lunes, 19 de octubre de 2020

El boniato al cambio

Aquella misma tarde que publiqué Monedas de cambio llegó muy preocupado a mi casa un viejo amigo profesor de Humanidades, para que le explicara eso de "arrasar con los depósitos bancarios" que yo había escrito en mi muro de Facebook, porque hasta donde él sabía, los ahorros financieros en los bancos son sagradamente respetados por el Gobierno.

–Mire, Junco –me dijo hecho un mar de nervios –,toda mi vida la he dedicado a la educación; desde muy joven trabajé como maestro, como profesor; desde mi primer salario en los años sesenta, que por cierto eran extremadamente bajos, he apartado religiosamente cincuenta pesos mensuales en una cuenta de ahorros. Pasaron ciclones y sequías, enfermedades, carencias de todo tipo, pero nunca olvidé depositar, al cobrar mi salario, los cincuenta pesos en la cuenta bancaria para cuando me alcanzara la vejez. Ahora acabo de leer su post y no lo entiendo… ¿Piensa usted que van a confiscar las cuentas de banco?

Muchos aseguran que las letras y los números no se llevan bien. Por eso, apiadado de la incertidumbre del viejo profesor, lo acomodé en uno de los balances de mi sala y pedí permiso para hervirle un tilo.

Terminada la infusión tomé de mi vajilla el último tazón de porcelana inglesa, herencia de mi madre, y con muy poca azúcar por su diabetes, se lo ofrecí al distinguido visitante.

–Mire, doctor –le dije dulcemente, como hacen los curas frente al moribundo al practicar la última unción–: la suma total de su dinero en el banco, para nada va a ser afectada…

En ese momento tuve un presentimiento análogo, ya no del cura y sus mentiras piadosas, sino de las caras y las palabras de Gil y de Murillo en la Mesa Redonda explicando que todo eso es para bien del pueblo… y hasta me tuve odio.   

–Mire, doctor: supongamos que sus ahorros, que ahora son miles, fueran de solo 100 pesos hace 40 años. Cuando el boniato costaba a 5 centavos la libra usted podía comprar con ese dinero 20 quintales de boniato.

El profe sonrió; seguramente viajó en el tiempo 4 o 5 décadas atrás. Se dio un largo trago de tilo y me sentí halagado.

–Pero hace 20 años, cuando el boniato estuvo a un peso por libra, solo habría podido comprar un quintal de boniatos con los mismos 100 pesos.

Mi visitante hizo una mueca extraña como si se hubiera quemado la garganta con el tilo.

–Antes del Coronavirus el boniato que usted habría podido comprar con aquellos primeros cien pesos de sus ahorros serían unas 40 o 50 libras, pues estaban a 2 o 3 pesos en las carretillas…

El profe pareció que se atragantaba.

–Hoy, mi querido amigo, con 100 pesos de esos que usted guarda en el banco desde 40 años atrás, solo puede adquirir 10 libras de boniato…, y después del aumento del salario, si no me fallan los cálculos, apenas un boniato de a libra. ¡No es necesario confiscarle su cuenta bancaria! De hecho, ya lo está.

Sin darme tiempo a salvar la última reliquia de porcelana inglesa que dejó mi madre, el tazón escapó de las manos del maestro y se hizo añicos contra el piso.  

Cuando mi hija recogía del suelo los pequeños fragmentos de porcelana, ayudaba yo a bajar los tres escalones de mi quicio de entrada al pobre hombre aquel. Lo vi cuando se marchaba haciendo pucheros como un bebé al que le arrebatan el tete.

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