Hoy es un día de luto en mi corazón. Se cumplen dos años del asesinato
de mi hijo. Se equivocan los que creen que golpes como este son
aliviados por el tiempo; al contrario, se agudizan. Cuando observamos
los hechos desde la distancia de dos años, todavía aguardamos la
esperanza de despertar de una pesadilla.
De poco sirvió que los vándalos fuesen capturados y condenados
severamente. Nada de eso equilibra o disminuye el vacío de la ausencia
eterna de mi hijo. Sus asesinos respiran todavía, aunque sea en la
cárcel. Tampoco habría aliviado mi dolor que hubiesen pagado con sus
vidas. Mandy nunca más volverá a existir.
Mi pregunta sigue siendo: ¿por qué? Y me acribillan una multitud de
respuestas. ¿El destino? No creo en el destino. ¿La casualidad? Quizás
haya sido la casualidad. ¿El mal manejo de la sociedad secretista en
que vivimos, que oculta las cosas malas que suceden y cuyas
consecuencias traen resultados como este? Sí. Esa es una de las
grandes razones. Si el caminante va ciego hacia el abismo se
multiplican las posibilidades de caer al precipicio. Mucho le advertí
a mi hijo el peligro de la calle en las altas horas de la noche y
nunca me creyó, porque estaba totalmente desinformado.
La otra gran razón la he venido exponiendo desde la vez de la
tragedia: esas leyes dulces para los criminales, que hasta los incitan
a la fechoría; la cantidad de prebendas que se ofrecen en las
prisiones y las prerrogativas de disminuciones carcelarias. Los presos
comunes tienen garantizada la alimentación, la atención médica y hasta
lo recreativo del deporte y los deleites culturales. Incluso, algunos
alcanzan carreras universitarias.
Hoy, a pesar de la tristeza que me envuelve, deseo enviar un mensaje
de agradecimiento a todas aquellas personas que se han solidarizado
conmigo desde hace dos años acá. Un mensaje de afecto. Un mensaje de
amor y de empatía. Porque a cada persona, tarde o temprano, la vida le
cobra con dolor el hecho de permanecer sobre la tierra. Hoy he pensado
que el derecho a vivir implica una lucha tenaz con los fenómenos menos
esperados y los obstáculos más crueles que acechan, imprevisibles, en
el corredor de la existencia.
Pedro Armando Junco
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