miércoles, 25 de noviembre de 2020

Murillo y el burrito Pascual

Esta impronta de Murillo Jorge al frente de la eliminación del "peso convertible", el aumento de salarios y la eliminación de subsidios y gratuidades, me ha llevado otra vez a las remembranzas de la finca y del burrito Pascual.

Recuerdo cuando acompañaba a mi padre a buscar leña del otro lado de la cañada. Debido a los desmontes por convertir los terrenos en pastizales para el ganado, quedaba abandonado en el campo gran cantidad de ramajes de árboles frondosos, de excelente calidad para combustible con el que se cocinaba por aquella época. Y hasta allá íbamos mi padre y yo con Pascual a la rabiata.     

La barranca de la cañada era escabrosa y resbaladiza, sobre todo en la subida del regreso.

Ya de vueltas y cargado de leña, nuestro burrito ejecutaba los malabarismos más originales que puedan imaginarse para subir la quebrada. Yo, más que miedo, sentía lástima por el riesgo que nuestro animalito corría, y con un signo de interrogación en los ojos, esperaba una respuesta más concreta del semblante sereno de mi padre:   

–Es lastimoso, mijo. Pero alguno tiene que realizar esa tarea. Yo no puedo arriesgar a los mejores caballos de monta a que resbalen en la barranca y se partan las patas. Bien sabes tú, que a bestia de carga que se le parta una pata, hay que eliminarla, porque no se recupera jamás.

A mí, que por esos días estaba leyendo Ana Karenina, se me hizo un nudo en la garganta.

 

El personaje del burrito Pascual es, sin dudas, el más apropiado símil de Murillo Jorge. Para tamaña barranca que soltarle al pueblo de Cuba, a más de la miseria que sufre en estos momentos, no puede echársele la carga al Gran Hermano, ni a alguno de sus cercanos colaboradores. Hay que poner en riesgo a uno de los personajes más impopulares, cuya desestimación se la haya creado él mismo por su arrogancia, la obesidad extrema que le dificulta hasta la respiración, su ambiguo discurso y su juego de muñeca ante las cámaras, para que todos le veamos el reloj de lujo que se gasta.

En este gigantesco tablero de ajedrez en que estamos metidos los once millones de cubanos, no son solo peones los destinados al sacrificio. Con tal de escapar del jaque mate, se hace necesario sacrificar alfiles, torres y caballos; y en última instancia hasta la dama. Cuba está que arde. Hasta los más fieles comienzan a dudar qué será del futuro de sus hijos y de sus nietos.

El señor Murillo Jorge está convencido, cuando habla, de que el pueblo de Cuba es un rebaño de imbéciles al que puede soltarle su más ininteligible cantinflada y tragará el bocado como ostia un creyente. Y no está del todo errado al pensar que la mayor parte de la población cubana está constituida por una gran masa de ignorantes, desinformados, acomodados y miedosos. Con lo que no cuenta Murillo Jorge es con que existe otra parte del pueblo de Cuba que sí piensa, que no tiene miedo y que, llegado el momento de un exagerado apretón de tuercas, muchos miedosos dejarán de serlo, cantidad de acomodados sentirán que le pisan el callo, legiones de ignorantes desinformados abrirán los ojos y pueden juntos lanzarse a la calle como sucedió el 5 de agosto de 1994.

Será entonces la hora de partir la pata al burrito Pascual. Y Murillo Jorge irá a parar al saco en el que descansan Robertico Robaina, Carlos Lage, Pérez Roque y tantos otros a los que no han dejado ni un resquicio para recordarles ni en una imperceptible conmemoración. Entonces hablará un portavoz de El Gran Hermano y echará atrás lo que obligó al pueblo a lanzarse a la calle, se otorgará aperturas y se ofrecerá la cabeza del que sea, con tal de que el pueblo enardecido se calme y no lo saque del poder.      


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