martes, 19 de octubre de 2021

LA INERCIA QUE NOS ARRASTRA A TODOS


El cubano de hoy mira escapar sus días en continua inercia. Su cotidiano vivir se reduce a largas colas frente a las farmacias con el anhelo de encontrar algún medicamentos indispensable antes de que se acabe, en buscar el pan diario que ahora cuesta veinte veces más, en correr hasta la bodega cuando se entera que llegaron los cinco huevos que le tocan al mes, o lo que aparezca; para luego regresar a la casa antes del toque de queda que lo convierte en recluso, para soportar estoicamente un apagón de cuatro a seis horas cuando más falta le hacía el fluido eléctrico.

Es una supervivencia basada en ilegalidades, fraudes o prebendas. A esto podemos agregar la carencia total del transporte público y limitación del privado, el insuficiente suministro de agua potable, el cierre de los comercios. Pero, además, Cuba es hoy un conjunto de tierras improductivas por la centralización estatal que anula el incentivo de trabajarla, ciudades de estructuras ruinosas por falta de materiales y la sujeción de normas burocráticas que frenan la autogestión de los propietarios de viviendas para repararlas, las calles y carreteras deterioradas por el abandono…

¡Y la mentira! Esa prensa oficialista que no se respeta ni a sí misma, como se hace palpable en cada una de sus manifestaciones.

Los médicos están agotados, los intelectuales se cansaron de atemperar una utopía surrealista, la gente de la calle abandonó su "patria o muerte" y grita ahora, sin miedo, PATRIA Y VIDA.

¿No fue esto más que suficiente para lanzarse a la calle el once de julio? ¿No lo sigue siendo?

Ante todas esas razones, hay una inquietud novedosa que se manifiesta paralelamente a la ausencia del miedo: el deseo de la libertad. Esa libertad coartada con violencia por más de 62 años, pero apercibida ahora como viable por una generación de jóvenes mejor informados y menos temerosos que los de las anteriores.

Esa generación fue la que se echó a las calles el once de julio y que, si no se ejecutan cambios fundamentales –¡no cosméticos!–, volverá a salir con mayor empuje y consecuencias imposibles de vaticinar. Pero, ojo, no será la única, pues la ley de la inercia nos arrastra a todos, quien sabe si también a la libertad.

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