martes, 2 de mayo de 2017

Feria del libro en Camagüey

Tomado del sitio “Cubanos por el mundo” La Feria del libro en Camagüey este año resultó más pequeña que nunca antes. Menos kioscos en El Casino Campestre, menos público asistente, menos venta de libros y menos ofertas que en años anteriores. Ni siquiera se alcanzó la cifra de recaudación del 2016 cuando se vendieron miles de ejemplares por un monto de quinientos veinte mil pesos. Claro que el propósito de estas Ferias no es recaudar dinero solamente, sino –según se dice– llevar a la población títulos novedosos que estimulen la lectura y eleven su nivel cultural. Por suerte para nuestros escritores vanguardias: Leonardo Padura y Pedro Juan Gutiérrez, esta vez aparecieron títulos suyos menos comprometedores como fue el caso de Animal tropical. No obstante esa apertura a Pedro Juan todavía no se le publica y vende en Cuba Trilogía sucia de La Habana del mismo modo que el Hereje de Padura brilla por su ausencia junto a El hombre que amaba a los perros. Las Feria del libro en Cuba chocan de frente con algunas murallas infranqueables: el bajo poder adquisitivo del cubano trabajador, la prohibición y censura de muchos otros libros que no son vistos con buenos ojos por los ideólogos del Partido y el incremento desmedido de ejemplares politizados ajenos al interés popular. A esto se une la escasez de los verdaderamente instructivos y selectos para el cubano intelectual, cuya ausencia redunda en que miles de los expuestos en los quioscos, pero no buscados por la población, hayan vuelto a los almacenes sin ser vendidos. Miramos con nostalgia aquellos años primeros de la Revolución cuando las Ediciones Huracán lanzaban al mercado decenas de obras maestras de la literatura universal al factible costo de sesenta centavos el tomo a pesar de la poca calidad en el papel. Lo que importaba entonces era el contenido. A esta maravillosa época que hizo resplandecer la cultura poblacional en todo el país debo, junto a una enriquecida Biblioteca Provincial por esos años, mis conocimientos literarios plantados en los manuales de esos grandes hombres de las letras occidentales durante siglos y milenios. Ese alimento espiritual indispensable para el hombre que piensa y se afianza en ser libre, podía adquirirse en el estanquillo o la librería de cualquier pueblo de Cuba. Filosofía, teatro, poesía, cuentos y novelas de los clásicos eran más económicos de adquirir que una cerveza. De hecho, alguien dijo una vez: “los libros baratos y la cerveza cara”. ¡Qué poco queda de aquella frase lapidaria! Puede que la ausencia de esos grandes literatos se deba a la intención de dar cobertura a los escritores del patio; aunque me inclino a pensar que publicar a Maquiavelo nuevamente dé pie al raciocinio popular para intuir similitudes en métodos de gobernabilidad que para nada han pasado de moda. Si la primera razón tiene el pro de levantar el ego de los nuevos talentos nacionales, arrastra en su contra que la mayoría de ellos ni siquiera puede tocar los talones de Víctor Hugo. La segunda razón excluye a todo aquel libro que cuestione el camino recto orientado por la dirección del país, por lo que se empobrecen al máximo los sitios de venta en los que no aparecen, inclusive, autores nacionales por el solo hecho de no aceptar los postulados políticos del sistema gobernante. ¿En qué estanquillos apareció Cabrera Infante, Reinaldo Arenas, Severo Sarduy y muchos otros que “nunca existieron”? Sucede en la cultura lo similar que en el béisbol. Cuando se excluye a un cubano porque se va del país y se le califica de ex cubano, no solo se está fraccionando la identidad nacional, sino disminuyéndola. Cierto es que para el Instituto del libro no es tarea fácil cumplir los requerimientos de grandes publicaciones para las ferias. Publicar textos en Cuba con materia prima importada en divisas para luego venderlos en moneda nacional solo podría ser rentable multiplicando veinticinco veces el precio de cada obra. Y con esa impronta, pocos ciudadanos tendrían capacidad económica para comprar un ejemplar. Esta vez Camagüey recibió el rezago de las comercializaciones en la feria de La Habana y algunas otras por las que ya pasó el evento. Por fortuna Holguín facilitó algún material impreso y Ácana –la editorial insigne de esta provincia– presentó más de cuarenta obras diferentes, casi la mitad de ellas sacadas a la luz recientemente. El trabajo de los pocos jóvenes de esta casa editora provincial ha sido arduo, incansable, austero. Pero eso no fue suficiente para que se produjeran presentaciones en las que solo hubo en existencia siete ejemplares, tardanza en el transporte en las visitas a universidades y centros educacionales lejanos de la sede, generando molestias organizativas. Las conferencias y conversatorios estuvieron más centralizados que en otros eventos similares y, por ende, no alcanzaron la asistencia deseada. La feria contó, inclusive, con la presencia del Ministro de Cultura y varios miembros del ámbito nacional. La inauguración resultó elegante a pesar de lo sencilla y hasta se comenta que Antonio Guerrero se acercó a un negrito en silla de ruedas que, apenas abrieron las ventas, se dirigió hasta un estanquillo a revisar los títulos. Cuenta el propio Zamorita –el negrito en silla de ruedas– que Antonio Guerrero desde atrás le echó la mano al hombro y le dijo: –Ojalá encuentres un librito que te guste y puedas leer… Cuando Jesús Zamora –uno de nuestros poetas del patio– levantó el torso para mirar al Héroe de la Patria, le dejó ver la credencial de escritor que colgaba de su cuello… En resumen, a pesar de estos pequeños incidentes, la escasez de títulos y la menguada asistencia popular, la XXVI Feria del libro 2017 en Camagüey, resultó agradable. Pedro Armando Junco

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