Esta mañana, mientras recorría el Boulevar de la Calle República y contemplaba a un mendigo echado a todo largo sobre el portal de la librería Ateneo, me sorprendió una escena inusual en la sociedad en que vivimos. Un hombre joven que llevaba casco de motociclista en la cabeza, se acercó al mendigo, lo incorporó hasta recostarlo a la pared de la librería, y con voz tierna le preguntó si tenía hambre.
-¿Hambre...? Sí.- balbuceó el pordiosero.
Entonces el del casco extrajo de un bolso en que cargaba bocaditos, uno muy bien elaborado y lo entregó al hambriento, a la vez que extraía de otro bolso parecido una lata de refresco frío, que abrió y dejó al lado del infeliz antes de marcharse.
Hasta entonces creí que aquel hombre joven y fornido tendría alguna relación de amistad o familiaridad con el mendigo; pero al seguirlo con la vista, a unos pasos de allí hizo la misma acción con otro miserable.
Tanta curiosidad me causó aquella escena del Buen Samaritano que me dio por seguirlo disimuladamente,
amparado entre la multitud del bulevar, y no paró en su empeño hasta dejar vacías las bolsas de los bocaditos y refrescos.
La singularidad de esta historia radica en que exista dentro de la sociedad cubana de hoy, sumida en la miseria tanto económica como moral, una persona tan bondadosa, altruista y desinteresada, cuando a la orden del día está el incremento delincuencial y el sálvese quien pueda.
Cuando llegó a su moto aparcada en el callejón de Correa para marcharse, ya montado en ella, se percató de mi presencia y seguimiento. Lo saludé con el pulgar hacia arriba y me respondió de igual manera. Lo vi partir feliz y hasta me pareció sentir caer desde el cielo lluvia de bendiciones.
A despecho de tantos que pregonan serlo, hoy tuve la dicha de conocer a un verdadero cristiano.
Gracias a Dios todavía existen buenas personas.
ResponderEliminar