Tomado del sitio "Cubanos por el mundo"
Esta solemne frase de José Martí que encabeza el artículo, hoy en plena vigencia, corrobora una vez más la célebre intuición de Abraham Lincoln: "
todo un pueblo no puede permanecer engañado todo el tiempo".
Los pueblos despiertan poco a poco. Aunque sus individuos conforman grandes masas poblacionales, solo representan células del multitudinario cuerpo de una nación; células que, limitadas por sus breve existencia, no alcanzan a ver el desarrollo ulterior de la ciudadanía que alguna vez conformaron. El hombre vive décadas; los pueblos siglos y milenios.
Hoy Nuestra América está despertando de otro de sus grandes tropiezos, porque más se aprende de los golpes recibidos que de las orientaciones del entrenador. Los pueblos de América Latina son comunidades muy jóvenes aún en relación con la historia. Apenas hace dos siglos se liberaron de España tras una "adolescencia" lastimosa y oscura que perduró más de trescientos años.
Libres de la Metrópoli, llegaron, como avalancha de los Andes, las grandes tiranías y las más necias divisiones. América Central se hizo pedacitos, la Gran Colombia se fracturó en cinco nuevos estados
Sin embargo, lo peor no ha sido eso, sino que, cada una de estas bisoñas repúblicas pensó tener el acierto y la verdad de su parte en la representación de sus rectores. He allí el abono de las grandes dictaduras: que los tiranos empujan sus ideas como axiomáticas y los pueblos se las tragan sin pensarlo debido a la falta de las propias.
Cansados de los primeros autócratas, paso a paso, se fueron liberando, aún con el rezago de muchos que, disfrazados de demócratas, regían con mano despótica sus naciones. Por último, llegada la segunda mitad del siglo XX, aparecieron otros, que predicaban una "nueva y justa" ideología, y abanderaban su unidad en torno a un enemigo común que los explotaba, con el propósito de aglutinar el continente latino en aras de un ideal nacionalista. Esa fue la fórmula demagógica para enfrentar el "dañino" desarrollo de los monopolios extraterritoriales. Así satanizaron nombres: neoliberalismo, ultraderecha, globalización, etc., y calificaron al enemigo común: imperialismo yanqui.
Estos nuevos personajes, autoproclamados justicieros sociales, protectores de la raza autóctona y, sobre todo, enemigos del "enemigo común" que les trajo el desarrollo en inversiones foráneas como alguna vez España la civilización europea no se detuvieron a pensar que sin las transnacionales del siglo XX se viviría en América muy parecido al África ecuatorial, de igual manera que sin aquellos brutales ibéricos de hace quinientos años con todo y sus crueldades, que para nada hay que justificar sus descendientes nosotros no estaríamos aquí, y los retoños de aborígenes americanos que habrían llegado hasta hoy, cazarían con flechas, asesinarían en sacrificio a seres humanos y vestirían taparrabos.
Ante el fiasco del comunismo internacional, los sujetos de este cuento rejuvenecieron el nombre a la cofradía, llamándola Socialismo del siglo XXI. Como primer objetivo comenzaron a reformar las Cartas Magnas de los territorios que gobernaban de acuerdo a sus intenciones de permanencia eterna y lograron conformar un bloque; hasta que, descubierto el truco, cuyo objetivo era convertirse en vitalicios, se les tornaron difíciles de adulterar las constituciones de sus países. Aún así pretendieron pasar por demócratas para acallar el reclamo de los gobiernos occidentales a cuya familia pertenece América y han mantenido sistemas electorales de tradición liberal, sin percatarse de que los regímenes autocráticos son incompatibles con la libertad y los derechos democráticos de los pueblos. Ahora esos mismos pueblos que los aclamaron han comenzado a rechazarlos.
Como se hace urgente una justificación se echa la culpa al monopolio de los medios de información. ¿Pero, existe un monopolio mayor y arbitrario manejo de la información que el oficialista en todos estos países? Más fácil sería pensar que el enemigo potencial no radica en "el extranjero feroz que explota sus pueblos", sino en su burocrática dirección, en sus populistas y desacertadas medidas de regalar lo que nada les costó crear, en convidar al oportunista a vivir de la cháchara aprobatoria sin producir un chícharo con tal de atraerse a las masas inferiores. El resultado ha sido inmediato: la corrupción creciente de sus dirigentes, junto al libertinaje irrespetuoso de las leyes desde antaño establecidas en aras del orden y el desarrollo.
Esta es, a grandes rasgos, mi visión de la historia de América Latina. El presente es otro. El presente ofrece un panorama desalentador, porque el objetivo básico promulgado por esta novedosa doctrina, de haber sido en realidad altruista, democrática y pacífica, habría traído como resultado el bienestar de toda la comunidad americana, bajo normas de respeto y ayuda mutua.
Los autócratas del mundo nunca podrán jugar con la democracia. Resulta incongruente otorgar la oportunidad ciudadana a escogerlos o rechazarlos. Los pueblos se cansan de los mismos dirigentes y no por gusto los regímenes más desarrollados cambian sus directivos cada cierto tiempo. El retoñado peronismo de los Kisner acaba de ser derrotado; la popular presidenta del Brasil fue cazada infraganti en el intento de ocultar el déficit económico de su gobierno; el sucesor de Chávez en Venezuela, luego de arruinar a su país, obtiene el rechazo generalizado de una población que se siente engañada y lo repudia. El indito de Bolivia ha obtenido la respuesta del pueblo mediante las urnas: no lo quieren y desean el cambio. Correa en Ecuador ha sido maldecido hasta por la Naturaleza a pesar de no caer de lleno en la vorágine del socialismo ortodoxo; Nicaragua es el país más miserable de Centroamérica. Y el pueblo de Cuba se desangra en el éxodo, mientras aquellos que no abandonan la tierra, viven solo esperanzados y atentos al calendario, recontando los días en que la longevidad ponga fin a su desventura.
Pedro Armando Junco
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