Tanto dimos con el problema de los mendigos alcohólicos, que se les asignó un sitio hospitalario con tratamiento siquiátrico y se han internado en él a muchos que daban la imagen más tétrica de nuestra ciudad.
Y así hemos obtenido silenciosas y minúsculas victorias locales con nuestras críticas, pues el propósito siempre ha sido ayudar, no destruir. Sin embargo, lo que solucionaría la crisis cubana tiene que ascender a nivel nacional donde radican las principales trabas, tantas veces señaladas por nosotros. Medidas en grande y para todo el pueblo.
La eliminación del permiso estatal para salir del país, la compra y venta de vehículos y casas privadas, el incremento del trabajo por cuenta propia, no solo son aperturas con lastre de gravámenes desproporcionados, o una muy disimulada cuerda por donde amarrar al ciudadano si se quiere, sino son derechos que se les había usurpado al pueblo y ahora se les reconoce nuevamente como un pródigo regalo.
Pero el país continúa en picada. La corrupción se incrementa y los jóvenes solo sueñan con abandonar el país. Como soy tan abierto a escuchar las más extraordinarias opiniones, hace solo unos días un amigo muy pesimista se atrevió a pronosticar que dentro de cinco años, cuando los hermanos Castro hayan desaparecido del escenario público, será inevitable una guerra civil:
–¡Porque la juventud de este país no aguanta más…! Solo el liderazgo de Fidel y Raúl consiguen que el pueblo resista tantas penurias.
Pero eso sería el caos, y por tanto lo debemos evitar. ¿Cómo? Formulando soluciones lógicas, yendo a las raíces de los problemas y poniendo en práctica medidas, nunca coercitivas que exacerbarían aún más a los descontentos, sino innovadoras, sin tener en cuenta su radicalización. Porque lo importante es cambiar todo lo que deba ser cambiado en aras de la nación cubana.
La política que se ha estado llevando a cabo es totalmente contraria a los propósitos y objetivos que se persiguieron. Por ejemplo: cuando decimos que la mayor factoría de los Estados Unidos está en Cuba, la gente mira a su alrededor buscándola y no la ve, porque hasta las centrales azucareras están en peligro de extinción. Y ¿cómo puede verla un ciudadano común y corriente si el objeto que sale de esta factoría es él mismo o son sus hijos? ¿Es que hay que estar ciego para entender que dentro de poco más de los cinco años que dice mi amigo, en Cuba solo quedaremos ancianitos?
El Estado costea, desde que está en el vientre de su madre, los gastos que ocasiona el feto. Cuando nace le otorga todos los beneficios, incluyendo el mal hábito de prohibirle trabajar; y lo educa, y lo hace profesional. Y luego, cuando ya es hombres o mujer, apto para la explotación, se marcha hacia los Estados Unidos. Y es allá donde rinde los frutos que debería ofrecer aquí
¿Cómo evitarlo? Se han puesto a prueba los métodos más diversos: desde la negación del permiso de salida hasta la cárcel, y no se han obtenido resultados provechosos. La gente se lanza al mar y corre el riesgo potencial de morir ahogado o comido por tiburones, pero continúa huyendo del país. Otros piden misiones para luego desertar.
¿Dónde está la solución? En que la gente se sienta a gusto en su país. ¿Y de qué manera la gente puede sentirse a gusto en su país? Gozando todo tipo de libertades, prioritariamente económicas y políticas.
Yo le respondí a mi amigo pesimista que intuir el futuro de Cuba para dentro de cinco o un poquito más de años, es una profecía tan difícil, que ni el más preclaro vaticinador puede pronosticar. Pues paralelamente a una anexión a Norteamérica para la nueva colonización de esta Isla porque, si el éxodo continúa, la nación cubana radicará del lado de allá del Estrecho de la Florida, gravita la posibilidad de algo así como un Putin a la cubana. Un nuevo dictador con mano de hierro que intente detener la corrupción generalizada, cuyos frutos hoy permiten la supervivencia de toda la población, aunque a muchos nos pese.
La otra posibilidad, el esperanzador pronóstico de un comienzo de bienestar en el pueblo, que un alto funcionario supone para el 2030, no solo es irrisorio porque ni él ni yo ni muchos posiblemente podamos estar sobre la tierra para esa fecha, sino porque es una falta de respeto al pueblo desesperado. En el año 2030 la Revolución cumpliría 71 años. La Revolución Bolchevique duró 72 años. Quizás por eso el alto directivo de la economía nacional computó en su espacioso y aclimatado buró:
–Un año más… y un Putin. O el Diluvio.
Pedro Armando Junco
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