Cuando me entero que un joven profesor universitario y periodista se atreve a poner el dedo en la llaga de los problemas cotidianos que arrastra nuestra población de a pie, siento miedo por él, pero me invade una sensación de esperanza. Y si la integridad a su persona y a sus ideas son asimiladas con respeto por las autoridades y el régimen, mi alegría es total, porque estamos en camino del cambio hacia la democracia en perfecta paz y concordia como todos deseamos.
Este es el caso de José Luis Tan Estrada, un valiente joven camagüeyano que no ha tenido pelos en la lengua para reportar las pifias del régimen y las urgentes carencias de la población cubana. A Tan lo acaban de expulsar de la universidad Ignacio Agramonte, en Camagüey.
Lamer las llagas y ponerle parches, como acostumbran hacer los periodistas del oficialismo mediante la radio, la televisión y la prensa escrita, no resuelve el problema; disfrazarlas de infección ajena, tampoco da el mínimo resultado.
Y es allí cuando se levanta un atrevido joven camagüeyano, poniendo en riesgo su cátedra universitaria, su reconocimiento oficial como periodista y hasta su propia libertad, para decir ¡BASTA!.
Basta ya de mentiras mal disfrazadas de verdades. Basta ya de ignorar que un pueblo se hunde en la más espantosa miseria por los desórdenes administrativos en todas las instancias y a todos los niveles.
Ese es el grito de dolor de José Luis Tan Estrada. El dolor de todo cubano de a pie representado por un periodista digno. ¿Qué se puede contra ello, cuando la primera y sagrada obligación del periodismo es sacar a la luz los errores y las deficiencias?
Cuando muchos José Luis tengan la facultad irrestricta de difundir lo que el pueblo desea y todos los medios de difusión masivos lo promuevan, comenzará nuestro camino hacia la democracia y la libertad.
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