lunes, 23 de marzo de 2015

Hablemos un poco de Santiago.¿solamente?

En el número 51 de la revista Viña Joven aparece un artículo de Rafael Duharte Jiménez, intelectual santiaguero de primera línea. Y yo, asiduo lector y colaborador de esa revista desde hace varios años, conocedor de su línea editorial completamente apolítica, quedé sorprendido. Por primera vez en su espacio "Sociedad" alguien habla tan claro y se lanza a fondo en la crítica, porque –dejémonos de simulaciones –sociedad y política son hermanas gemelas.

El título de su trabajo es "El Santiago feo". Y el señor Duharte lleva a cabo un análisis muy concreto sobre las causantes de que a los santiagueros que emigran se les denomine peyorativamente "palestinos".

"¿Existe una crisis en la cultura santiaguera?", se pregunta. Sí, existe. Y ha tenido el valor de señalar vertientes: cine, literatura, música, artes plásticas, danza. No excluye a la prensa ni a la televisión y, además, cita una serie de instituciones que también han sido tocadas por esa crisis. Lo que al señor Duharte le faltó señalar es el nombre de la causante, no ya del problema cultural sino espiritual del pueblo santiaguero, como agregar que es un lamentable desequilibrio nacional.

Si en algo no estoy de acuerdo con la tesis del articulista es en culpar a la población santiaguera por la pérdida de su condición capitalina desde hace varios siglos, cuando pasó a ser La Habana "la capital de todos los cubanos".  Porque luego de aquello Santiago de Cuba fue cuna de hombres célebres, hechos históricos relevantes y un sinnúmero de caracteres que la ornamentan históricamente.

Tengo amistades ilustres en Santiago de Cuba, permanentes allí. Acaso opacadas, como en muchos lugares de la Isla, pero fieles a su terruño. Y he podido constatar personalmente que ninguna otra idiosincrasia nacional es más desprendida y fraterna que la del santiaguero autóctono.

Sé que para Viña Joven, mi revista amiga –tan mía que a ella agradezco más de nueve publicaciones y mi escapada del ostracismo –debió haber sido difícil permitir una crítica que pone sobre la picota a quienes manejan nuestra sociedad desde hace varias décadas. Pero felicito a Viña Joven, porque es la hora de decir la verdad y sacar a la luz los errores que se cometieron y todavía se cometen.

Cuando el amigo Duharte señala que los santiagueros de hoy (no todos, por supuesto) andan sin camisa por las calles, se orinan en las esquinas, ponen música a los más altos decibeles en autos y viviendas, gritan palabras obscenas, echan basura en cualquier sitio y venden alimentos antihigiénicos, hay que responderle que eso no sucede solamente en su querida ciudad; que eso y mucho más es un hábito consuetudinario de todas las ciudades de Cuba, incluyendo a "la capital de todos los cubanos".

Señalar que los carnavales se han transformado en verbenas para esquilmar a la población con la venta de cervezas superlativamente caras y permitir que los merolicos y estafadores hagan su zafra, no es solo un problema santiaguero. Que se asen puercos en púas en medio de la calle en detrimento del asfalto que luego crea un bache seguro, ha sido el producto de una supuesta orientación de cocinar ajiaco popular en la vía pública cuando los festejos por los aniversarios de los CDR, y se acostumbra hacerlo en cualquier parte del país –si se tiene el puerco, claro –.  

En lo que sí estoy de acuerdo es en que el fraccionamiento territorial de la provincia de Oriente ha sido una causante más de esta crisis. Y eso lo han sufrido también, principalmente, las provincias de Camagüey y Santa Clara. No quiero ni pensar que esta medida haya tenido su génesis en la axiomática teoría de Maquiavelo. Pero el tiempo ha demostrado en la práctica que nos estamos dividiendo mientras desde Santa Ifigenia nuestro Apóstol suplica con dolor infinito todo lo contrario. 

¿Por qué "palestinos"? Es cierto que a los camagüeyanos no nos califican igual los habaneros incultos, pero cierta vez en una "guagua" capitalina escuché cuando una señora le recalcaba a mi niña que ingenuamente refirió ser camagüeyana: "Mija, La Habana es La Habana. Lo demás es área verde". Quizás esa señora desconoce que más de la mitad del pueblo habanero tiene sus raíces en tierras palestinas de áreas verdes.

Pero así también se nos divide. Y se nos divide cuando se fomentan contingentes de personas marginales para llevar a la construcción o vestirlos de policías. Y esos policías incompetentes, extraídos sobre todo de zonas rurales, llevados desde Oriente y desde Camagüey y desde otras provincias, cuya cultura choca con la del habanero ilustrado, ha dado lugar al apodo de "palestinos" junto a la presunción de que el resto del país es "área verde". Es hasta desgarrador el momento en que, en el filme Conducta, aquel policía expulsa de La Habana a un coterráneo suyo solo por venir de donde él mismo vino. Es bochornoso para la historia ese decreto que ordena expulsar, como a palestinos, –quizás ese decreto haya originado el despectivo apodo –a un ciudadano cubano de un lugar de Cuba. 

Lo cierto es que vivimos una crisis total de valores. La vive Santiago de Cuba; la vive Cuba en su totalidad. El propio presidente del país hubo de reconocerlo hace ya más de un año, pero nada se ha hecho para revertirla. Computaron 191 formas diferentes de "indisciplinas sociales". 

Algunas de estas indisciplinas pueden solucionarse fácilmente. Poner contenedores de basura pudiera ayudar a que los vecinos de la cuadra no echen los desperdicios en la calle. Crear urinarios puede servir para que nadie tenga necesidad de orinar en las esquinas. Luego de estos cimientos es plausible infligir a los infractores. Permitir a las personar publicar sus desacuerdos no solo podría evitar las manifestaciones callejeras de los opositores, sino ayudaría a los artistas e intelectuales a elaborar una mayor y más exitosa producción porque, como apuntara Martí: "Ni escribe el escritor, ni habla el orador, ni medita el legislador, sin libertad. De obrar con libertad viene obrar con grandeza".

Hay otros vicios que no serán tan fáciles de erradicar; que solo una cultura de punta puede arrinconar en el escenario popular. Pero esa cultura ha de ser limpia, sincera, multitudinaria. Una cultura de amor en las que las iglesias –de todas las denominaciones –pueden –y estoy seguro –desean participar.

No sé si Viña Joven esté dispuesta a publicar esta "bloguería". De hacerlo me sentiré altamente gratificado.

 

Pedro Armando Junco

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