domingo, 17 de abril de 2016

Patriotas, apátridas y chovinistas

Tomado del sitio "Cubanos por el mundo"

 

Pedro Armando Junco

 

Hay quienes afirman que la Patria, más que la tierra que nos ve nacer, es aquella que nos recibe con los brazos abiertos. El nacer es un acto fortuito, muy poco relevante en nuestro futuro. En la historia bélica de Cuba, a personalidades como Máximo Gómez, Narciso López, Henry Reeve y otros muchos patriotas, no les mermó un ápice su cubanía el hecho de haber nacido en otros sitios del mundo. Ellos fueron más patriotas cubanos que los nacionales "que al lucir el sol del Diez, con el español fueron, temblando, a formar"[1].

Por el contrario, Arthur Schopenhauer pensaba que el patriotismo es la más estúpida de las pasiones. Y hasta podría darse crédito a tal raciocinio si no encontráramos en el llamado patriotismo, mucho de particular. Me dejaría llevar de la mano por el pesimismo clásico y la filosofía antipatriótica de Schopenhauer, si no pensara que dicho móvil no es tal y como nos lo pintan los tiranos y los demagogos: un altar en el que debemos rendir lo mejor de cada uno –incluyendo la vida– a favor de un líder.

El patriotismo, a mi entender, en su esencia, es el resultado del rechazo de un ciudadano cualquiera a soportar humillación permanente por un extraño que lo despoja de su derecho a la libertad y a la justicia. Creo que es solo entonces cuando el hombre, justificadamente, se revela, conforma grupo con otros hombres de iguales intereses y se lanza a la lucha –incluyendo el riesgo de su propia vida– por quitarse de encima la bota que lo tritura; por lograr su libertad individual, que será por tanto, la libertad común; la soberanía de todos por igual sobre aquel lugar en el que conviven y por el que han batallado. No hay en la historia o la leyenda un ejemplo más fehaciente que Guillermo Tell en la obra de Schiller.

Los grandes próceres, los llamados y admirados grandes patriotas –no importa en qué lugar del planeta–, han partido siempre desde un acto de humillación, de segregación, de injusticia contra su propia persona; y a partir de ese momento encabezaron a otros menos decididos o menos aptos, pero tan perjudicados como él, y junto a ellos llevaron a cabo la maravillosa obra de la libertad.

Es precisamente allí, en ese instante en que el cabecilla alcanza la victoria –victoria que nunca debemos perder de vista pertenece a todos–, cuando el hombre, el caudillo, el líder determina ser un prócer, un hombre a venerar, o se habrá de convertir en tirano. Esta postrera determinación, aunque luego la historia se encargue de vituperarla, es la más atractiva; y todavía hoy en sus anales coloca dubitativamente los calificativos. 

Un hombre, un partido político, una ideología, incluso una Constitución cuando no contiene el consenso absoluto de la ciudadanía, no personifica a la Patria. La Patria es de todos por igual: de cultos e ignorantes, de jóvenes y viejos, de hombres y mujeres, de blancos, amarillos y negros. Son los chovinistas quienes hacen creer a las multitudes ilusas que son ellos quienes la representan y se la autoproclaman. Tratar de dividir a una nación postulando como patriotismo ideologías monolíticas construidas a capricho de un pequeño grupo de personas o de un solo hombre, es la más antipatriótica felonía.

 

Algo en el alma decide,

En su cólera indignada

Que es más vil que el que degrada

A un pueblo, el que lo divide.[2]

 

De igual manera, el intento de algunos politólogos por satanizar y llamar apátridas y traidores a los que se oponen pacíficamente a un sistema de gobierno que alcanzó el poder mediante una revolución sangrienta, es el bumerán que contradice y golpea sus postulados, ya que fueron ellos mismos quienes triunfaron como opositores del régimen anterior que los acorralaba. Perseguir y denigrar como a enemigos de la Patria a quienes levantan su voz de manera pacífica para exigir derechos civiles universales e inalienables, invierte los términos de apátridas y patriotas.

Hoy se levanta con más fuerza que nunca antes, aquel folleto intitulado La Patria es de Todos. Y si por alguna duda alguien se atreviese a contradecirlo, dejemos al Apóstol que responda:

 

¿Quién con injurias convence?

¿Quién con epítetos labra?

Vence el amor. La palabra

Solo cuando justa, vence.

 

Si es uno el honor, los modos

Varios se habrán de juntar:

¡Con todos se ha de fundar

Para el bienestar de todos![3]

 

 

 

 

 



[1] Martí José. Obras completas. Editorial Nacional de Cuba. La Habana, 1964. t. 16, p. 354

 

[2] Ibídem.

[3] Ibídem.

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