domingo, 26 de junio de 2016

Censura

Tomado del sitio Cubanos por en mundo

 

"En un mundo lleno de hipócritas los sinceros somos malos", descubrí en el tablet de mi hija. Mi retoño de periodista se echó a reír cuando anoté el aforismo en mi agenda y le comuniqué la idea de comenzar un artículo con él.

Es cierto que los avatares de la vida han convertido al mundo en una madriguera de zorros. Hasta aparecen conceptos aprobatorios muy popularizados como el que reconoce a la hipocresía parte indisoluble de la cultura. En política, ni hablar. En política la mentira es la espada del gladiador que busca a toda costa ganar la pelea.

En sociedades como la nuestra, el aforismo se exacerba y la gran masa poblacional sobrevive gracias a la simulación, a la astucia, al doblez ante lo que se exige desde lo alto, todas características afines, sinonimias comunes de la hipocresía. Y el periodismo oficialista se torna nave proa en este mar de falacias incongruentes.

Sin embargo, dentro del marco estatal he visto aparecer últimamente a un joven reportero de la televisión cubana que pone su dedito sobre algunas llagas para nada traídas a colación antes de él. El nombre de este muchacho es Lázaro Manuel Alonso. Es un periodista fuera de serie que, casi a diario, aparece por el Noticiero Nacional de la Televisión criticando la desidia, las malas administraciones, los problemas inherentes al erróneo funcionamiento social, aunque siempre con la cautela del experto. Introduce el dedo, no en lunares abultados que otros de sus colegas han pasado por alto, sino hasta tocar la verruga que pone en juego el futuro bienestar de la nación. Pienso que el mérito que lo hace exclusivo radica en defender al pueblo de a pie

Claro que Lazarito juega tan solo con la cadena. Pero aún así está corriendo un riesgo enorme, porque el día que algún directivo de altura sienta que el muchacho le ha tocado el adenocarcinoma prostático, cuya causal ha tenido que ver con su persona, Lázaro Manuel desaparecerá del escenario público y jamás volveremos a escuchar su nombre.

Es posible también que tanta impugnación internacional a la falta de libertad periodística esté creando "críticos" dóciles para que nadie pueda declarar que en Cuba no hay libertad de prensa. Al parecer se le "está buscando la vuelta" al artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos que, por cierto, muy poco se conoce dentro de la Isla.

Punto y aparte, no todo el mundo es hipócrita en la sociedad cubana. Los periodistas independientes, satanizados como opositores y otros motes peyorativos, exponen sus criterios a pesar de tener sobre sus cabezas la espada de Damocles de la detención y el encarcelamiento, se multiplican, echan sus "libelos" por otros medios no oficialistas y, aunque sus réplicas solo pueden ser leídas por muy pocas personas dentro de las fronteras, se les ha respetado hasta el momento con la misma condición impuesta a Lazarito: jugar solo con "la cadena".

Lo ominoso de este trastorno periodístico son las consecuencias negativas que traen, tanto para la población como para el mejor funcionamiento del Sistema, por no entregar al pueblo la información precisa, actualizada y sin ocultismo. Mostrar por los medios que todo marcha bien en el país, ha dejado resultados funestos en la sociedad; sobre todo la incredulidad poblacional. No hablar de una epidemia hasta el estallido general de la misma ha castrado la posibilidad de combatirla profilácticamente y detenerla a tiempo con el apoyo de la ciudadanía. No informar por los medios difusivos la delincuencia callejera –importada de los malandros venezolanos–, los asaltos y asesinatos que a diario estremecen a las familias cubanas, atentan contra la prevención que los padres habrían podido extremar con sus hijos, luego convertidos en víctimas. No permitir un espacio a la oposición, ignorarla, estigmatizarla, no consigue para nada que deje de existir, sino inculca en el individuo de a pie, cansado de tantas limitaciones sin reparo, a confraternizar con ella.   

La censura, si bien mantiene en el limbo a unos cuantos ciudadanos ignorantes, se reduce vertiginosamente gracias a los nuevos medios de comunicación que el siglo XXI pone a disposición de todo el orbe y nada ni nadie está capacitado para bloquear.

El cubano heterodoxo, lejos de ser "malo" como reprocha el aforismo de mi hija, es el verdadero amigo con que el Gobierno puede contar a la hora de inferir lo mejor para su pueblo. No importa que cada ciudadano tenga un punto de vista diferente al señalar la manera de sustraer a Cuba del bache económico, social y político en que está sumergida. Lo ideal es permitir que fluyan con entera libertad los criterios del cubano que piensa dentro de la Isla y que no está dispuesto a conformar ese mare mágnum de fugados que, sin importar los avatares de un futuro sin patria, prefieren abandonar el país en vez de ofrecer propuestas de cambios que, tarde o temprano, tendrán que llegar, porque lo disfuncional del sistema ya lo está avizorando.

 

Pedro Armando Junco

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