domingo, 26 de abril de 2015

Sobre la Feria del Libro en Camagüey.

Ante todo quiero pedir disculpas a quienes siguen mi blog por tanto silencio. La cotidianidad atenta horriblemente al tiempo que debo dedicar para escribir con lógica sobre un tema. Es la lucha por la supervivencia; que ha de ser la misma en cualquier parte del mundo, no importa el sistema político existente, cuando no se hayan solventadas las carencias materiales del hogar. La tela donde zurcir no ha faltado. Lo que ha estado precario es el costurero.

Los primeros días de abril acapararon mi atención para escribir en mi blog sobre dos asuntos: uno la Feria del libro en Camagüey, en la que realicé varias presentaciones de mi novela y, simultáneamente, la VII Cumbre de las Américas. 

 Sobre la Feria, ya habitual en cualquier sitio del país, debo dejar plasmado mi agradecimiento al Instituto del libro y a la editorial Ácana por el apoyo ofrecido a las presentaciones de 36 hombres a bordo, mi última novela. Si alguna dificultad hubo en la entrega del material se debió a la magnitud del evento con relación al personal de apoyo y las limitaciones logísticas, sobre todo en transporte.

Pero hay algo que no quiero dejar escapar respecto a la población general, ya que también se me hizo evidente en la Feria Internacional de La Habana: ¿Qué buscaba la multitudinaria ciudadanía en estas programaciones?

Los conversatorios y las presentaciones estuvieron permeados por el ausentismo. En conversatorio tan interesante como el del Quijote, apenas una decena de intelectuales que conocían su valor acudieron a escucharlo. En las presentaciones se hizo necesario repartir llamamientos o convocar personal involuntario para llenar espacio; inclusive, ante libros muy promocionados el autor tuvo que acudir a sus familiares, vecinos y amigos más íntimos para dar una idea de conglomerado.

Y a pesar de todo, la gente iba por miles a la venta de libros. Pero, ¿qué libros buscaba el público?: libros infantiles para sus niños pequeños, sobre todo los de colorear. Y, no se extrañen por la extravagancia: ¡libros de cocina! Hubo títulos de cocina que se acabaron antes del mediodía de la primera jornada ferial. En conversación con dos intelectuales sobre este desfasaje poblacional, uno de ellos, Jesús David Curbelo, me respondió riendo: "es que a la gente le encanta la ciencia ficción". El otro intelectual, cuyo nombre no voy a comprometer en este artículo, me explicó cómo el ser humano busca de manera subliminal lo que le urge y, en el caso de los libros de cocina, al tener el ejemplar en sus manos cree haber resuelto la mitad del problema: "ya tengo las recetas; ahora hay que conseguir con qué hacerlas".

También los diccionarios, y un libro que habla sobre monseñor Carlos Manuel de Céspedes tuvieron excelente acogida. Pero es lastimoso que autores como Leonardo Padura y Pedro Juan Gutiérrez apenas aparezcan con textos menores. ¿Por qué no se han lanzado ediciones millonarias de El hombre que amaba a los perros o de Hereje, de Padura?. ¿Por qué no se ha publicado en Cuba Trilogía sucia de La Habana o El rey de La Habana, de Pedro Juan, que pone sobre el tapete la realidad al desnudo de las miserias cubanas? Se habrían vendido todos. Porque la población está obstinada de la misma tonada política de hace cincuenta años.   

Mucho más queda por decirles y proponerles a quienes dirigen la cultura cubana y determinan qué debe o no colocarse a la venta en las librerías del país. Seguramente que estos que determinan los títulos que se pueden vender, son los mismos que inventaron como plato fuerte para la población la croqueta, el picadillo de soja, la mortadela, la masa cárnica, la masa de chorizo, la masa de hamburguesa y todos esos inventos de desperdicio animal, para guardarse los filetes y las palomillas de res, las langostas y los camarones para ellos.

Lo de la Cumbre queda para la próxima semana.

 

Pedro Armando Junco    

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario