lunes, 9 de noviembre de 2020

Algo en el alma decide...

Algo en el alma decide
en su cólera, indignada,
que es más vil que el que degrada
a un pueblo, el que lo divide.

 

Esta redondilla la escribió José Martí aquella vez que algún perverso propaló que él había llamado viles a los anexionistas. Es un fragmento de la carta rimada a su compatriota de exilio Néstor Ponce de León, en respuesta a los ofrecidos bastonazos que éste prometió darle por la ofensa. 

Martí nunca fue anexionista. Pero de su altura moral, de su respeto por el criterio ajeno, de su previsión humanista ante el daño que puede ocasionar a una causa común el divisionismo, no se podía esperar menos que esta impugnación contundente que ha trascendido a la historia a pesar de que en nuestras escuelas y universidades no se hable de ella.

Y es eso, precisamente, a donde quiero llegar. Porque si los doctrinarios de nuestro Gobierno conocen muy bien lo costoso que resultarían las divisiones ideológicas dentro de sus partidarios –y de hecho, no las permiten–, del otro lado de la moneda aparece el ideario liberal y respetuoso del Apóstol ante cualquier otra manera de objetar, de creer o de pensar.

Hoy Donald Trump ha perdido las elecciones presidenciales. Hoy el pueblo norteamericano sufre las consecuencias de una fisura divisoria que amenaza la paz civilizada en una auténtica democracia –y debo decirlo aunque a muchos de mis amigos no les guste–, resultante del egocentrismo y la prepotencia de un hombre que recibió el poder de su antecesor en completa armonía política y ahora le resulta difícil entregarlo, como también de una insidiosa corriente populista liberal del otro lado, que puede causar mella a la centenaria libertad norteamericana.

Los pueblos tienen que aprender que el populismo, sea de derecha o de izquierda, sembrado por los ególatras en sus fanáticos, es el peor virus que ataca y puede liquidar a una democracia. Y digo esto como una llamada de alerta a mis hermanos cubanos del exilio, para que no se dejen arrastrar por esas fuerzas, aparentemente ciegas, que sobreponen la política por encima de la amistad y la familia, como si hubiesen olvidado la razón fundamental del porqué hoy son extranjeros en Los Estados Unidos.

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