jueves, 7 de abril de 2016

Dentro del camión de pasajeros

Tomado del sitio "Cubanos por el mundo"

 

Siempre me ha gustado escuchar la opinión del ciudadano común, porque en el pueblo está la esencia de la sabiduría y la cultura del pueblo. Hay quienes en toda su vida no "disparan un chícharo". Pero otros, aunque sea una vez originan una idea brillante, cuya repercusión se perpetúa y repercute anónima en la memoria histórica de la sociedad. De allí ha surgido esa cantidad de aforismos populares repetidos de generación en generación, ocultando el génesis y el autor de la ocurrencia. "A tu tierra, grulla, aunque sea en una pata" le escuché decir a mi padre muchas veces, cuando alguien lo conminaba a marcharse del país –después del siquitrillamiento– en el primer éxodo multitudinario por Camarioca, a mediado de los años sesenta.  "No hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista", ¿quién no ha escuchado estas palabras como bálsamo consolador para los desesperanzados?

Eso enriquece nuestro acervo cultural. Lo que sucede es que muchos de estos adagios públicos no suenan bien en oídos monolíticos de fósiles enemigos de la diversidad de criterios y del buen humor cubano. El cruce euro-asiático-africano de nuestros nacionales nos ha estereotipado de tal manera que nos reímos hasta de nuestra propia desventura.

Por eso me gusta viajar en camiones de transporte intermunicipal, soportar aquellos bancos de acero, unos muy elevados y otros muy bajos para permitir mayor capacidad  pasajera, y padecer con los intensos olores euro-asiáticos-africanos durante dos horas intensas, con tal de escuchar a las personas. A la gente le gusta ser escuchada; y nada más propicio que un camión de aquellos que hace medio siglo acarreaban reses y hoy en día son el transporte público comunitario. Luego que el conductor cierra el portón de hierro por la parte exterior, para quienes no padecen claustrofobia el momento es propicio para conversar en voz alta y obligar a todos los acorralados en la cama del camión a que lo escuchen.

En cada lugar, cada época sostiene una temática conversacional específica. Por eso, desde hace medio siglo las charlas en Cuba giran en torno a la alimentación y estados lastimosos, así como en Estados Unidos versan alrededor de empleos remunerativos. En estos días, sin detrimento de los anteriores temas, la cúspide piramidal de estas conferencias camioneriles se proyectan sobre la visita de Barack Obama. Y como es de suponer, siempre hay defensores a ultranza del modelo político actual que salen en defensa del editorial del día 9 de marzo del periódico Granma.

En mi último viaje la disputa comenzó sobre las prohibiciones alimentarias que sufre la sociedad en pleno. Sin embargo, un señor maduro, de guayabera blanca y vientre cicloidal obvió el eje de la discusión y trajo a colación el sistema de salud cubano: "único país en el mundo donde la salud es totalmente gratuita, incluyendo una intervención quirúrgica a corazón abierto, la colocación de aditamentos importados como marcapasos, equipos de primera generación, etc, etc, etc". Cuando el –seguramente– directivo terminó sofocado su discurso y se estiró la impecable guayabera, desde la otra esquina del camión se escuchó la frágil vocecita de un guajirito enclenque: "Eso es verdad. Vamos a morir de hambre, pero sanitos, sanitos".

El hombre de la guayabera no habló más, pero de alguna parte del camión alguien salió en defensa de su tesis asegurando que los cubanos deberíamos sentirnos orgullosos de una Revolución que había puesto muy alto el nombre de Cuba, no solo por el sistema de salud que "el compañero" acababa de citar, sino por la educación gratuita hasta el nivel universitario y el internacionalismo desinteresado que nos llenaba de gloria. ¡Es una gloria ser cubano! Pero se volvió a escuchar desde la esquina oscura del camión la fina voz del hombrecito campesino: Ven acá, tú; ¿y la "Gloria" se come?

Como es de suponer, al notar tierra fértil para el sembrado de la diversidad de criterios, un vecino de banco dejó caer la mentira de un acuerdo suscrito por los gobiernos de Cuba y Estados Unidos para realizar una consulta popular a manera de elecciones. A un pueblo inculto y mal informado se le puede hacer creer cualquier cosa; así que la mayoría de los asistentes a la reunión abrieron, así de grande, los ojos. Y continuó mi vecino de banco: "Se piensa celebrar elecciones a final de año. Los candidatos a la futura presidencia de Cuba serán Raúl y Obama. Ahora tendremos la oportunidad de escoger qué sistema social preferimos…" Y a medida que iba preguntando la gente se reía, pero nadie profirió siquiera un criterio. El camión se detuvo en la parada donde el campesino de los aforismos debería bajarse. Mi vecino no quiso desperdiciar la oportunidad de escuchar al hombrecito de campo y le soltó en voz alta:

–Qué, mi amigo: ¿por quién usted va a votar?

Para sorpresa nuestra, ya en el último escalón del carro, el flacucho pasajero miró hacia todos los rincones del camión, como buscando al de la guayabera y, luego de una intensa carcajada, se bajó sin responder la pregunta.    

¿Será la autocensura, esta posición conformista o temerosa de callar la mitad de lo que sentimos quien impida llevar a feliz término cambios sustanciosos en el sistema de gobierno cubano?

 

Pedro Armando Junco

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