jueves, 1 de junio de 2023

El país de los ancianos tristes


Ya hemos dicho que la decadencia de un pueblo puede medirse por la gente que lo abandona. Tan cierto es, como que los pueblos se enriquecen al recibir jóvenes emigrantes.
Esa fue la fortuna de la nación cubana a comienzos del siglo pasado. Árabes, españoles, chinos, haitianos y muchas etnias más multiplicaron por seis, en sólo medio siglo, a la nación cubana.
Sufrimos las dictaduras de Machado y de Batista, pero aún dentro de ellas el país se desarrollaba. Alguien dijo una vez que todas las dictaduras son malas y yo lo acepto con mi coletilla: "pero las hay peores".
Y esa capacidad de empeoramiento que sufre Cuba hoy, tiene su cúspide en la estampida de esta última generación, que al ver castrada hasta la más simple aspiración de mejoría material y enriquecimiento, no duda abandonarlo todo, incluso a su familia, y corre en busca de más propicios horizontes. 
La nación cubana se desintegra de la manera más cruel y más sórdida, producto de una ideología que tuvo su génesis en el alejamiento de la moral cristiana:"no matarás, no robarás, no mentirás, amarás a tu prójimo como a ti mismo".
Al triunfo de la Revolución todo lo contrario: los fusilamientos, la incautación de toda propiedad privada, las promesas idílicas que nunca se cumplieron y el odio acérrimo contra el que se opusiera a esa doctrina, dio inicio a la tragedia.
Tres generaciones de cubanos sufrieron la inoculación del virus del miedo y de la hipocresía en su doble moral.
Pero llegó el siglo XXI y junto a él el desbloqueo de la información y las comunicaciones. El pueblo de Cuba parecería un gigante dormido que después de sesenta años ha despertado. Sin embargo, la intransigencia de quienes ostentan el poder a no escucharlo, lejos de promover reformas, al menos económicas, se empecina en reprimirlo por la fuerza o con leyes absurdas, y esto abre a tope la brecha del escape.
Los jóvenes se van; los ancianos se quedan. Y entre los jóvenes escapan nuestros mejores profesionales y personal de servicio imprescindible.
Basta detenerse y observar con detalle en cualquier sitio de La Isla y nos sorprenderá la misma escena: ancianos decrépitos, en su mayoría mal vestidos, posiblemente hambrientos, abandonados a su suerte por los hijos, arrastrando con resignación una vejez dolosa, sin otro horizonte que la muerte; porque Cuba es hoy el país de los ancianos tristes.

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