Este 6 de noviembre, cumplí setenta años. Muy buena fecha para reflexionar. Si miramos hacia adelante solo vislumbraremos los últimos años que nos quedan, los ataques achacosos propios de la vejez y la entrada en una nada inescrutable que –estoy casi seguro– culminará con la liberación de miríadas de trillones de átomos convertidos en células que, ahora, misteriosamente agrupas nadie sabe por quién ni por qué, conforman mi persona y mi personalidad.
Pero si volvemos la vista hacia atrás podremos ver claramente el camino recorrido con su invaluable riqueza en experiencias y en acciones. Para las acciones malas, que siempre las hay, es el tiempo en que comienzan a golpearnos la conciencia –por eso los tiranos sufren tanto en sus últimos momentos–; pero las acciones buenas acarician nuestro espíritu con satisfacción: la honradez, la sinceridad, la utilidad como virtud que tantos amigos nos permitieron conquistar, tantos amores inolvidables que complacer, tantas intenciones de justicia que sugerir, junto a una descendencia saludable y plena de integridad y decoro.
Cuando la luz del Cielo nos ha premiado con la virtud de poder escribir nuestras vivencias, entonces el alivio espiritual es más denso y la realidad de la muerte cercana es menos pesada. Al menos quedará nuestra huella por algunos años, quizás por algunas décadas. Porque hay algo que la parca no se puede llevar, y es el recuerdo nuestro en la memoria de los vivos.
Sin embargo, al margen de estas palabras metafísicas, un tanto melancólicas, quiero por este medio dar las gracias a todos aquellos que me felicitaron por mi cumpleaños setenta y hacerles llegar de vueltas mi compromiso a continuar en Facebook y en mi blog La furia de los vientos vertiendo criterios que solo serán granitos de arena, pero concisos y bien intencionados, para el futuro de la nación cubana.
Pedro Armando Junco
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