jueves, 20 de agosto de 2020

Remembranzas de la finca

Otra de las remembranzas de mi adolescencia en la finca de mi padre,
es la de los abrevaderos del ganado. Cada dos, o tres, o hasta cuatro
caballerías de terreno independiente –llamados potreros– con pasto
vacuno, tenía un tanque de aguada y su pozo al lado, bajo una rústica
casita para el motor de la turbina: todo dentro de un corralón pequeño
con solo una puerta de acceso.
Entre las ocupaciones asignadas a mi estaba la visitar a diario estos
sitios, echar a funcionar las turbinas en cada lote y esperar a que el
tanque se desbordara. Era mi deleite observar que, apenas sonaba el
motor de la turbina, desde lo último del potrero acudían casi a la
carrera aquellas reses ávidas por beber el agua fresca, acabada de
salir del manantial.
Pero un día, debido a esta curiosidad que muchas veces ha de costarme
cara, le pregunté a mi viejo por qué los tanques bebederos quedaban
encerrados dentro de un corralón de una sola puerta.
–Porque eso me permite poder observar la totalidad de las reses cuando
se me antoja. Cada cierto tiempo cierro la portada por la noche y a la
siguiente mañana abro, echo a andar el motor y viene todo el ganado
sediento desde la noche anterior y los observo, no sea que llegue
alguna res herida, "destarrada", coja y hasta con "vicho" en algún
sitio (quería decir con gusanos en una herida vieja infectada).
–Pero me da lástima, Papá, que tengan que esperar toda la noche con
sed para que le abramos el portón. Me parece injusto, porque allí está
la razón de ser de nuestra finca, las vacas que nos dan la leche, los
toros que vendemos.
–A los animales se les educa, hijo mío: así ellos aprenden que
nosotros somos sus dueños. Si alguna res del grupo sale alebrestada o
arisca, tiene que venir allí mansa y obediente a que le otorguemos el
favor del agua.
Muchos años después, en la revista Sputnik leí la anécdota de Stalin y
la gallina desplumada allá por Siberia. Y hasta se me ocurrió pensar
si el hombre "acero" le habría escuchado aquellos razonamientos a mi
padre. Hoy, en la Plaza de los Trabajadores, al ver a cientos y
cientos de personas apelotonadas en las calles San Ramón, Padre
Valencia, Popular y la Plaza misma, sin importarles el riesgo de ser
víctimas de la pandemia, han hecho suya la costumbre de vivir a diario
haciendo colas. Y me vinieron a la mente, no sé por qué, aquellas
palabras de mi padre, llenas de pragmatismo empírico: "A los animales
se les educa, hijo mío: así ellos aprenden que nosotros somos sus
dueños."

No hay comentarios:

Publicar un comentario