El término Delegado de Circunscripción se utiliza hoy para nombrar a los comisionados oficialistas que se encargan de organizar las colas de los módulos, aparecer y dar la cara en reuniones de barrios garabateando quejas de la población en una libretica luego engavetada, y para formar quórum en asambleas a nivel de su nomenclatura y levantar la mano aprobativamente a la orden que les llega desde más arriba. Pero, sobre todo, ese cambio de epíteto en su nombre, demoniza a los que en gobiernos anteriores, con toda elegancia asumían esas y muchas otras responsabilidades. Pienso en los concejales de otra época y, en grado mayor, en los alcaldes, porque representaban, con suficiente poder político, todas las inquietudes y requerimientos de sus electores.
Por eso hoy, en vísperas de otra ridícula comedia electoral, quiero brindarles un fragmento de testimonio de lo que un alcalde anterior a 1959 era capaz de resolver:
En la noche del sábado 2 de agosto de 1958, luego de beberse unas cuantas cervezas y rones en el bar de Gustavo Milanés, un grupo de siete jóvenes, encabezados por Félix Jiménez, Luis Manuel Zayas y Juan Popa, decidieron "alzarse" contra Batista en el sureño caserío de Sitio Viejo, el hoy conocido Arroyo Blanco.
Y de esa manera jovial, como si se hubiese tratado de una fiesta carnavalesca por lo abocado ya del desenlace de la guerra contra Batista, cuenta Mario en mi testimonio inédito Por aquí cruzaron unos hombres, cómo fueron desarmando en esa noche y madrugada, a todos y cada uno de aquellos que tenían armas de fuego en Arroyo Blanco.
Sin embargo, después de varios días en el Monte San Miguel, acosados por los mosquitos y las incomodidades de la guerrilla, los cuatro más jóvenes de aquel grupo "se rajaron". Escaparon de vueltas a sus predios y solo el padre de uno de ellos se hizo cargo de su hijo y logró sacarlo hacia La Habana, desde donde nunca más regresaría.
Los otros tres: Mario, Lalito y Manuel quedaron a merced de la suerte, pues ya los habían reportado al ejército como "alzados". Y es entonces cuando entra mi padre en escena, por su condición de hacendado afín al gobierno de Batista y sus excelentes relaciones políticas con el alcalde municipal de Santa Cruz del Sur.
Debo aclarar que Mario, sobrino de mi madre, vivía en nuestra casa; que Manuel era el segundo hijo de una señora con quien mi padre mantenía ciertos privilegios; que Lalito, un vecinito pobre, pero muy avispado, intercambiaba conmigo las insuperables revisticas SEA, por entonces llamadas "muñequitos".
"Cuando Armando nos presentó en el cuartel de Macareño, el teniente Chaviano jefe de esa guarnición, se comprometió con él a respetar nuestra integridad física.
"Lo que no supimos en esos momentos, fue que Armando había corrido antes en su jipi Willy hasta Santa Cruz a entrevistarse personalmente con Haranaga y había obtenido de él una carta de recomendación que entregó al teniente Chaviano junto con nosotros tres ese día. Haranaga era el alcalde del municipio Santa Cruz del Sur y tenía que ver con todo lo que se moviera en su territorio.
"Apenas Armando viró las espaldas del cuartel de Macareño, el teniente Chaviano nos despachó para Guáimaro en un camión con el sargento Nápoles. El sargento Nápoles era un hombre pequeñito y delgado.
"Yo me decía por el camino: Ay, Mario, si de ésta te salvas, te metes a religioso por el resto de tu vida. Porque la "onda" de esos tiempos era darle "paseítos" a los prisioneros. Así fue como asesinaron días después, en La Caobita, a los sobrevivientes de la emboscada de Pino Tres. Los trasladaban de un lugar a otro y en lo más solitario del trayecto los bajaban del camión, les decían que se fueran y los acribillaban a balazos. Al día siguiente salía la noticia por la radio: "Tantos rebeldes muertos en combate".
"Pero a nosotros, por fortuna, nos llevaron hasta el cuartel de Guáimaro y no sucedió nada malo por el camino. Pero en el momento que nos bajaban del camión, por casualidad, el teniente coronel Suárez Suquet, que estaba de visita en el campamento, nos descubrió: un tipo con vozarrón y tamañazo tal, que imponía terror solo mirarlo.
"El sargento Nápoles había sido el encargado de trasladarnos desde Macareño y lo recuerdo perfectamente. Cuando Suárez Suquet nos vio bajar del camión llamó en el acto al sargento Nápoles que, por cierto, era tan pequeño y delgado, que representaba un contraste total con Suárez Suquet:
"—Sargento Nápoles, ¿será posible que usted traiga vivos desde Macareño a estos tres hijoeputas?
"Yo casi me caigo. Se me ablandaron las rodillas como cuando se pasa una enfermedad muy larga encamado. De Lalito y Manuel, ni hablar siquiera, porque yo era el más valiente de los tres… Pero el Sargento Nápoles se paró en atención y en la puntita de los pies para ganar tamaño y, con todo lo chiquitico y flaco que estaba, sacó fuerza de sus pulmones y le gritó de frente a Suárez Suquet:
"—¡Teniente coronel Suárez Suquet, yo cumplo órdenes!
"Y le extendió una carta. Era la carta del alcalde Haranaga. Era el salvoconducto que Armando había gestionado para nosotros con el alcalde de Santa Cruz del Sur.
"Días después nos devolvieron a Macareño sanos y salvos. Luego fue que supimos que Haranaga, el alcalde de Santa Cruz del Sur, había intercedido por nosotros; que aquella carta que el sargento Nápoles, paradito en atención como un valiente, restregó en la cara a Suárez Suquet, había representado nuestra fe de vida."
No hay comentarios:
Publicar un comentario