sábado, 14 de agosto de 2021

Cuba: estado de pánico


¿Cuál es el estado de ánimo del cubano medio ante la agudización de la pandemia en estos momentos? ¿Por qué rehúye y se mantiene a distancia hasta del ser más querido cuando viene a visitarlo? ¿Cuántos confían en los números que ofrece el doctor Durán en su parte diario y cuantos suponen verdadera eficacia en las vacunas nacionales?

Hasta este punto hemos llegado: a que cunda el pánico en una población indefensa por la ausencia de medicamentos, con consultorios, policlínicos y hospitales que, a más de estar a tope carecen de antídotos eficientes para combatir la Covid-19.

En este estado de pánico la mejor comunicación es por internet… cuando no la cortan. Es más fácil relacionarse con alguien en Australia que con el vecino que vive al otro lado de nuestra pared, si no tiene un teléfono fijo en su vivienda. El miedo, como el frío en tiempos de invierno, cala hasta los huesos.

El espanto en la ciudadanía no es solo por el temor a la muerte propia, sino por la horrorosa manera de ver morir a los nuestros. De esa manera y así lo reflejan las redes sociales en testimonios que hacen saltar lágrimas, la incertidumbre del "¿hasta cuándo?" se multiplica y se convierte en la frase más escuchada en las conversaciones.

Pero ante esta situación calamitosa, el régimen insiste en culpar a la población, y hasta al personal de salud, mientras ninguno de esos periodistas bufones del noticiero ha sido capaz de aceptar que la actual invasión pandémica tuvo su origen en la irreflexiva apertura del turismo internacional, en un momento en el que la enfermedad se hallaba al borde de ser erradicada y cuando aún no existían variantes tan perniciosas como las que ahora les cuestan las vidas a miles de cubanos.

¿Qué esperan las autoridades para abrir las puertas a una intervención humanitaria de la Organización mundial de la Salud u aceptar la ayuda de cuantas organizaciones en el mundo estén dispuestas a socorrer a este pueblo agónico y desesperado?

Si a esta crisis sanitaria le sumamos la escasez de alimentos, los problemas del transporte y los apagones cada vez más duraderos, no es difícil conjeturar que estamos al borde del caos y que, dentro de sus destructivas variantes, no se puede descartar otro 11 de julio más violento y con peores consecuencias para el único responsable del pánico. Todos sabemos quién.

 

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